4. ¿Sobrevivirá de nuevo Netanyahu?

También del lado israelí se antoja poco probable que Netanyahu ceda en diversas cuestiones, para lograr la normalización de relación con Arabia Saudita, dado que lo que está en juego es la posibilidad de que finalmente se logre una vía para la solución de los dos estados, algo que estaba ya olvidado por los israelíes y, al parecer, por el mundo entero. De hecho, en los pasillos del poder se dice que a la nueva generación de líderes sauditas no les interesa ya el destino de los palestinos: lo que quieren es agilizar sus reformas. Sin embargo, quedan muchos resquicios de la vieja guardia, empezando por el rey Salman, que no estarían dispuestos a reconocer a Israel a menos que se comprometa con esta causa. Y es lo que debería de exigir también el mismo Mohhamed bin Salman, además de la transferencia a la Autoridad Palestina de los terrenos del Área C, que ahora mantiene Israel y que, según los Acuerdos de Oslo, deberían ser de la AP. Y, por supuesto, el cese de los asentamientos. Todo eso prestigiaría sobremanera a MBS en el mundo musulmán.

Para “Bibi” Netanyahu eso es impensable en las condiciones actuales, porque la coalición que lo llevó al gobierno esta última vez, de partidos de ultraderecha, lo que busca es justo la anexión de Cisjordania. Ahora tiene en su ministro de seguridad a Itamar Ben-Gvir, quien ha declarado que Gaza debe ser “nuestra” y que “los palestinos pueden irse a Arabia u otros lugares como Irak o Irán”. Es la visión que pervive hoy en muchos ministerios.

Ben-Gvir tenía hasta hace poco en su despacho un retrato de Baruj Goldstein, el colono que en 1994 entró en la mezquita de Hebrón y asesinó a 29 palestinos. “¿Qué le dices a tu hijo sobre él?”, le preguntaron en una entrevista. “Que es un hombre justo, un héroe”, respondió. Para él, la izquierda es “antisemita”. Así, simplemente. Ha sido imputado más de 50 veces por delitos como incitación al racismo o apoyo a organización terrorista, y condenado ocho veces. Ha pugnado por ilegalizar las relaciones sexuales entre judíos y árabes.

El ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, es más peligroso aún, puesto que tiene poder también en el ministerio de defensa, que se granjeó para efectuar la anexión de facto de Cisjordania. Ha dicho que “el pueblo palestino no existe” y que esa es una verdad “histórica y bíblica” que deben “escuchar en el Palacio del Elíseo, en la Casa Blanca y en el mundo entero”. Cuando los pobladores árabes de una población llamada Huwara se manifestaron con piedras contra las fuerzas israelíes, dijo que habría que “borrarla del mapa”.

Hace unos días, ante el consenso que se está formando para la normalización con los sauditas, advirtió: “no haremos ninguna concesión a los palestinos: es una ficción”. Su objetivo declarado es anexarse Cisjordania a través de los asentamientos de colonos en los terrenos palestinos. Lo que hace pensar a algunos analistas qué les puede interesar de eso, pues tendrían de pronto casi tres millones más de personas en su país, a las que no les quieren dar plenos derechos, pues si lo hicieran, cambiarían el equilibrio demográfico de Israel, dejando de ser una nación judía. Así que, lo que buscan Smotrich y compañía, es la anexión sin derechos para los palestinos.

El ministro publicó en 2017 un delirante ensayo en el que procuró “dejar clara nuestra ambición nacional de un Estado judío desde el río hasta el mar como un hecho consumado”. “Nunca surgirá un Estado árabe en esta tierra”. Pero Netanyahu mismo ha escrito que “Israel no es un estado de todos sus ciudadanos”, sino “del pueblo judío y sólo de él”. Y en 2019, al calor de una de sus febriles promesas electorales, prometió anexionarse el 30% de Cisjordania.

Si Smotrich y los sectores duros logran imponer la anexión, no sólo se desharía el acuerdo, sino que estallaría quizá una nueva intifada, esta vez de pronóstico reservado, puesto que ahora Irán no sólo respalda a las milicias chiítas en Líbano, sino también a Hamás en Gaza, y a grupos extremistas en la misma Cisjordania. Se cree que Hezbollah tiene ya en su poder miles de misiles.

Así que no le será nada fácil al actual premier, a menos de que, en un afán de entrar en los libros de historia, con una voluntad de paz que en realidad nunca tuvo sinceramente, conceda que se retomen los Acuerdos de Oslo. Malabarista y marrullero como es, quizá podría dejarle de importar que su gobierno pueda caer, si tiene la posibilidad de formar una nueva mayoría con los partidos centristas. ¿Le resultaría una jugada de esa magnitud? Por la magnitud del acuerdo con Riad y el compromiso con los palestinos, lograría un fuerte impulso en el terreno diplomático y quizá un respeto desde la izquierda de su país.

Por último, a los palestinos Arabia Saudita y Estados Unidos les deberían de exigir que acepten por una vez un acuerdo que reconozca que deben de coexistir con el estado judío, dejando atrás los maximalismos y la violencia, lo que les traería (sumado a un financiamiento generoso para construir sus instituciones, proveniente del reino árabe y las demás naciones musulmanas, además del propio EEUU y quizá el G-7) prosperidad, reconocimiento y libertad. Dejar atrás los pregones de que van a “destruir a la entidad sionista”, cantaleta con la que continúan los grupos más extremos (algunos en el poder, como Hamás), no le vendría mal a esos colectivos. Un poco de madurez, realismo, y cambiar el lenguaje violento por uno de pacificación, serían los cimientos para construir de aquí en adelante. Además de desvincularse de la teocracia represora de Irán. El casi nonagenario Mahmoud Abbas, debería finalmente convocar las elecciones que tiene pendientes desde hace años, y la Autoridad Palestina deslindarse de la corrupción.

5. Una oportunidad para la paz

Hace 42 años, el presidente egipcio Anwar el Sadat presenciaba un desfile militar cuando uno de los convoyes se detuvo y de él se bajaron hombres armados que lo mataron a balazos. Había cometido el anatema de haber reconocido la existencia del estado de Israel. Hace 28 años, el primer ministro de Israel Isaac Rabin moría también a balazos en medio de una multitudinaria manifestación por la paz en Tel Aviv. Su atacante, un mozalbete ultranacionalista que hoy se pudre en la cárcel. Rabin había osado convocar ese mitin en favor de los Acuerdos de Oslo para establecer la paz con los palestinos…

Estoy cierto de que hoy no veríamos esas expresiones de extrema violencia ni magnicidios. El mundo, después de todo, ha evolucionado. La normalización de relaciones sería en un entorno pacífico e incluso gozoso, y sería mucho más relevante que los Acuerdos de Abraham, por los que Israel ya mantiene relaciones con Emiratos Árabes Unidos y otros países musulmanes. Pero sigue habiendo muchas dudas. Sadat murió porque la Hermandad Musulmana y otros radicales lo consideraron “traidor” ante la causa palestina. Rabin, por intentar un tratado de paz con ese mismo colectivo. La normalización de relaciones debería retomar una vía hacia la solución de los dos estados. Ello evitaría que Israel tenga que elegir entre ser un país judío o un país democrático, y las acusaciones cada vez más claras de que, si se anexiona Cisjordania, se podría convertir en un país con un apartheid. Sólo hay que silenciar a fanáticos a los que de manera irresponsable se les otorgó tanto poder, como a Smotrich y a Ben Gvir. Nada más.

Algunos se preguntarán cómo es posible que en los momentos en que en Israel campean los fanáticos religiosos se logre un acuerdo con Arabia Saudita. Hay que recordar que fue justo el derechista ultraconservador Richard Nixon, y no un progresista demócrata, quien se acercó a la China comunista para establecer acuerdos entre sí, que le darían un giro a la Guerra Fría y cambiarían el panorama político de aquel entonces. Hoy, si ambos países llegan a ser más tolerantes gracias a este acuerdo, el mundo entero habrá ganado algo importante. Bibi incluso nos podría llegar a caer bien si logra que los palestinos transiten hacia la fundación de su estado. Mientras, MBS, quien ha osado enfrentarse a los sectores más recalcitrantes del wahabismo en su país, se alzaría como un estadista de altura. Y Biden… ah, Biden, ese anciano con tantos lapsus y que se ve asediado a cada uno de sus flancos, se convertiría en una figura histórica y se reforzaría ante la reelección. Y el mundo quizá le perdonaría su pifia al salirse de Afganistán en esas condiciones. Quizá hasta habría que darles algún Premio Nobel a esos “tres amigos”…

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