Por buena suerte encontré en el canal Film and Arts la película alemana de los Buddenbrooks, basada en la novela de Thomas Mann, con el subtítulo “La declinación de una familia” (2008), con el excelente actor Armin Mueller-Stahl como patriarca de la familia, el Cónsul Jean Buddenbrook. Fue una invitación irresistible a sacar de mi librero mi vieja copia de esta gran novela (Ed. Penguin Modern Classics, 1971, 587 pp.). Recuerdo que hace años mi padre me había recomendado el libro, que debí haber buscado entonces. Finalmente, este fin de año fue buen momento para pagar esta deuda, y esta vez el libro guardado durante medio siglo, no se deshojó al leerlo.

Thomas Mann (1875-1955) es tal vez más conocido por “Muerte en Venecia” (1912), inmortalizada por Luchino Visconti en 1971, con música de Mahler, y por La Montaña Mágica”, de 1924, un clásico de la literatura europea. El autor recibió el Premio Nobel de Literatura en 1929 principalmente por Los Buddenbrooks, publicada en 1901, cuando Mann tenía 26 años. Al inicio del auge del fascismo en Alemania se fue a vivir a Zurich, Suiza, hasta 1938, cuando se trasladó a los Estados Unidos, para ocupar un puesto académico en la Universidad de Princeton. Ya era famoso. En 1944 Mann y su esposa Katia adquirieron la nacionalidad estadounidense. En 1952, incomodado por el clima macartista en los Estados Unidos, decidió instalarse definitivamente en Suiza, donde finalmente terminó su vida.

Los Buddenbrooks narra la vida de una prestigiada familia de comerciantes de la ciudad hanseática de Lubeck, ciudad de nacimiento del autor, en la costa del Mar Báltico, a lo largo de más de cuarenta años (1835-1876) y tres generaciones. Es la historia de la propia familia del autor, lo cual hace al libro muy distinto a los otros que publicó. En 1930 vendió un millón de ejemplares sólo en Alemania.

La trama de la novela se enfoca en la lenta decadencia de la familia y de su empresa comercializadora de granos, a medida que su fortuna y su entusiasmo disminuyen. Se le ha considerado de corte decimonónico, siguiendo de lejos a Zola, Balzac y Tolstoi. En su contexto más amplio, tiene algunas semejanzas con “La Guerra y la Paz” de Tolstoi por narrar la evolución de una familia en el tiempo, individualizando cada uno de los personajes, y por la excelencia de su lenguaje.

La prosa de Mann es elegante y detallada, y su capacidad para crear personajes complejos es impresionante. Como en una buena película, los personajes secundarios son tan relevantes como los principales, como parte esencial de la vida de la familia y de la ciudad. El doctor que los atiende, el párroco que pronunciará las oraciones fúnebres de sus muertes, el dueño de la casa donde la

familia toma sus vacaciones junto al mar, la maestra de la escuela de niñas a la que asiste Tony (Antonieta, que ocupa junto con Thomas, los lugares más relevantes de la novela,), los dos fracasados maridos de Tony, las envidiosas primas Buddenbroock, testigos nada amistosos de la vida familiar, los sirvientes y hasta el dentista que los atiende de forma brutal, ya que no se había inventado la anestesia ni los antibióticos. El dentista es relevante porque los Buddenbrook tienen malos dientes, “pequeños y amarillos”, y mucho sufrirán por ello.

Al principio de la novela, se narra como Johann Buddenbrook, padre de Thomas y de Antonieta, registra en un cuaderno especial con pastas repujadas, tal vez en cuero, los principales eventos de la historia de la familia. El cuaderno se guarda en un portafolio lleno de papeles, constancias y fechas de los nacimientos, recortes de periódico, documentos de negocios, invitaciones a ceremonias, cartas de los hijos que visitaron otras ciudades y hasta un diario de viaje a otros países. Todo junto a una biblia traducida por Lutero, editada en el Siglo XVI, conocida como Biblia Wittenberg, que se heredaba de generación en generación, como la empresa. Llegaba un momento en que los niños o los jóvenes revisaban como se había narrado en el cuaderno su nacimiento o sus casamientos, y tal vez agregaban sus propias versiones de los eventos que les tocaba vivir.

La familia registra así, con orgullo, su propia genealogía, ya sea porque Mann recurrió a esta fórmula genial para describir de forma realista a los Buddenbrook, o probablemente porque su propia familia había escrito de esa forma su propia historia.

Una crónica de la novela en Letras Libres (Luis Fernando Moreno, 31 de mayo 2008) considera a Thomas Buddenbrook, el hijo y heredero de Johann, como un hombre obsesionado por cumplir con su deber, “la perfecta encarnación del burgués pulcro y acomodado, un aristócrata del trabajo, aferrado a los principios y exigencias de su clase, comprometido con su ciudad tanto como con su negocio y sus empleados, a los que trata con suma cordialidad. Pero… la responsabilidad lo desborda.” Thomas es un pesimista que, a pesar de ocupar un lugar distinguido y respetado en su ciudad como senador local, no es feliz y tampoco logra mantener el dinamismo de su empresa; mantiene una gran distancia y frialdad frente a su esposa y su pequeño hijo Johann, y a sus tempranos 49 años no encuentra una buena razón para seguir viviendo. Intuye su propia muerte, y en su testamento ordena liquidar la empresa que había durado un siglo.

He seleccionado algunas estampas que muestran el estilo y la riqueza de la novela. (Las traducciones son mías y son informales.)

Christian, el hermano menor hipocondríaco e irresponsable de Thomas, queda descrito de forma implacable: “No era bien parecido. Era flaco y pálido. Su piel se había estirado estrechamente en su cabeza; su amplia nariz tenía un chipote y sobresalía, descarnada y aguda, entre los huesos de sus mejillas, y su pelo empezaba a escasear. Su cuello era demasiado delgado y sus piernas un poco

deformes”. Se aburre cuando debe acudir a trabajar en la empresa familiar. Prefiere pasar el tiempo, desde el mediodía, en un club social, para contar historias, principalmente sobre sus encuentros con mujeres, y en las noches acudir a todas las funciones de teatro posibles. Era todo lo opuesto a Thomas, y los dos hermanos se van a enfrentar de forma irreconciliable.

Tony Buddenbrook, muy cercana a Thomas, orgullosa de la tradición y defensora del prestigio de su familia, espera todo de la vida, pero se casa por motivos sociales convencionales, lo que la lleva a divorciarse dos veces. Esto le genera una culpa y una gran incomodidad frente a las otras buenas familias de Lubeck. Siente que la ven ante todo como una mujer divorciada. El divorcio “pesaba en mi corazón, explica, porque siente que he manchado el buen nombre de la familia, aunque no fuera por mi propia responsabilidad…” Por lo mismo, no tenía vida social más allá de su familia.

La esposa de Thomas, al ser presentada a la familia: “Gerda, era alta y espléndida. Caminaba con un porte libre y gracioso. Su pelo era rojo y denso, sus ojos cafés con unas sombras azules en su contorno, sus dientes eran amplios y brillantes, su nariz fuerte y recta y una boca noblemente formada. Tenía 27 años y poseía una belleza extraña, aristocrática, encantadora. Su piel era muy clara y su cara un poco altiva…” Era una virtuosa violinista que entraba en una familia muy poco musical. No podrá tener más que un hijo más bien enfermizo, lo cual contribuirá a la decadencia de los Buddenbrooks.

El hijo de Thomas, Johann, de apenas once años, no cumple con las expectativas de su padre, es inseguro, mal estudiante y débil frente a sus compañeros de escuela. Sólo goza de sus vacaciones cada verano junto al mar, donde “su corazón se alegraba, sin los ojos vigilantes de su estricto padre ni la monotonía de sus cursos escolares”. Gozaba de “la arena suave que no ensuciaba sus manos, mientras su mirada se perdía sin pensar en los azules y verdes del infinito… y en las tardes miraba los barcos en el horizonte abierto.” A su regreso, después de cuatro semanas que siempre eran demasiado cortas: “Lentamente, lentamente, con lágrimas secretas, el pequeño Johann aprendía a vivir sin el mar, para regresar a una existencia que resultaba atemorizadora y aburrida al mismo tiempo…”

Destaco, para terminar, la larga narración de la muerte de la abuela, referida como Frau Consul, la esposa de Johann, afectada por pulmonía o --según los doctores-- “inflamación de los pulmones”. No logrará una muerte gentil, ante todo porque no estaba preparada para morir. Trata de atenderse, de tomar sus medicinas a tiempo, sin lograr nada. “Los doctores no estaban hechos para traer la muerte al mundo, sino para preservar la vida a toda costa.” Esto se basaba en principios religiosos y morales, lo que sólo alarga la agonía de la enferma. El pasaje es impresionante y melancólico, como la vida misma.

Como en los grandes libros, cada hoja y cada párrafo es original y preciso. No hay realmente un personaje central, porque en distintos momentos, cada personaje está explicado a fondo, desde su propia perspectiva y punto de vista. De lo mejor que he leído.

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