A María Amparo Casar y

a la memoria de Carlos Márquez-Padilla

En un régimen democrático presidencialista quien llega al poder lo hace a través del voto de los electores, pero una vez investido en el cargo, es presidente de todos. Si alguna vez escuchó López Obrador esta máxima de la democracia, le entró por un oído y le salió por el otro. En su diccionario político personal sólo existen dos tipos de mexicanos: sus adeptos (el pueblo bueno) y sus adversarios (los enemigos de México), según la mesa de conversación.

La mayor parte de los mexicanos no imaginaron hasta donde llegarían las consecuencias de este posicionamiento. Desde el inicio de su mandato la polarización era un riesgo que estaba dispuesto a asumir pues de eso dependía mantener sus bases electorales: todo para los pobres y nada para los ricos, como si la aritmética social fuera así de simple en un país tan plural y diverso como México.

En muy poco tiempo vivir en democracia le resultó una incomodidad. Llegó al poder con la mentalidad del priista de los años setenta (de donde él viene), que una vez en el poder su ejercicio debe ser total. En el Congreso logró mayoría simple, un gran activo político para sus planes, pero no suficiente para las reformas constitucionales. El poder Judicial resultaba aún más incómodo pues la aritmética no le favorecía. Para corregir esta situación recurrió a las viejas artimañas del chantaje y la presión para liberar espacios y nombrar a ministros a modo, pero tampoco le ha resultado como esperaba. A lo largo del sexenio hemos presenciado incontables litigios constitucionales en contra de leyes propuestas por el Ejecutivo y aprobadas por la mayoría de Morena en el Congreso.

La libertad de expresión, consagrada en nuestra Constitución, es componente consustancial del sistema democrático. De nuevo, para López Obrador, en la prensa y en los medios de comunicación solo existen adeptos y enemigos. Cualquiera que expresa una opinión distinta a la suya o critique sus acciones, pasa a la categoría de enemigo. A la mayor parte d ellos medios les quitaron los espacios de publicidad gubernamentales como una forma de doblegarlos. La critica y la resistencia continúan.

Es claro también no solo su desinterés sino su total incomodidad con las organizaciones de la sociedad civil, a las que desde el inicio de su mandato ha buscado asfixiar. Obviamente no son parte del pueblo bueno. Tampoco lo son las Universidades y loe centros de investigación. La gente pensante siempre constituye un riesgo.

A pocos meses de dejar el gobierno (por lo menos es lo que dice que va a hacer), tremendamente disgustado por la reciente aparición de un libro de una prestigiada analista política, López Obrador arremetió contra ella públicamente y con argumentos balines mandó iniciarle un proceso judicial por el cobro de la pensión de su marido, un hecho deleznable que ciertamente denigra a quien lo hace y pone en evidencia la pobreza de espíritu del hombre que gobierna a este país.

La acusada, directora de una de las organizaciones más serias dedicadas al estudio del tema de la corrupción, se ha distinguido por la seriedad y profesionalismo de sus estudios, artículos y declaraciones en un tema tan delicado y frente a un gobierno que funciona como campo minado a la menor critica.

¿En qué oficina se denuncian las deplorables actuaciones del jefe del Ejecutivo en contra los ciudadanos? La impunidad del gobernante parece no tener límites. En ese contexto, ¿quién es guardián de la libertad y la democracia en este país? Cuando el gobierno no lo es, solo quedan los ciudadanos.

Poco sabemos sobre quién es Claudia Sheinbaum. Hasta ahora sólo la hemos escuchado repetir dócilmente el catecismo político de su mentor. Tampoco sabemos si, en caso de llegar a la presidencia, habrá un gobierno tras el trono o junto al trono. ¿Continuará el despilfarro de nuestra democracia?

Lo que hoy le sucede a María Amparo Casar nos puede pasar a cualquiera que se oponga a los usos antidemocráticos del poder. En este contexto, la cruzada por la democracia y la libertad es mucho más que una figura retórica. Lo que suceda en las próximas elecciones será decisivo para el futo de este país, para bien o para mal. Debemos estar preparados.

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