En algún momento de 2019, El Supremo subió a YouTube una escena muy mona (https://www.youtube.com/watch?v=IyBme6k7ErA). Acompañado por un camarógrafo oportuno, aparece saliendo del “Elevador más antiguo del Palacio Nacional”. “Miren: este es un elevador de la época porfiriana. Todavía funciona. Yo lo uso. Nos vamos a bajar. Puedo llegar a Palacio y usarlo. Y ya, llegamos”. Lleva un libro de texto gratuito y dice: “Estoy repasando el libro de historia y civismo de mi generación. Qué bien estaban los libros. Se hacía mucho énfasis en la historia de México y desde luego en el civismo. Ya va a regresar el civismo a la educación pública porque en el periodo neoliberal se suspendió el civismo, la ética. De ahí podemos desarrollar que hacen falta las matemáticas, las ciencias, pero tener como base lo social, el humanismo, nuestra historia, el civismo.”

El Supremo mueve la palanca y el elevador desciende: “Es sencillo”. “Puedo yo llegar aquí a Palacio y usarlo”. Al llegar a la planta baja, dice: “Iren, ahístá. Se cierra la puerta y ya estamos.” Es el elevador más lujoso y poderoso de México, exclusivo del hombre más modesto y sencillo de México. Llega a un salón, señala una puerta y dice: “Ahí está la puerta para salir”. Es admirable la habilidad de El Supremo para ver una puerta y deducir para qué sirve. “¿Qué tal, cómo estás”, le dice a una elemento castrense de boina verde que está del otro lado de la puerta. Y ella responde: “Bien, bien, buenos días”.

Una vez en la calle, a un costado de su Palacio, dice El Supremo: “Ya estamos”. Deben ser las 9 de la mañana. Se pone a mirar los edificios y el cielo. “Salimos por una de las puertas de Palacio,” anuncia. Saluda a un transeúnte que le grita: “Presidente”. Empieza a pasar gente que le dice “Señor Presidente, buenos días”. Una pareja le dice: “¿Nos podemos tomar una foto con usted? Somos de la Consejería jurídica”. Otra señora dice “Ay, orita me voy a tomar una foto con él”. La gente empieza a hacer cola para tomarse su selfi. El Supremo sonríe mucho, abraza a las personas y posa con aire de benevolencia. Una señora lo besa trepidatoriamente, y él la besa a ella. La cámara graba cómo truenan los besos. La señora dice: “¡Vengo desde Chiapas! ¡Que nos tomen una foto!”. Otra señora pregunta si puede decir algo y El Supremo le dice: “Sí, ven, ven”. La señora le murmura algo al oído. El Supremo llama a la elemento de la boina verde, señala a la señora y dice: “Se va a quedar aquí un ratito”. La señora agrega: “¡Pero no tengo donde vivir!” El Supremo le dice: “Ahorita voy a mandar a alguien para que la atiendan”. Atención personalizada. La señora gimotea y sigue bien abrazada del Supremo.

Ahora debe haber unas 20 personas tomando fotos. El Supremo les dice: “¡Muchas felicidades!”, como si fuera posible algo más feliz que verlo. “Ya me voy porque tengo que seguir ahí, haciendo patria”.

Se mete al Palacio, señala el elevador y dice: “Voy a subir. Es exactamente lo mismo, pero primero se cierra.” Es admirable que siga sabiendo cómo funciona una puerta de elevador. “Vámonos. Este elevador llega a lo que es la biblioteca, y de la biblioteca a la oficina.” El Supremo recorre algunas habitaciones muy lujosas, con bastante civismo y ética. Unos funcionarios lo reciben, Alejandra Frausto y Gabriel Orozco y Lázaro Cárdenas… Por instinto, El Supremo se alínea para selfi. “Preséntate”, le ordena a Gabriel Orozco. “Gabriel Orozco”, dice Gabriel Orozco. El pintor hace un mohín de modestia.

Del otro lado de la calle, la Suprema Corte de Justicia no se toma selfi. Se queda bastante quieta.

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