Todos hemos visto alguna vez una película o una serie en televisión que nos retrata como es que un asesino serial selecciona cuidadosamente a sus víctimas, las acecha, disfruta la cacería, para finalmente proceder a su captura y posterior tortura y muerte.

En contraparte al psicópata asesino, encontramos a los investigadores policiales (un estereotipo de una pareja de detectives con profundos problemas familiares derivados por su ocupación) o a una fuerza de tarea compuesta por profesionales de distintas agencias y especialidades, recopilando toda clase de evidencias y testimonios para tratar de construir una ruta que los guie al desalmado criminal.

A Hollywood le encanta mostrarnos como es que los detectives van construyendo una especie de mapa mental, el cual van ensamblando en una pared pegando toda clase de recortes del periódico y revistas, fotografías de las víctimas, características físicas y sociales de las mismas, probables perfiles del agresor, retratos hablados de los sospechosos, hilos de colores que trazan patrones geográficos de las desapariciones o de la localización de los cuerpos, entre tantos otros elementos visuales diseñados para sumergirnos en la trama.

Ahora, dejemos por un momento a Hollywood y pasemos a la triste realidad mexicana. A mediados del mes pasado, un chacal llamado Miguel Cortés fue detenido (y casi linchado) en su vivienda por sus vecinos después de que este asesinara en la misma a María José de 17 años. Los gritos de terror alertaron a sus alrededores y la madre de la joven quien corrió en su ayuda, resultó gravemente herida tratando de proteger a su hija.

Una vez que estuvo en custodia policial, las autoridades ingresaron al domicilio de Cortés para descubrir una escena de horror con cráneos humanos, cuchillos de carnicero y serruchos. También encontraron identificaciones y objetos personales de quienes habrían sido sus víctimas… alrededor de 20, aparentemente todas de género femenino.

Es de suma importancia revelar que varias de estas mujeres ya habían sido reportadas como desaparecidas. Y he aquí el quid de esta columna…

En 2015, una joven de 22 años de nombre Frida Sofía desapareció, la fiscalía de la CDMX emitió una ficha de búsqueda que la ubicaba por última vez en la calle hortalizas en Iztacalco.

En 2019, Viviana de 32 años y quien trabajaba en el laboratorio de control ARJ en Iztacalco, también fue reportada como desaparecida. Leo que las autoridades se negaron a acceder a la geolocalización de su teléfono celular bajo el argumento de que no había recursos suficientes (lo que sea que eso haya significado en ese momento).

Ahora unamos estas dos desapariciones: ambas conocían a Miguel Cortés, Viviana era su compañera de trabajo, mientras que Frida tenía varias fotos junto con él en sus redes sociales, y la calle donde Frida fue vista por última vez está a pocas cuadras de la vivienda de Cortés, mismo que no fue cuestionado (ya no digamos detenido como sospechoso) por su posible relación en ninguna de ambas desapariciones.

Seguramente el patrón de actuación de este chacal no difirió en mucho del resto de sus asesinatos. Mujeres jóvenes que vivían o trabajaban en Iztacalco, cerca o dentro de la colonia del domicilio del asesino, mismo que de alguna forma las convencía de entrar a su casa en donde las mataba y descuartizaba.

¿Se imagina a los agentes especiales del FBI dejando pasar estos detalles por alto en una investigación criminal en Estados Unidos? Simplemente impensable.

Estas desafortunadas muertes hacen patente una realidad atroz, la fiscalía especializada en personas desaparecidas no busca a las personas desaparecidas, al igual que la fiscalía especializada en los delitos de violencia contra la mujer no atiende los delitos de violencia contra la mujer. Y todo apunta que ni siquiera existe comunicación entre estas.

En nuestro México, las labores de investigación, de seguimiento y de inteligencia son prácticamente nulas. No hay capacidad, no hay presupuesto o lo peor de todo, no hay voluntad.

La incompetencia, ineficacia, corrupción, saturación y valemadrismo de las autoridades, (en este caso en particular, la función de investigación por parte de las fiscalías especializadas) provee indirectamente un fuerte andamiaje de impunidad que permite que una escoria como Cortés haya logrado matar con pocos recursos, durante años y de forma serial a varias jóvenes indefensas sin consecuencia alguna y sin que alguna investigación llevara a su identificación.

Y que no se nos olvide, fueron los valientes vecinos quienes lo detuvieron ante el horror de su última víctima.

Si tan solo en estos casos se hubiera asignado de forma exclusiva a un par de detectives (tipo película de cine) con interés por las desaparecidas y sus familias, presupuesto y mucha voluntad… seguramente esta columna nunca hubiera sido escrita.

POSTDATA – Se cumple el 3er aniversario de la caída de una estructura que sostenía el paso aéreo de la línea 12 de Metro en la Ciudad de México. Con un saldo de 26 muertos y decenas de heridos, algunos con lesiones que les impedirán permanentemente una vida similar a la que tenían antes del desplome. ¿Adivine usted cuantos funcionarios públicos (pasados o presentes) están tras la rejas por semejante negligencia? Ni uno solo.

Consultor en seguridad y manejo de crisis

@CarlosSeoaneN

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.