Luego de enfrentarse a sus propios demonios detonados por el plagio literario en “Cicatrices de la memoria”, y expiarlos, el escritor y editor vuelve a la novela, cinco años después, con “Demonios de la culpa”, una novela en la que recupera el México de la década de los 50 en el siglo XX, tiempo en el que están los orígenes del narcotráfico, pero también que quedó en la memoria a través del cine mexicano, las telenovelas mexicanas, la vida nocturna de la Ciudad de México, sus cines, sus restaurantes, sus calles, sus personajes, pero también el país de su infancia, porque está novela se nutre de los recuerdos de sus primeros 13 años de vida.

“Demonios de la culpa” (Alfaguara, 2024) narra la historia de los Esponda, una estirpe marcada por la ambición y condenada a la tragedia, una obra que sin nostalgia va al México de los recuerdos de Sealtiel Alatriste, recorre la colonia Roma, el Centro Histórico, La Merced, y emprende una ventura que llega al norte de México, a Tijuana, a eso que desde el centro y desde la mirada de un niño que ama los cómics y las novelas de aventuras, representa el Lejano Oeste, por eso hay quienes definen a esta novela como un western a la mexicana.

“Es un western a la mexicana en el sentido de que ‘Enamorada’ pueda ser considerada un western. Esta novela tiene más que ver con el western de Sergio Leone, el Spaghetti Western, más que con ‘El bueno, el malo y el feo’, con el ‘Érase una vez en América’, con esta manera de recordar esa infancia y recordarla en este tono aventurero de lo que es el western y el cómic”, señala el narrador nacido en la Ciudad de México, en 1949.

Cortesía Alfaguara.
Cortesía Alfaguara.

El también autor de “Verdad de amor”, por la que obtuvo el Premio Internacional de Novela-Planeta-Joaquín Mortiz, asegura que en “Demonios de la culpa”, hay escenas de cantina y de pistoleros, “están ahí los pistoleros, aunque no hay un duelo, me hubiera encantado; pero hay el viaje de los Esponda que salen a perseguir a la mujer que aman hasta el lejano Tijuana, que es el Lejano Oeste, y todo está descrito como un campo de batalla. En ese sentido es un western, en un interés de que esté el ambiente de ‘El libro vaquero’”, afirma Alatriste.

El narrador, editor y diplomático asegura que esta novela no está escrita con nostalgia, pues no cree que ese México de los 50 del siglo pasado, sea mejor que este, más bien ese fue el México en el que él creció y así era o lo recuerda.

Alatriste señala que quizás es un México que le pertenece, porque ahí creció, porque le gustaba más. Su familia vivía en la Colonia Del Valle, y su abuela vivía en la colonia Roma y ahí tenía sus amigos, con quienes recorría y acudía a las matinés de los cines como el Balmori, el Roma, el Royal, el Estadio, y al límite de la Colonia Del Valle estaba el Moderno y el cine Continental. “No tengo nostalgia de ese México, y no quise retratar a la ciudad con nostalgia, sino al contrario con fuego, por eso se dice que es una ciudad al rojo vivo”, afirma.

También asegura que en su novela lo que sí cuenta es el origen del narcotráfico que empezó como pandillas, como un negocio pequeño, tiempo en el que de los Estados Unidos vino el ejército a convencer a los agricultores mexicanos de sembrar mariguana. Cuenta cómo había un “barrio de gomeros” en Sinaloa; y deja ver cómo cuando ese negocio se volvió ilícito se volvió violento, aunque no eran gente esencialmente violenta, era gente al margen de la ley, sin embargo, ahí empezó en ese tiempo una cosa que, asegura, es el mayor problema de México, vivir al margen de la ley.

“Nosotros nos alegramos de las remesas, pero las remesas son dinero ilegal; yo no quiero que maltraten a los mexicanos allá, yo quiero que haya una ley para los migrantes y que cada quien decida dónde vivir, pero eso no quita que haya una ilegalidad en eso, yo por lo que pugno, es porque haya una legalidad, pero esa ilegalidad tolerada empezó en ese México. Y creo que ahora nuestro problema mayor es la tolerancia de la ilegalidad, el comercio ambulante, el derecho del piso, que no está legalizado, pero está tolerado. Esa ilegalidad tolerada es un drama”, afirma Alatriste.

Expiar la culpa

Comenzó a escribir “Demonios de la culpa” hace más de 30 años, aunque era otro el tratamiento, los personajes, los lugares de su recuerdo y ese México era algo que le interesaba, ansiaba recuperar momentos de la cultura popular, servirse de ciertos mitos de que están en los cartones de Abel Quezada o que están en el cómic, e incluso están en elementos con los que aprendió a leer que fue con los cómics y con los dibujos de su padre, que era dibujante.

“Yo quería hacer una novela donde esos personajes estuvieran ahí, surgieran, que estuvieran las telenovelas, que hubiera una mujer cruel como Rubí, pero que al mismo tiempo estuviera contando con el humor para que se evitará caer en el melodrama y contar la vida real. Al principio era una historia más de cabarets y de pachucos y de la calle y de amor”, señala Alatriste, quien, durante la pandemia recupera esta historia que pudo hacer arrancar cuando se le ocurrió el narrador, “un testigo cercano, casi personaje”.

Pero también cuando encontró la primera frase: “Ahora recuerdo que cuando se supo que los hermanos Esponda regresaban al edificio Balmori más de un vecino volvió a contar la historia de su partida, o mejor, entre todos desempolvaron las diferentes versiones que durante estos años nos habían ido diciendo o inventando de su mítico viaje”.

Luego de ese par de elementos, encontré los años que querían narrar, “inicia en el año 49, que es el año de mi nacimiento, para que cuente los 13 años de mi infancia, por eso termina en 1962. Eso me permite refrescar mi memoria, contar eso que yo viví en la sastrería de mi abuelo, las loncherías a las que iba yo a comer, la calle cómo era, cuando iba con mis amigos a la matiné del Balmori, la colonia Roma que recorríamos. Eso me permitió tomar un punto de vista bastante alegre, desparpajado, humorístico y que puede entrar a las escenas tradicionales de la familia mexicana de los 50, sin caer en el melodrama, un poco riéndose, pero cuando la cosa se pone seria, pues se pone seria”, concluye el narrador.

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