Acapulco tiene veinte años (2003-2023) padeciendo a los señores del crimen organizado, esas temibles bandas sicarias locales que son sumamente perversas y dañinas en todas sus modalidades: narco, extorsión, secuestro, explotación sexual de menores. Ya habrá visto usted a varios de sus distinguidos miembros en días recientes, embozados en sus motos, armando las rapiñas, fomentándolas, escudándolas. Y a pesar de todos esos flagelos sociales y económicos (los que genera el crimen organizado), el puerto ha resistido. Acapulco es tan fuerte y su gente buena es tan emprendedora y chingona, que se pondrá de pie a pesar de la devastación que provocó Otis.
En la Bahía de Santa Lucía y sus alrededores era tal la potencia del turismo y los servicios que, al terminar el siglo pasado, ahí se generaba entre el 75% y el 80% del PIB de Guerrero, de acuerdo a la fuente que usted consultara. Imagine: ¡75-80%! Una mina de oro. Sus hoteles y playas se llenaban de turistas mexicanos (sobre todo chilangos de fin de semana) y estadounidenses -los famosos spring breakers- y gracias a ello la derrama económica era muy cuantiosa varias veces al año.
Súbitamente los narcos enloquecieron y diferentes grupos criminales se empezaron a pelear la plaza de la manera más torpe y brutal que encontraron: regaron cabezas y cuerpos por todos lados, armaron constantes balaceras, desaparecieron gente, extorsionaron a medio mundo (comerciantes, restauranteros, hoteleros, taxistas, discotequeros); vaya, le cobraban piso hasta a los vendedores ambulantes y prestadores de servicios en las playas (al de las motos acuáticas, al de la banana, al del paracaídas, al vende cocos), y con ello afectaron gravemente la economía local y la del estado completo.
A todo lo anterior agréguele la incompetencia de la mayoría de los gobernantes estatales y municipales que han pasado por ahí, la corrupción de no pocos de ellos, la complicidad con criminales de unos más (caso Ayotzinapa), y entenderá que Guerrero es un sobreviviente y que Acapulco es una ciudad heroica por el simple hecho de permanecer en el corazón de millones de mexicanos.
Muchos turistas buscaron otras alternativas: los teenagers no volvieron por legiones como hacían cada primavera, los chilangos de clase media para arriba se refugiaron en sus casas y condominios, y Acapulco ahora genera poco más del 50% del PIB del estado, 25-30 puntos porcentuales menos de lo que producía.
Los criminales, en su calidad de empresarios suicidas, casi extinguen su propio mercado. Lo sé porque ahí viví cinco años (2000-2005) y presencié el derrumbamiento de la ciudad producto de la locura sicaria. Un fin de año mi hijo mayor (que era un niño) y yo fuimos a Pie de la Cuesta para ver la puesta del sol en el restaurante de playa que tenía una entrañable persona. ¡Cómo gozamos estar vivos aquella tarde, pintado de colores fosforescentes todo el cielo! Unas horas más tarde me llamaron: poco después de nuestra partida, habían asesinado al amigo, al dueño del lugar. Así, por el arrebato macho de un hitman. Otro día un sicario casi me mete un tiro en la cabeza frente a mi hijo sólo porque quería comprar primero que nadie en un Oxxo. Nos fuimos del puerto pero una y otra vez regresé al estado a reportear las guerras narcas que se dan en todas las regiones de Guerrero, para narrar la degradación social que ocasionan.
Hoy veo las imágenes de desolación en las calles y las avenidas que tantas veces recorrí y entonces toma sentido la alerta que surgió desde Estados Unidos: "Se está desarrollando un escenario de pesadilla para el sur de México con Otis intensificándose rápidamente al acercarse a la costa", previno el Centro Nacional de Huracanes (CNH) en un despacho hecho público a las 21:00 horas del martes pasado, cuando el huracán estaba por vapulear al puerto. Too late. Los acapulqueños estaban por padecer su peor noche, justamente un escenario delirante… y la mayoría de ellos ni siquiera lo sabía. Nunca se dieron por alertados. "Esta es una situación extremadamente grave para el área metropolitana de Acapulco, ya que es probable que el núcleo del destructivo huracán se acerque o pase sobre el lugar a primera hora del miércoles", completaba el documento.
En una nota previa, a las 18:00 horas, había advertido que ya todo pintaba mal para ese momento: "No hay señales de que esta intensificación explosiva vaya a detenerse (aludía a la insólita velocidad con que Otis pasaba de tormenta tropical a huracán). Esto es una situación extremadamente peligrosa y todos los preparativos para Otis deben acelerarse”. Intensificación explosiva extremadamente peligrosa. No exageraban esas palabras, aunque prácticamente nadie aceleró los preparativos de protección civil, a pesar de que las autoridades contaron con cinco o seis horas para alertar. ¿Hubo negligencia e ineficacia de los gobiernos federal, estatal y municipal? Así parece. Y eso costó: hasta ahora hay 27 muertos y 4 desaparecidos.
Acapulco luce irreconocible. La Costera es un depósito de desechos. Observo las palmeras destrozadas, las playas anegadas de basura (hasta un coche vi volcado por ahí), las embarcaciones de pescadores y turisteros encalladas, deshilachadas, inservibles, igual que la mayoría de los yates; mis amistades no responden llamadas y mensajes y se me estruja el corazón. Veo hoteles azotados (8 de cada 10 tienen daños), departamentos latigueados por las rachas huracanadas, negocios derrumbados (hay 80 mil afectados en el estado) y entonces entiendo que va a ser muy duro, pero sé que Acapulco renacerá.
Ayudemos todos, por favor: además de la ayuda que podamos enviar ahora, vayamos a pasear allá cada vez que podamos y seamos generosos con nuestros gastos, que en realidad no serán tales sino una inversión que pasa por la permanencia de nuestros recuerdos de la infancia, la adolescencia, la juventud, y la madurez, pero sobre todo, por la memoria afectiva que Acapulco y nosotros todavía tenemos por escribir.
TRASFONDO
Desde pequeño Acapulco ha estado en mi vida. Dos primas-hermanas y un primo-hermano vivían ahí cuando yo era niño. Ir a visitarlos era una verbena. De adolescente la Bahía de Santa Lucía era destino frecuente y fui al puerto con mis dos primeros amores antes de ser adulto. Imagine usted la belleza de eso. Mis amigotes burgueses de la época y yo sólo teníamos una palabra en la cabeza cuando llegaba la noche: Baby’O, que era sinónimo de desenfreno juvenil. Nos tirábamos a todos los excesos de teenagers y al amanecer comíamos almejas vivas con limón y chile en la playa, moluscos que les comprábamos directamente a los pescadores, para luego ir a dormir un rato antes de asolearnos como cuijas cubiertas con aceite de coco. Y lo que dije más arriba: solos los dos, al inicio del siglo mi hijo y yo vivimos allá y nos convertimos en coleccionistas de colores de puestas de sol. Era una maravilla hacer ejercicio juntos (yo corría y él andaba en patín del diablo), tirarnos a surfear en tablas de pecho en el Revolcadero, esquiar en la Laguna de Coyuca con todo y el miedo de que nos tragara un cocodrilo; hacer hata yoga (yo, él imitándome) en la azotea de nuestro edificio viendo los portentosos atardeceres; meditar en la arena al lado del mar, dormir siestas en las hamacas, comer y comer deliciosuras y reír y reír como sibaritas locos los domingos luego de un ceviche y una paella o un pescado a la talla. Casi toda la gente que más he querido y amado en mi vida (familia, amistades, parejas) ha vagabundeado conmigo en Acapulco a lo largo de toda mi vida. Estoy seguro que la bahía, una de las más bellas del mundo por la noche, recuperará todo su esplendor, pero insisto: ayudémosla, y con eso contribuyamos para mejorar la sufrida existencia de todos los acapulqueños.
Twitter: @jpbecerraacosta