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Esa tarde, se disparó “para dirimir la contienda presidencial, para desacreditar al Ejército y que [el entonces regente del Distrito Federal, Alfonso] Corona del Rosal jamás fuera, ni ningún otro militar, candidato a la Presidencia de la República”, revela Carrillo Prieto.
A poco más de una década de concluir su tarea en la también llamada fiscalía del pasado, considera que el error de la Comisión de la Verdad o la fiscalía para indagar el pasado fue no conocer los acuerdos políticos del entonces secretario de Gobernación, Santiago Creel Miranda, y del ex presidente Vicente Fox.
“No haberle preguntado a Santiago Creel cómo estaban los acuerdos políticos para este tema, el grado de compromiso. No haberle preguntado a [Vicente] Fox hasta dónde quería llegar... hasta que me di cuenta de que no quería llegar a nada”. Carrillo Prieto señala: “Lo que sí fue una simulación fue el apoyo del poder público a la fiscalía”. En su casa, rodeado de fotografías y obras de arte, el académico del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, así como el primero y único fiscal para encontrar “la verdad del pasado” en México, quien ocupó el cargo entre enero de 2001 y noviembre de 2006, hace una pausa a su retiro de la administración pública, ocurrido en 2011, tras un intento de inhabilitarlo 11 años del servicio público. En entrevista con EL UNIVERSAL, espera que el aniversario número 50 del “sacrificio juvenil” del 2 de octubre de 1968 sirva para despertar a la nación de su letargo.
¿Qué pasó ese 2 de octubre?, ¿hubo una matanza?
—Desde luego, un genocidio. Cuando se preparaba la resolución del conflicto, el autoritarismo le dijo al Consejo Nacional de Huelga (CNH) que iban a dialogar con ellos para tratar de encontrar una solución negociada al pliego petitorio. Se tendió la trampa. Un hombre deplorable, dañado, perturbado gravísimamente que se refería a él mismo como “mi personal fealdad”, ese señor, el licenciado [Gustavo] Díaz Ordaz, temeroso de algo que le había hablado al oído el ex secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez, diciéndole que Marcelino García Barragán y la cúpula del Ejército iban a intentar un golpe de Estado, o por lo menos que lo iban a deponer, encarcelar o exiliar, que peligraban muchas cosas. Asustado con eso, ese personaje lamentable de nuestra historia, aconsejado por su secretario de Gobernación y con el miedo que tenía Echeverría de que el general Alfonso Corona del Rosal, regente de la Ciudad de México, pudiera acceder a la candidatura del PRI a la Presidencia. Con Luis Gutiérrez Oropeza, general de división y jefe del Estado Mayor Presidencial, urdieron la trampa y se confabularon para el crimen. Se trataba de contener a los muchachos para que no fuéramos a reunirnos, saliendo de ahí, a las asambleas del Poli y tratar de rescatarlo porque también estaba ocupado por el Ejército.
¿Cuál fue la hipótesis?
—Entre el 2 y 3 de octubre, elementos vestidos de Civil del Estado Mayor Presidencial ocuparon los departamentos de la cuñada de Echeverría, situados en Tlatelolco, para provocar desde ahí una respuesta muy fácil de encender por el nerviosismo que estaba en todos. A estos, lo que les interesaba era su maldita Olimpiada del 68, otro de los dobles discursos del Estado mexicano: afuera el candil, adentro la tiniebla. Lograron su cometido porque ante los disparos de los francotiradores, el Ejército contestó. En la confusión, hubo un conjunto de muertes cuyo número nunca logramos aclarar. En la Estela de Tlatelolco están los que se reconocen: no hay pruebas en Semefo, todo desapareció.
Es el país de las desapariciones: desaparecen expedientes y personas... La versión de Carlos Monsiváis y Carlos Montemayor de que el general Luis Gutiérrez Oropeza, jefe del Estado Mayor Presidencial y amiguísimo de Echeverría, le pide que sus “muchachos puedan bajar” en la madrugada del 3 [de octubre]. Los datos casan y por eso después pudimos elaborar la acusación por genocidio. Eso permitió que el Poder Judicial consignara y concediera el auto de formal prisión domiciliada durante dos años a Echeverría.
¿Por qué se disparó a los jóvenes?
—Para dirimir la contienda presidencial, para desacreditar al Ejército y [que] Corona del Rosal jamás fuera, ni ningún otro militar, candidato a la Presidencia, para decir: “¡Aguas!, porque el Ejército puede dar un golpe de Estado”.
Díaz Ordaz temía un golpe de Estado, otras versiones señalan que se pensaba que los estudiantes podrían sacar al presidente del Palacio Nacional, ¿cuál fue la razón?
Y además, ¿urdió la matanza de Tlatelolco?
—Como Presidente de la República es el autor de la Guerra Sucia. No solamente se le carga el 10 de junio, sino las atrocidades cometidas sobretodo en la Sierra de Guerrero. Es el maestro de la desaparición forzada, de la tortura, la inhumación clandestina y la ejecución extraoficial. Él soltó al Ejército y le dio permiso para matar.
¿Echeverría urdió y Gustavo Díaz Ordaz dio la orden?
—No, nadie dio una orden, es decir, Luis Gutiérrez Oropeza [jefe del Estado Mayor Presidencial en el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz] y Echeverría quedaron de acuerdo en la estrategia: provocar al Ejército.
Suena a que está exonerando a Díaz Ordaz, el villano de la historia desde hace 50 años.
—Desde luego. Es de él la ocupación del Ejército en CU, el bazucazo [en la Escuela Nacional Preparatoria 1], pero eso de Tlatelolco no es de él. Es muy fácil hacer a Díaz Ordaz el culpable perpetuo de este asunto. Era facilísimo: un hombre tan feo, aunque parezca una frivolidad, era muy fácil endilgarle a él todo. Además, la soberbia de ese hombre de decir: “Asumo la responsabilidad jurídica, política, moral e histórica de los hechos del 2 de octubre” con tal de salvar todo.
Echeverría tuvo dos años de condena, ¿fueron suficientes?
—Desde luego que no, pero no se puede esperar menos en un país donde el Poder Judicial no existe.
¿Cuál es la cifra más cercana al verdadero número de muertos del 2 de octubre?
—En la fiscalía [fue] muy complicado, pero por supuesto la cifra supera la de la Estela de Tlatelolco sin llegar a los 100. No importa nunca el número, con uno, con un muerto hubiera sido reprochable.
Pero en Tlatelolco, ¿hubo genocidio?
—Sí, porque además se forma parte de una cadena. Tlatelolco se une al 10 de junio y a la desaparición forzada, a la Guerra Sucia en Guerrero. [Los hechos] están de alguna manera concatenados. Hubo una voluntad sistemática continuada de acabar con la oposición política, armada o no.
Si los culpables ya están muertos, ¿cómo podría hacerse justicia?
—Primero establecer ministerialmente la verdad de los hechos, como no puede haber la aplicación del reproche penal por esa razón. Está la reparación del daño. Mis compañeros, hay algunos que viven, que sufrieron la prisión de Lecumberri.
¿Existen aún elementos para que se pudiera dar justicia en este caso? ¿Para poder volver a juzgar a Echeverría?
—Nacionales no, internacionalmente sí. Debió ser juzgado por la Corte Interamericana de San José, Costa Rica.
¿La fiscalía fue una simulación?
—No. Fue un expediente que un hombre ingenuo y de buena fe, un grupo, tomó y procuró usar para cumplir el cometido de la ley. [El error fue] no haberle preguntado a Santiago Creel cómo estaban los acuerdos políticos para este tema, el grado de compromiso; no haberle preguntado a Fox hasta dónde quería llegar... hasta que me di cuenta de que no quería llegar a nada. Lo que sí fue una simulación fue el apoyo del poder público a la fiscalía.
¿Quién frenó a la fiscalía? ¿Fue Vicente Fox, Elba Esther Gordillo?
—Todos, bueno Elba Esther Gordillo, Fox, Felipe Calderón después.
¿Es necesario crear una fiscalía a 50 años del Movimiento Estudiantil de 1968?
—Es preciso recobrar un mandato que no es un nombre o de un grupo, el mandato de la ley por la verdad y justicia por una parte. Si no hay eso, vamos a seguir viviendo sobre una trampa, en una mentira, y nada bueno se puede edificar sobre la mentira.
¿Cree que en algún momento se va a poder conocer fehacientemente qué fue lo que pasó?
—¡Claro! ¿O no somos hombres y mujeres con razón y corazón?
A 50 años, ¿hay que perdonar?
—No se puede perdonar, ¿qué vas a perdonar? ¿Qué perdonas si no sabes qué? ¿A quién perdonas si no hay responsables?
¿Todavía existen los expedientes para retomar la investigación?
—No sé, yo entregué todo a Javier Laynez Potisek, no sé qué hizo él.
¿Es posible que el Ejército haya desaparecido los expedientes?
—Sería gravísimo, pero es posible.
¿Qué le generó a usted cuando supo que Echeverría estaba en recientes fechas internado, que tenía problemas de salud?
—Lo lamenté muchísimo porque pensé: “Además de los demonios que te han de asaltar en las noches, los fantasmas que han de poblar tus insomnios, ahora no puedes respirar bien... y estás muy viejo, compañero Echeverría”.
¿Lo que no pagó en la cárcel lo paga ahora?
—No ha de ser fácil vivir con un reproche así, de viejo, débil.
¿Se siente satisfecho?
—No podría. Lo importante es que si la sociedad mexicana se siente insatisfecha que despierte de su letargo. En la amnesia y en el olvido no hay nada que cosechar. Sólo se obtiene negar la realidad. Es hora de revisar lo que estamos haciendo. Esa preferencia por la seguridad antes que cualquier otra cosa, no.
¿Se refiere a la ley de Seguridad Interior?
—Una ley de Seguridad Interior que es una amenaza a las libertades públicas mexicanas y que debe ser rechazada con todo rigor. A quien más se va a lastimar va a ser el Ejército. Los civiles que no saben hacer su tarea recurren al último expediente que tienen para sacar el problema y es muy claro que se trata de los preventores para una intervención militar en las elecciones de 2018.
Con la Ley de Seguridad Interior, ¿puede haber los elementos para que se repita Tlatelolco?
—Tenemos Tlatlaya, Tanhuato, Ayotzinapa, pero digamos la típica intervención militar [es] Tlatlaya.
Creo que sí se puede repetir, pero en centuplicado.