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justiciaysociedad@eluniversal.com.mx
Gilberto Guevara Niebla, uno de los ex líderes del movimiento estudiantil de 1968, enfrenta sentimientos encontrados al llegar al aniversario 50 de las marchas juveniles y la matanza del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas. Recuerda a las protestas como “maravillosas”, pero también lamenta ver a una sociedad “desmemoriada” que ha quedado a deber a los muertos de Tlatelolco, a quienes considera “héroes de la democracia”.
Pausa por minutos sus actividades como consejero del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) para hablar con EL UNIVERSAL. Guevara Niebla, quien fue torturado y estuvo preso en Lecumberri, mira con tristeza cómo sus amigos y antiguos líderes del Consejo Nacional de Huelga han ido muriendo sin que la sociedad o el Estado les hayan dado un reconocimiento significativo, a pesar de que impulsaron buena parte de las libertades democráticas que ahora existen.
Lamenta que no hubo sanciones para los “verdugos” de Tlatelolco. Indica que fueron recompensados y algunos han reaparecido en la escena electoral de 2018.
Guevara Niebla, quien es funcionario público desde la administración del priísta Ernesto Zedillo Ponce de León, asegurá que no ha renunciado nunca a sus ideales y que, por dentro, continúa siendo un profesor universitario de la clase media.
¿Cómo llega al 50 aniversario del 2 de octubre y del movimiento estudiantil del 68?
—La constatación de que han transcurrido 50 años produce sentimientos encontrados. Uno evoca el movimiento estudiantil como un fenómeno maravilloso. Fue un despertar súbito a la libertad de una sociedad que vivía condiciones de opresión. Además, hay tristeza por el desenlace que tuvo y el tratamiento que le dieron las autoridades, que fue brutal, bárbaro, salvaje y totalmente inmerecido. Se acabó con esa expresión de alegría y vitalidad que trataba de democratizar al país con un baño de sangre y el sacrificio de las vidas de centenas.
¿Cómo debería conmemorarse este 2 de octubre?
—El movimiento estudiantil fue un fenómeno nacional con una enorme trascendencia para determinar el desarrollo del país. Todos los mexicanos tendrían que sentirse comprometidos en la conmemoración. Hay una auténtica disputa por la memoria y fuerzas políticas muy interesadas en impedir que la memoria perdure, se revitalice y trascienda. Hay gente que busca activamente que se olvide, porque para mucha gente es un episodio que suscita en ellos remordimientos y les saca de su zona de confort, me refiero a los militares y a la vieja guardia del PRI.
¿Cómo era el ambiente político de ese entonces? ¿Cómo eran las discusiones en 1968?
—Fue un movimiento de muchachos muy inexpertos que explotaron la lucha por la democracia y por las libertades políticas contra los abusos de la policía y los reprimieron. Es una realidad brutal, porque la represión lo que produjo fue una sociedad muy resentida. Eso se mantiene hasta el presente, lo que nos está gobernando es el resentimiento en vez de las ideas.
Se escucha decepcionado, ¿el país se convirtió en lo que ustedes se imaginaban?
—La democracia que se produjo resulta muy insatisfactoria en muchos aspectos: por la supervivencia de la herencia autoritaria que todavía cristaliza en instituciones como el Ejército y el PRI. La represión de Tlatelolco produjo efectos brutales sobre la cultura política de la gente, brutales.
No me refiero solamente a los que la experimentaron físicamente. Había 200 mil muchachos en todo el país metidos; era un movimiento nacional, todas las universidades estaban en total agitación, todas, sin excepción, y en algunos casos los gobernadores y los rectores aplastaron a los estudiantes o el Ejército.
Cuando reprimes a una población, a una masa, generas resentimiento, odio, coraje e indignación y esa es la peor manera de educar para la democracia. No educas para la violencia.
¿Qué efectos tuvo esa represión y violencia en el país?
—Fue el caldo de cultivo en el cual floreció el marxismo, la radicalización y las guerrillas urbanas que involucraron a miles de jóvenes que también fueron reprimidos de una manera brutal. Toda la izquierda mexicana y [Andrés Manuel] López Obrador es la manifestación más conspicua de eso, es la expresión de ese resentimiento. Lo que representa en la actualidad es la sociedad que explota.
Ese señor no creo que sea democrático ni creo que comparta los valores de ese año ni nada pero explota el resentimiento, que no es democrático: es odio y violencia. Ese señor al declarar “la mafia del poder”, lo que hace es polarizar a los mexicanos, decir: “Estos son los buenos y estos los malos”, y la lucha electoral en vez de [ser] una competencia fraterna entre ciudadanos que son hermanos finalmente, es una lucha a muerte entre dos bandos. Esa es la polarización que está creando este señor, eso no tiene que ver con democracia. El movimiento del 68 fue democrático, pero la represión generó desde 1968 una cultura de resentimiento y agravio que hoy está explotando.
¿Cómo ha sido esta transición social hacia la democracia de 1968 para acá?
—Somos una sociedad a la que durante décadas se nos educó en una lógica de un civismo de sumisión, silencio, autocensura y apolítica, nada que ver con lo que debe ser un civismo democrático. Ese es el problema de México, que avanzamos hacia un sistema electoral democrático, pero con una ciudadanía poco educada, que no asume los valores de la democracia, no los practica y sigue siendo víctima de los reflejos condicionados que nos dejó el autoritartismo, un sistema político en el cual el ciudadano no aprende a mandar, sino a obedecer, un sistema político en el cual quien toma las decisiones es visto como un caudillo y hay un proceso de infantilización de la ciudadanía. Todavía está muy presente en nuestra cultura política.
¿Cómo fue la vida para usted después del movimiento?
—La vida ha sido muy difícil, estuve casi tres años en prisión, viví un exilio en Perú y en Chile, todo fue muy difícil. Ha sido una lucha permanente. Primero fue en ese año, una lucha en la calle, pero luego en la cárcel había que seguir luchando por nuestra libertad, y luego que salimos de la prisión había que luchar por integrarse a la vida productiva y fue muy difícil lograrlo, fue muy difícil terminar la carrera en la cárcel. Yo hice mi tesis ahí.
¿Cómo fue este reintegrarse a su vida después de la cárcel?
—Todo ha sido sumamente difícil, pero además enfrentamos muchas adversidades. Yo me titulé de biólogo. Fue muy difícil encontrar trabajo y me hice profesor. Cuando entré a la [Universidad Autónoma] Metropolitana, el rector era el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, que era amigo íntimo [del ex presidente Gustavo] Díaz Ordaz; este señor me impugnó para que no entrara como maestro. Nos ponían a nuestro lado informantes, probablemente servicio de inteligencia militar, de la policía, tipos espiando, había un acoso permanente; hubo temporadas en las cuales se me molestaba en mi casa.
Todo ha sido una lucha permanente. Cuando vas a la guerra a de fender a tu país, como los combatientes de Estados Unidos que fueron a Vietnam, regresaron y algo que irritaba mucho fue que no tuvieran ningún reconocimiento social. Venían de la guerra y habían dado la vida por su país, llegaban a sus ciudades, veían que la gente era feliz y que trabajaba, pero no se daban cuenta que él de alguna manera habían luchado por ellos para que preservaran sus condiciones de vida. La frustración era enorme de los combatientes de Vietnam, igual los que combatimos en 1968.
¿Cómo fue que usted entró al servicio público?
—Es esa necesidad de reconocimiento lo que me llevó a aceptar trabajar en la SEP en 1992, cuando Ernesto Zedillo ocupó la Secretaría de Educación Público [SEP]. Él había sido estudiante en 1968 y también estuvo detenido. Lo pensé mucho y acepté entrar. Finalmente había cambiado el país: ya había CNDH, sociedad civil y apertura de los medios de comunicación. [Carlos] Salinas era presidente, pero era otro país: se abría.
A 50 años de ellos, ¿la sociedad mexicana todavía recuerda estos acontecimientos?
—He comprobado que guarda una pobre memoria y ha sido muy ingrata con los actores y con las víctimas: nunca ningún funcionario mexicano pidió perdón por el crimen que cometieron. Nunca, ni uno solo de los verdugos de Tlatelolco ha sido procesado, sentenciado o castigado. Fue un crimen brutal, descomunal el que se realizó con total impunidad. Por el contrario, los verdugos fueron premiados, ocuparon posiciones de privilegio dentro del Estado, algunos todavía forman parte del aparato político. En el mismo equipo de [José Antonio] Meade, el candidato del PRI, está Augusto Gómez Villanueva.
¿Por qué ha sido ingrata la sociedad mexicana?
—Quienes actuamos como líderes del movimiento estudiantil nunca hemos recibido ningún reconocimiento significativo ni de la sociedad ni del Estado. A estas alturas, muchos colegas míos como Raúl Álvarez Garín, Marcelino Perelló, Eduardo Valle, Leobardo López Arretche, Roberto Escudero, Luis González de Alba y Florencio López Osuna fallecieron. Toda una camada de compañeros murieron y su deceso fue totalmente desapercibido por la sociedad, pero todos sufrieron de una manera dolorosa y cruel los efectos de la represión. Son héroes de la democracia, porque nuestra transición a la democracia resulta inexplicable si no la referimos a esa gesta heroica y al sacrificio que hizo nuestra generación.
¿Qué representa esto?
—Que los verdugos están todavía aquí, vivos y con posiciones de privilegio dentro del Estado y la política. Dentro del Ejército también, porque fue el primer ejecutor de los estudiantes y jamás ningún secretario de la Defensa se ha atrevido a disculparse por los errores. Los oficiales que dirigieron la represión fueron premiados, se les distinguió incorporándolos al servicio exterior, se les envió a embajadas y se les ascendió. Al Ejército, que es la primera institución que tiene mayor responsabilidad, jamás se le ha pedido cuentas.
¿Fue suficiente la prisión domiciliaria para Luis Echeverría?
—Nunca el Estado desarrolló un proceso judicial en forma contra los verdugos de Tlatelolco, no. Lamentablemente los guardianes de la memoria han sido figuras muy débiles y casi irrelevantes. Nunca ha habido un proceso que salde cuentas. El destino de Echeverría es irrelevante porque no fue juzgado por el 68 ni hubo un proceso en forma. Él concertó la acción del Ejército, de la Dirección Federal de Seguridad, de la Policía Federal de Seguridad y de la Policía Judicial. Es el verdugo principal durante todo el conflicto estudiantil y todo el mundo sabe que lo que se disputó fue ganar la candidatura a la Presidencia de la República. El precio para México fue altísimo.
¿Después de tantos años?
—México necesita saldar cuenta con su pasado, donde dominaron prácticas de barbarie, eliminaban a los opositores y se reprimía por sistema todo movimiento social independiente. Es un sistema autoritario, brutal, salvaje, que basó su dominación en la tortura, la cárcel y, sobretodo, en el asesinato, hay miles y miles de víctimas que son atribuibles a ese sistema político autoritario.
Ese PRI, que nunca fue renovado, nunca accedió a la democracia. Es contradictorio porque los mexicanos le debemos la transición democrática.
¿Hay herederos del movimiento de 1968?
—La herencia está presente en la gente que lucha por la democracia, una democracia que consiste en que los mexicanos como ciudadanos entramos a una regla de juego compartidas y compartimos valores, que son la libertad, el respeto absoluto de la libertad, la tolerancia y los derechos humanos.
Algunos señalan que Ayotzinapa es el heredero del 68
—No. Ayotzinapa fue otro Tlatelolco, otro crimen brutal, salvaje, inaceptable desde cualquier punto de vista, y hay que exigir que se esclarezcan los hechos, pero el movimiento que sigue a Ayotzinapa no tiene nada de democrático, de inteligente, ni se identifica con los valores del 68, quienes protestan lo hacen con violencia, cerrando carreteras, insultando y atacando a la policía.
¿Eso es democracia? No. La democracia es una forma de convivencia civilizada e inteligente que se basa en reglas comunes. No puede ser que la protesta política siga siendo por medios irracionales, violentos e ilegales.