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justiciaysociedad@eluniversal.com.mx
“Indio huarachudo”, es lo que escucha Ricardo Pedro Pablo de manera reiterada este joven indígena, quien a pesar de las adversidades ha podido salir adelante; hoy es el único indígena mexicano en estar en el Instituto Tecnológico de Massachusetts [MIT, por sus siglas en inglés], motivos por lo que fue galardonado con el Premio Nacional de la Juventud 2017 en la categoría de Logro Académico.
Originario de Tuxtepec, Oaxaca, y egresado de la Facultad de Química de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el joven asegura que en el poblado donde creció existe una regla: “Naces pobre y mueres pobre”, sin embargo, a pesar trabajar desde niño cargando bolsas del mercado, y pasar hambre, sabía que quería romper con esa regla.
“Desde pequeño sabía que no quería morir pobre. No sé hablar la lengua de mi tierra, porque mi madre se rehusó a enseñarme para que no me discriminaran, porque vivimos en un país que juzga por su forma de hablar, incluso por el color de piel”, comenta.
Viste ropa típica de la región y huaraches que le regaló su abuela hace cuatro años antes de morir. El joven galardonado indica que a la par de estudiar en la reconocida universidad estadounidense, ha tenido que trabajar limpiando departamentos y dormirse en su cubículo para apoyar a su hermana que padece cáncer cerebral.
“Me han dicho ‘indio huarachudo’, yo les contesto que mis huaraches son el ejemplo de que ir de a un lado a otro, es llevar tus raíces de aquí para allá”, dijo.
Al leer el discurso, Ricardo Pedro Pablo manifestó: “Nunca me he sentado a comer con mis hermanos porque todos han migrado de México. Desde pequeño sabia que no quería morir pobre. Mi familia, la educación y mis amigos siempre me han acompañado, han sido la fuerza”.
Acompañado de su madre, cuenta que a los 18 años, al tomar el camión a la Ciudad de México en su primer día de clases en la UNAM no sabía dónde dormiría, sin embargo sus compañeros le abrieron las puertas de sus casas y lo apoyaron económicamente.
“Estudiar y trabajar no es posible si uno quiere ser químico, por lo que comencé a vender dulces en mis clases”.
Antes de terminar su último año en la facultad, soñó estudiar un doctorado en el extranjero, por lo que sus amigos se preguntaban cómo lo haría, “no lo sabía, pero nunca dejé mis sueños”.
El 30 de enero de 2012, recibió la noticia de que había sido aceptado en el MIT, “fue uno de los más emocionantes de mi vida”, señala.
Emocionado, el joven galardonado manifiesta: “Sé que los jóvenes podemos cambiar el rumbo de México y los sueños sí se pueden cumplir”.