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juan.arvizu@eluniversal.com.mx
Después del mediodía llegaron Los Amigos del Señor, abrieron sus Biblias y empezaron a orar por las víctimas del colegio Enrique Rébsamen. Ni quién hiciera caso, había que rescatar a “Frida Sofía”, aunque la madre de uno de los alumnos, la señora Luz, decía a una multitud de periodistas de México y el mundo, “váyanse, entiendan que esta es una tragedia de nosotros”. Y remataba: “[‘Frida Sofía’] no existe en el registro de la escuela”.
Esta esquina es campamento de cadenas de noticias y televisoras internacionales que tienen reporteros, micrófono en mano, lámparas prendidas, todos listos para dar la noticia en cuanto Frida Sofía sea rescatada viva.
“No existe”, ha dicho la señora Luz, y su voz se pierde en la expectativa.
Salen soldadores voluntarios que se acercaron “a lo que hiciera falta”. Después de 20 horas, han sido relevados y se van a descansar, dispuestos a regresar, seguros de que hay vida debajo de los escombros.
¿Cómo? El jefe de los soldadores dice que los aparatos que los militares usan detectan calor, que eso quiere decir que hay vida en los escombros. Pero algo pasa, el misticismo con el que se guarda silencio a la seña del brazo alzado se ha perdido. La actitud denota desgano.
Poco después de las 14:00 horas, termina el evento. Sale al primer filtro el subsecretario de Marina, Enrique Sarmiento Beltrán, y dice: “Estamos seguros de que {Frida Sofía] no fue una realidad”. Ha leído un comunicado de cinco puntos, y en el segundo se indica: “Se tienen indicios importantes de presencia de vida en el área del siniestro”.
Antes de las 16:00 horas, una procesión coronas y arreglos florales fúnebres pasa los filtros de los marinos, soldados y policías. Luego acceden seminaristas que asistirán al presbítero Miguel Chávez Vázquez, quien se propone oficiar la primera misa por el alma de los niños y los adultos que han fallecido allí.
Duele el resultado del temblor. Los periodistas que han venido de América y Europa se decepcionan, porque la historia increíble fue eso, el cuento de un fantasma. Pero los vecinos sufren. Los niños tienen el dolor de sus compañeros fallecidos, de su escuela reducida a escombros.
Los familiares de Reyna Dávila Martínez despliegan cartulinas y exigen que la búsqueda siga, porque no encuentran a esta mujer, empleada de intendencia, y oyen que va a entrar la maquinaria pesada a barrer con todo. El esposo de Reyna está desesperado porque no ha sido ubicada. Aún si reflectores, el dolor sigue y parte el alma...