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Juan Carlos llora y se calma. Se quita los lentes y se limpia las lágrimas con el brazo. Su madre, desconsolada, no habla. Él fue el primero de su familia en llegar. Tiene 22 años y arribó 45 minutos y fracción después del terremoto. Sus abuelos y su tío, quien decidió ir a comer con ellos, estaban en el departamento 201.
El sonido y la imagen de los bomberos y ambulancias lo inundaban todo. Ahí estaban los topos y vecinos con cubetas, cuerdas, palas, pidiendo silencio levantando los puños, para escuchar los posibles gritos de auxilio de sobrevivientes dentro de lo que fue un edificio de seis pisos con 12 departamentos y una lavandería que ahora son recuerdos que se esfuman de la niñez de Juan Carlos.
En la calle Emiliano Zapata y Prolongación Petén, colonia Emperadores, delegación Benito Juárez, se desplomó un edificio en 50 segundos. Es uno de los 44 derrumbados que se registran en la Ciudad de México y uno de ocho en Benito Juárez.
Mariana, quien logró salir del inmueble sin ningún daño, corrió junto con su madre y cuando llegó al camellón, a 10 metros de distancia, el edificio cayó. “Como si hubiera explotado. Primero las ventanas, luego la estructura. Es lo más destructivo y rápido que he visto...”. Mariana vio cómo una de las empleadas de la lavandería no pudo dominar el pavor por el movimiento telúrico y se aferró a una columna hasta su muerte.
Por apagar la caldera, no salió. Mariana también fue testigo de cómo otro de los seis empleados regresó a la lavandería para apagar la caldera y la máquina de lavado en seco, y ya no salió... El dueño del negocio jura que “esas máquinas soportaron el peso y está vivo” ahí dentro.
La pared de la casa vecina se vino abajo, primero por el temblor y después por la gente que subió encima para buscar al trabajador del negocio. El dueño se asoma. Pide silencio, escucha gritos e insiste: “Ahí está”.
La lista de posibles víctimas de este edificio que tiene Adriana Rodríguez, del DIF Nacional, recae en Blanca Edith, del departamento 101; Laura, Delfina y Mario, del 302; Miguel, Blanca y Eva, del 501, y Salvador, del 502. La gente le pregunta una tras otra vez si hay novedades y si alguno de sus familiares apareció. El rostro de Adriana se ilumina con el rojo y blanco de la ambulancia que está a su costado mientras se recarga sobre una camilla para tratar de ver si alguno de los nombres que le mencionan está en su lista de desaparecidos, rescatados, muertos y sobrevivientes.
La escena se dibuja con personas en constante movimiento, gritando. Camillas, guantes y preguntas: “¿No han rescatado a nadie más?”. Del otro lado del camellón hay un comedor donde los voluntarios recargan energías.
Adriana tiene el registro de 11 desaparecidos y tres muertos: Vicky, la trabajadora de la lavandería, de tez morena y unos 40 años, y otra adulta mayor, de 70 años. Hay dos sobrevivientes rescatados de entre los escombros en el hospital Xoco de Coyoacán. Además de ellos, salieron a tiempo el conserje Florencio y su hermana, y cuatro personas más. Entre los 11 desaparecidos siguen los abuelos de Juan Carlos.
A lo largo de la tarde cientos de vecinos han logrado reunir un sinfín de víveres. Como las calles están cerradas y los autos han taponeado la ciudad, la gente llega a pie o en bicicleta. Solos o con familia. Adultos y jóvenes. Algunos con perros. Vienen con guantes, cubrebocas, cubetas y palas. Pasan las horas y las exigencias cambian. Primero eran manos, luego comida, después agua y para la tarde lámparas, pilas y maquinaria para ayudar a encontrar víctimas. Forman hileras y se pasan de mano a mano las cubetas llenas de escombros. Entre ellos hay policías, bomberos, personal de Protección Civil, el cuerpo de topos formado en el terremoto del 85, militares y marinos.
Las voluntarios se montan en los escombros, varios han caído intentado ayudar a quitar desechos de los boquetes de la estructura colapsada. Todos quieren hacer algo. Hacen turnos. Bajan unos y suben más. Sobre la tragedia está la esperanza. Sin luz en la colonia, las tiendas de abarrotes son el faro. Litros de agua, comida, pilas, todos hacen fila para apoyar. Sus pasos suenan a vidrios rotos. No paran de llegar, con deseos de encontrar personas vivas entre las ruinas del edificio. Otros los detienen y les piden que esperen turno.
Juan Carlos se acerca a Adriana y pregunta de nuevo si hay alguna novedad. Ella sólo mueve la cabeza de lado a lado. Juan Carlos espera que en algún momento pueda escucharla decir: todo estará bien. No ocurre...
Regresa a la calle donde fue feliz, jugó y rió. Ahora solo llora, pero recupera calma. Se quita los lentes, limpia las lágrimas y sigue su lucha.