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jorge.ramos@eluniversal.com.mx
El frío cala hasta los huesos. Dos bancas de metal hielan el trasero. Alrededor hay 72 zapatos, de hombre, mujer, de niño. Morrales con garrafas para agua.
Es el tercer acto. Para pasar al segundo acto es necesario quitarse zapatos y calcetines. Una luz roja con una alarma da acceso al segundo acto. Son seis minutos y medio de realidad virtual en una caja enorme de casi 10 metros por lado, luces neón color naranja y un muro de valla metálica, la misma que estuvo alguna vez en Vietnam, luego en la frontera de México con Estados Unidos.
Descalzo, sobre arena, el andar es pausado. Dos hombres colocan las gafas Oculus y una mochila en la espalda. La sensación es estrujante. Los rostros de niños, mujeres, elementos de la Patrulla Fronteriza envuelven al espectador. Un perro vociferante aturde como los helicópteros y el viento, el dolor, el miedo.
¿Cómo surgió esta idea de plasmar la tragedia de esta manera?
—Surgió hace cinco años, casi; tuve la idea tal cual de poder caminar con los inmigrantes en el desierto. En ese entonces la realidad virtual estaba mucho más en gestación que ahora y pensé que era una oportunidad de exploración, pero en el camino se me cruzaron dos películas y cinco años más tarde, con la tecnología más avanzada, empecé a explorar y a aprender. Lo hacía con la idea de poder subordinar esa tecnología a la exploración, a explorar la condición humana de una comunidad con la que he estado cerca desde Babel y más tarde en Biutiful. Como inmigrante también en Los Ángeles, y cerca de tanta comunidad de inmigrantes que se sienten huérfanos, pues es algo que tengo yo muy cerca.
¿Cuál ha sido la mayor experiencia al haber contactado a estos personajes?
—Fue hermosísima. Primero los entrevisté una hora y media a cada uno de ellos, a decenas. Me confiaron sus historias, su proyecto, hicimos una especie de taller de teatro para poder capturar sus experiencias, representarlas ellos mismos, hacer una coreografía, un guión de multinarrativa. Traté de ver cómo lo hacíamos; fuimos al desierto y capturamos todas y cada una de las realidades con El Chivo Emmanuel Lubezky. Filmamos, aprendimos de la realidad y luego lo capturamos digitalmente. Durante todo este tiempo con ellos fue una relación muy bonita, de mucha confianza mutua, para ellos muy catártica emocionalmente, de volver a vivir. Compartirlo con el público es dar una cara pública a algo que ha sido siempre una especie de comunidad invisible. Virtualmente los hago presentes cuando en la realidad están invisibles.
¿Qué le diría a la gente que va a ver este trabajo y siente hasta las palpitaciones?
—Cada quien lo recibirá distinto. La verdad tiene mucho que ver con tu identidad, con quién te identificas, y lo puedes vivir desde tantos puntos de vista, desde el policía, el niño, el guatemalteco o el mexicano.
Esto es un experimento que combina teatro con la escenografía, periodismo, documental, cine y animación digital. Hay algo de docu-ficción, es decir, hay ficción. Escribí un guión como si todos hubieran viajado al mismo tiempo, basado en las experiencias reales que ellos vivieron. Es un espacio narrativo para crear algo congruente y que en seis minutos y medio existieran.
Impacta desde la entrada, el cuarto frío, las sillas de metal, los 72 zapatos usados por migrantes. ¿Cuál era la intención de percibir ese frío, despojarse del calzado y luego vivir la experiencia?
—Había cartas, cepillos de dientes y los zapatos, que me impactaron mucho. Yo quería que la gente viviera y sintiera lo que es este cuarto frío, las hieleras, como les llaman, y es donde los ponen. Invertí nada más la narrativa: el tercer acto lo puse en el primero para que sintieras una vulnerabilidad y sintieras el frío de los que están ahí por semanas…
Y la alarma…
—Sí…
Niños…
—Niños… Quise combinar una fuerza física, sensorial y virtual…
Lo que son las cosas, cinco años de gestar este trabajo y la gente lo va a conocer en un momento, en una coyuntura en la que, no sé si sea la peor, pero una en la que el presidente de Estados Unidos Donald Trump nos trae a puro toallazo, ¿cómo lo contextualiza?
—Es una situación dramática, sobre todo una situación para los indocumentados en los Estados Unidos a los que ha convertido en una comunidad tan vulnerable, la ha convertido en un enemigo de la sociedad estadounidense, poniéndolos en riesgo.
Una sociedad que está apátrida, que no tiene nación, es una sociedad que ha escapado de un país que no les ha dado las oportunidades que necesitábamos, de estudio, seguridad, trabajo, que han emigrado de los países centroamericanos y han sido utilizados.
Son el segundo ingreso, hay un déficit de nuestro país hacia ellos y hay un déficit del gobierno de Estados Unidos porque también se ha beneficiado de ellos y de su aportación económica y cultural inmensa.
Ahora no tienen identidad, no tienen dignidad, y sin ninguna justificación, porque los están acusando de un delito que ellos no cometieron. Ha llegado a tal grado que hasta los que estaban legalmente ahora son también ilegales en un acto absolutamente racista, no se puede ver de otra forma. Es la fórmula del fascismo: quitarle los derechos a una minoría. Y eso pone en gran riesgo a estas personas. Como me dices, cinco años después de que yo planeé esto es una coyuntura que no planeé, pero que espero que acerque al tema a mucha gente que está sobreexpuesta a las noticias, pero que ya intelectualizamos. Espero que la gente sienta, comprenda, para darles su apoyo.
¿Cuál es el mensaje para los migrantes y para los mexicanos que pueden ver este trabajo?
—Ahorita, si no nos unimos para poder apoyar a estos millones de jóvenes, que además son maravillosos, que han hecho las cosas bien, que no tienen ninguna culpa de esta desgracia y que están por quedarse sin nada, el borrarles su vida, hacerlos invisibles, como dice la obra, ¿qué es lo que podemos hacer? Hace un año con la Universidad de Monterrey iniciamos el programa Reconocer —www.reconocer.org— para becas. Espero que la gente se una y apoye no sólo esta causa y espero que el gobierno no negocie tanto el Tratado de Libre Comercio sino la dignidad humana de nuestros compatriotas, que creo que eso va primero, antes que cualquier beneficio económico.
Justamente estamos en otra coyuntura, ¿qué esperaría de esta negociación del TLCAN?
—Desconozco tantos términos que no me atrevería a hablar, sería irresponsable de mi parte. Lo que sí sé es que ojalá mantengan la dignidad mínima y, como dices tú, no se dejen agarrar a toallazos.
Creo que tenemos muchos mecanismos para poder también negociar, pero desconozco tantos temas técnicos que no podría dar una opinión objetiva. Lo que te digo es que antes de la negociación del Tratado de Libre Comercio debería anteponerse como prioridad el poder dar seguridad y dignidad a las personas que están a punto de perderlo todo. Eso es más importante, ojalá se ocuparan más en ese tiempo.
En 2018 vamos a vivir un año muy movido en términos políticos: se elegirá presidente de la República, más de 3 mil cargos, ¿qué piensa Alejandro González Iñárritu sobre los comicios de 2018?
—La verdad es que sería irresponsable hablar con especificidad porque me falta mucha información, datos, posibilidades, pero creo que lo más importante es terminar con la sistemática corrupción y la impunidad, que es evidentemente consecuencia de eso, una se alimenta de la otra. Mientras no acabemos con eso no hay posible solución y estamos yendo hacia el hoyo más oscuro. Lo único que yo pensaría como ciudadano es votar por quienes tengan la posibilidad real de alguna forma hacer un cambio respecto de esas dos situaciones, que son las más graves de todo el país: corrupción sistemática a nivel brutal, como nunca antes visto, y una impunidad casi inaceptable en un país que tiene Estado de derecho. Sin eso no tenemos una nación y ahí es donde debemos estar muy sensibles a votar por quienes realmente pueden hacer ese cambio. ¿Quiénes son? Vamos a ver.
¿Qué le parece la política en México?
—Creo que lo que sé y pienso de política lo digo en esta pieza. Para eso hago yo las cosas porque me parece que reducir a la política las cosas las reduce y las degrada, porque la política se ha convertido en una ideología, pasional, sin la posibilidad de entendimiento y comprensión profunda de las cosas, para beneficio propio, votos..., entonces, si hablo de política, denigro. Esta obra es una instalación humanista, artística que penetrará en la complejidad humana. Las consecuencias políticas de cada quien las respeto y lo que yo pienso lo impregno, pero una opinión política puede desvirtuar.
Es González Iñárritu el de Amores perros, Biutiful, Babel... El que empezó en la radio en los años 80, egresado de la Ibero, piensa así: “El sistema que estamos viviendo, capitalista neoliberal, es el fracaso más grande, porque está poniendo como prioridad y subordinando todo, inclusive las vidas humanas, la humanidad y el planeta entero, o sea, la utilidad antes que cualquier costo. Si el planeta fuera un banco ya lo hubiéramos rescatado”.
Por eso, González Iñárritu espera que la gente se dé el tiempo de sumergirse en Carne y arena.