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alejandro.reyes@eluniversal.com.mx
México debe ver a Venezuela como moraleja del daño que provocaría a la democracia entregar el poder absoluto a una sola persona, asegura el historiador Enrique Krauze.
Sostiene que un eventual triunfo de Andrés Manuel López Obrador el 1 de julio puede presagiar un futuro difícil para nuestra aún imperfecta, pero indispensable democracia.
En entrevista con EL UNIVERSAL, a propósito de su reciente libro El pueblo soy yo, que se presenta mañana, el intelectual reconoce en López Obrador su genuina vocación social y su oposición a la corrupción.
Pero también advierte que ve en el candidato presidencial de Morena impulsos religiosos y rasgos autoritarios altamente preocupantes. “La tolerancia no es su fuerte”, señala.
Llama la atención el título de su libro El Pueblo soy yo...
—Yo no quise poner la palabra populismo en el libro, es una palabra muy gastada. Se me ocurrió esa frase que además repiten muchos populistas. Una de las características principales de este tipo de liderazgo es que entienden, muchas veces de manera genuina, que encarnan al pueblo y éste a su vez siente que esos líderes lo encarnan a él.
¿El populista es uno o hay varios tipos de populistas?
—Hay cosas en común y hay diferencias, pero el populismo no se caracteriza por tener una bandera ideológica. Lo estamos viendo en nuestro tiempo. Populista es el presidente Donald Trump y el líder húngaro Viktor Orbán. Populista fue Hugo Chávez, de izquierda radical. El populismo es básicamente la liga entre el líder carismático y el pueblo por encima de las instituciones, las leyes y las libertades. Eso es lo que es. El liderazgo carismático del que hablaba Max Weber puesto al día.
El populismo tiene otros rasgos. Polariza y divide. Busca enemigos internos y externos, moviliza a la sociedad, y tiene por designio la disolución, muy lenta a veces, de la democracia.
En su libro señala que el populista se sirve de la democracia...
—Sí, la democracia es un arreglo político de naturaleza inestable, muy difícil, latoso, rijoso, imperfecto. Entonces, la gente no entiende que esa imperfección es lo normal. Si no se le entiende bien, lo natural es que las sociedades digan: ‘Esto es tan complejo que mejor elegimos a una persona que arregle todo’. Puede llegar el líder democráticamente, pero su designio es acabar con ella.
Usted dedica también capítulos a Cuba y a Venezuela...
—Cuba es la isla de la pesadumbre y la inmovilidad. No veo voluntad de cambio con la llegada de Miguel Díaz-Canel. Venezuela está ligada a Cuba. He estudiado el caso venezolano desde 2007. Estoy convencido que haber entregado todo el poder a Hugo Chávez en una especie como de euforia histórica, una fiesta infinita, todo eso terminó en ruinas.
¡Los mexicanos no tenemos ni idea de la tragedia! Venezuela está en ruinas y el responsable tiene nombre y apellido, Hugo Chávez. Nicolás Maduro sólo es el sepulturero. La moraleja es clara. Una cosa es llegar a la Presidencia y otra es entregar el poder absoluto a una sola persona. Es algo que hay que prevenir siempre.
¿Es un mensaje a México?
—Este es justamente el mensaje central del Pueblo soy yo. Cuidado con entregar el poder a un hombre que dice representar él solo al pueblo, que pronuncia tácitamente la fórmula ‘el pueblo soy yo’. Derecho a gobernar tendrá el que gane la elección, en este caso López Obrador, claramente, sí es que las tendencias se sostienen, como creo que se sostendrán, pero gobernar dentro del marco de las instituciones republicanas y las autónomas, las leyes y las libertades.
¿Qué le preocupa?
—Esta falta de distancia con respecto a Chávez y a Maduro. La imposibilidad de decir claramente que aquello es una dictadura. Es algo que yo le reclamo al grupo de López Obrador.
Usted toca también el caso del presidente Donald Trump...
—Yo advertí lo de Trump desde 2015, artículo tras artículo. Me pareció deplorable y un error histórico del presidente Enrique Peña invitarlo a México. Le regaló la imagen de ser presidencial y eso es algo que la historia no le perdonará. Trump es un enemigo de México. Espero que el próximo gobierno entienda que esa idea de: ‘Lo vamos a hacer entrar en razón’, bueno, parafraseando a López Obrador, esa idea no la tiene ni el Papa.
En el caso de López Obrador, dice usted que no le cambió ni una coma a su ensayo El mesías tropical ¿Por qué?
—No le cambio ni en los elogios ni con las críticas. Algunos lectores han preferido quedarse con el título que consideran denigratorio cuando no lo es. Es un título descriptivo. Por otro lado, olvidan los varios puntos a favor que señalé, y que vengo señalando siempre, como su permanente protesta ante la llaga de la corrupción, su indudable y genuina vocación social y preocupación por los más pobres. Al mismo tiempo, como liberal y demócrata que soy, señalo que el impulso religioso que mueve sus declaraciones y sus actos, así como ciertos rasgos de autoritarismo, son altamente preocupantes. Pueden presagiar un futuro difícil para nuestra democracia. No creo mucho que con los antecedentes políticos a lo largo de muchas décadas de este luchador social, admirable por varios motivos, podamos estar tranquilos los demócratas mexicanos. El respeto a las opiniones de los demás, la capacidad de escuchar, de aceptar errores, de aceptar la crítica, en una palabra, la tolerancia no es su fuerte.
¿No compra esa idea del amor y paz, la República amorosa?
—Es que yo preferiría que López Obrador hablara de respeto y de tolerancia, no de amor y paz. La política, y sobre todo la democracia, no es el territorio del amor y la paz. No me gusta ese mensaje transferido a la política. Como dijo Max Weber, quien quiera su salvación que no la busque en la política, sus caminos son mucho menos sublimes.
Hay quienes ya no lo consideran un peligro para México...
—Yo tampoco lo consideré un peligro para México, nunca usé esa palabra.
¿Cómo cree que se adaptaría a las instituciones republicanas?
—Espero que el Poder Judicial siga siendo independiente, que en el Congreso se sigan peleando entre sí. Eso es lo mejor porque al poder hay que dividirlo, no hay que integrarlo. Del poder hay que desconfiar siempre y del poder absoluto, absolutamente. Espero que el Presidente tenga muchas acotaciones y que si López Obrador llega a la Presidencia tenga genuinos diques de contención. ¿México tiene la suficiente solidez institucional para que estemos tranquilos con eso? Por supuesto que no.
¿Usted advierte rasgos o riesgos?
—De una concentración de poder, si no absoluto, sí muy considerable en la figura del Presidente, y que esta concentración del poder sea una regresión al siglo XX, además con un tinte muy marcado redentorista y religioso. Sí, tengo temor de eso.
¿La posibilidad de perpetuarse?
—La veo muy difícil porque está en el ADN mexicano la no reelección. Un hombre que invoca a Francisco I. Madero, quien luchó contra la no reelección, intentara reelegirse él o por interpósita persona... lo veo muy difícil. Espero que las instituciones se vayan perfeccionando y creciendo. Espero que sigamos siendo una democracia aún con todas sus imperfecciones e incomodidades. La unanimidad es indeseable, opresiva e imposible. Ojalá no lleguemos al país de la unanimidad.