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Washington.— “Beneficios particulares y costos generalizados”. Para Gustavo Flores Macías, experto en política económica de la Universidad de Cornell, esos serían, en resumen, los resultados que se vivirían en el hipotético caso de que las tensiones comerciales derivaran en una guerra de aranceles.
Los más perjudicados serían los consumidores. No sólo por un incremento de precios, sino porque “la interferencia en la competencia” genera que “la calidad de los productos también se deteriore”.
“Los consumidores pierden, pero hay ciertas industrias que tienen obviamente sus cabilderos en Washing-
ton que están pugnando por estos privilegios que son los que ganan a final de cuentas”, resume el analista a EL UNIVERSAL, en una reciente conversación telefónica. Sólo industrias concretas, aquellas de los productos afectados por los aranceles, verían beneficios con la protección de sus producciones.
¿Pero se llegará a producir una guerra comercial? Las opciones reales son, para el experto, mínimas. “Mi pronóstico sería que esto se va a detener, van a hallar alguna forma de salvar la cara para poder decir a sus públicos domésticos que están, efectivamente, haciendo un gran trabajo”.
Flores Macías asegura que “no le conviene a ninguna parte continuar en esta trayectoria” y, por el contrario, tienen interés en que “no se deteriore todavía más”.
Si nadie quiere llegar a la guerra comercial, algún objetivo tiene que tener la continua amenaza de imposición de aranceles. Según el experto, cada parte implicada tiene sus razones para haberse dejado llevar hasta la situación actual, al borde de un precipicio en el que, con un paso en falso, se puede desbocar hacia un cataclismo de los sistemas económicos. Casi todas esas motivaciones son de carácter doméstico; es allí, dice, donde hay que buscar las respuestas.
Para Flores Macías, Trump sólo busca el beneficio electoral que puede conllevar entrar en estas peleas arancelarias, presentándolo como un líder que cumple sus promesas. Además, usa los impuestos a importaciones como estrategia negociadora, como ha demostrado con el Tratado de Libre Comercio con Canadá y México.
En el caso del enfrentamiento con China, la idea de Trump sería conseguir que Beijing “modere prácticas que EU considera desleales”, especialmente en transferencia tecnológica. Una apuesta “algo bárbara” a la que los chinos deben responder bien para “salvar su reputación”.
“Es una forma bastante fuerte, punitiva de hacerlo, que arriesga desmantelar todo el andamiaje de comercio internacional”, resuelve el experto. China juega con la ventaja de no tener que preocuparse por repercusiones políticas a corto o mediano plazo, con un liderazgo consolidado. Todo lo contrario que en EU, donde si “se siente la presión inmediatamente en cuestiones de productos agrícolas por los aranceles, claramente afectaría al desempeño electoral en noviembre”, cuando se celebran elecciones legislativas.
De momento se está a la espera, en tiempos que mezclan la retórica agresiva con medidas de flexibilidad. “Hay señales que creo son importantes de leer entre líneas (…) y la lectura es que esto, la guerra comercial, desde luego es una cuestión política. A final de cuentas, será una cuestión que las partes traten de meter cintura antes de que se siga deteriorando la situación”, explica.
El experto se muestra “optimista” de que las cosas no se van a complicar hasta niveles que puedan ser contraproducentes. “Pienso que eso es más político que una convicción real del presidente Trump o del liderazgo en China”, augura, aunque deja abierta la puerta a un futuro diferente. “Todo puede pasar”, dice, recordando que hace un año nadie habría pensado estar discutiendo la posibilidad de guerra comercial mundial, algo que se veía como un “caso remoto”.