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El fenómeno de la soledad ha terminado por convertirse en uno de los retos a los que se enfrentan los países de la llamada Europa rica.
Organizaciones como Independent Age y el Centro Internacional de Longevidad (ILC, por sus siglas en inglés), han alertado de que la sensación de aislamiento y pérdida de la autoestima podría alcanzar “proporciones epidémicas” para 2030.
“La soledad es un problema grave en Bélgica, y en Europa”, dice a EL UNIVERSAL la profesora de la Universidad Católica de Lovaina, Anja Declercq, quien ha dedicado una parte importante de sus investigaciones al análisis de la problemática.
“Se manifiesta de dos formas: como aislamiento y sensación de incapacidad de poder mantener contacto con otras personas, y como la falta de alguien [familiar, vecino o amigo] para compartir asuntos personales. El primer tipo es más fácil de combatir que el segundo”, resalta.
El grupo más golpeado por este fenómeno son las personas de la tercera edad. En la Unión Europea, los mayores de 65 años son más de 87 millones (17.4% de la población total) y se espera que sumen 150 millones en 2060 (alrededor de 30%).
Aunque la situación difiere de una nación a otra, contrario a lo que muchos imaginarían, el problema es mayor en los países del sur —vistos como “cálidos y familiares”— que en los del norte, regularmente asociados al “frío y al individualismo”.
De acuerdo con una investigación encabezada por Tineke Fokkema, del Instituto Demográfico Interdisciplinario de Países Bajos, 25.4% de los italianos mayores de 50 años se siente solo, seguido por los polacos, franceses, españoles, checos y griegos, éstos últimos con una tasa de 15.6%.
Del otro lado están los daneses, suizos, holandeses, alemanes y suecos, con un índice que va de 6.3% a 10.1%. Factores socioeconómicos ayudan a explicar esta disparidad norte-sur, señalan analistas.
Por ejemplo los ancianos nórdicos, en comparación con los del Mediterráneo, tienen mayor poder adquisitivo para tratar de llevar una vida digna, independiente, que les permita seguir siendo parte de la vida social y cultural de su comunidad.
Por otro lado, los gobiernos del norte son más propensos a promover programas sociales y de ocio para luchar contra la soledad de las personas mayores. Sin embargo, los ancianos no son los únicos que padecen esta triste realidad de la vida moderna.
“Investigaciones muestran que los adolescentes y las personas a inicios de sus veinte años muestran porcentajes similares de soledad. Después de los 25 años los porcentajes disminuyen y luego vuelven a aumentar a edad posterior, después de los 65 años. Por lo tanto, la soledad no es algo típico de la vejez, está presente en diferentes etapas de la vida”, asegura Declercq.
De acuerdo con la Agencia de Estadísticas Europea (Eurostat), 6% de los habitantes de la UE mayores de 16 años siente que no tiene a nadie para pedirle ayuda, aunque la prevalencia es mayor entre los italianos, luxemburgueses, holandeses, polacos y letones (de 13% a 8%).
La situación contrasta con los checos, finlandeses, eslovacos, suecos y húngaros, en dónde el índice es menor a 3%.
Un ejemplo es el caso de la holandesa Linda, de 34 años, quien siente no pertenecer a “ningún lado”.
“Es difícil de explicar. Tengo mucha gente a mi alrededor y al mismo tiempo no tengo conexión con nadie. Tengo poco o nada de contacto con mis padres y lo mismo con el resto de la familia. Veo cómo otras personas tienen contacto con los demás de manera natural. En ocasiones me pregunto: ¿Cómo lo hacen?”, confiesa.
Declercq sostiene que la soledad debe tomarse con la máxima seriedad, “porque no es un problema inofensivo”.
Estudios debatidos en el Parlamento Europeo y elaborados por instancias como las Universidad de Chicago, York y Liverpool, indican que la soledad está vinculada a problemas de salud, desde hipertensión, ansiedad y estrés, hasta disminución de las defensas inmunitarias, demencia y accidentes cerebrovasculares. Por ello, se estima que la soledad eleva 14% el riesgo de muerte prematura y 50% las probabilidades de morir en comparación con aquellos que tienen relaciones adecuadas.
“Así que la soledad puede matar”, concluye la socióloga.
Con 9 millones de ciudadanos afectados a distintos niveles por el fenómeno, la primera ministra británica, Theresa May, creó en enero pasado un Ministerio de la Soledad para combatirla.
Declercq considera que esa puede ser una buena forma de atraer la atención sobre el problema, aunque no es el antídoto. “La soledad debería ser un tema que involucre a todos los ministerios, desde educación y trabajo, hasta salud, y no otro tratado de manera aislada. Además, existe un fuerte vínculo entre pobreza y soledad. Disminuyendo la pobreza puede ser otra forma de afrontar el problema”, concluye.