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Washington
Lejos quedan los tiempos en los que, para la administración de Donald Trump, Andrés Manuel López Obrador era un diablo izquierdista, peor que una plaga bíblica, el culpable de que la relación entre vecinos, mermada en la esfera pública, se encaminara hacia un precipicio sin fondo. “No sería bueno para México ni para Estados Unidos”, decía en abril de 2017 John Kelly, entonces secretario de Seguridad Nacional y actual jefe de gabinete en la Casa Blanca.
Todo parece haber cambiado desde el pasado 1 de julio. Desde entonces, Trump no ha tuiteado nada insultante acerca de México. Al contrario: todo son buenos gestos. Las buenas maneras, una cordialidad desconocida en Trump hacia su vecino del sur, se completaron con la visita de una delegación de alto nivel a la Ciudad de México. Un viaje que, según dijo esta semana el secretario de Estado, Mike Pompeo, “sentó el tono” en consonancia con la buena plática de ambos líderes.
“Se percibe una disposición de mejorar la relación bilateral, por lo menos de entrada, de empezar con una hoja en blanco”, dice a EL UNIVERSAL Gustavo Flores-Macías, profesor de la Universidad de Cornell.
Una señal de “respeto y mente abierta”, explica Rachel Schmidtke, del Mexican Institute del Wilson Center, que demuestra que Estados Unidos tiene ganas genuinas de pulsar el reset, aprovechando que AMLO “es un líder diferente que el pasado” y muy popular en México.
El triunfo por amplio margen del tabasqueño podría ser una de las claves para este acercamiento cordial, al menos de inicio, de Trump. Conocida la admiración que el presidente de Estados Unidos tiene por los liderazgos fuertes, que López Obrador tenga un mandato claro del pueblo mexicano podría haberle abierto los ojos. Más allá de eso, está la importancia de la relación bilateral.
“A pesar de la ofensiva y los comentarios infundados sobre los mexicanos y el gobierno mexicano, funcionarios de ambos países han conseguido mantener la colaboración diaria entre los dos países en migración, comercio y seguridad”, escribió este mes Mark Feierstein, ex asesor de Barack Obama, en la revista Americas Quarterly.
Sin embargo, la administración de Trump es todo menos tradicional y aunque las cosas hayan empezado bien, nada en la actual Casa Blanca parece ser duradero, y menos con un presidente tan imprevisible. Los expertos coinciden en que un futuro de cooperación entre ambos países dependerá casi exclusivamente de lo que salga del Despacho Oval.
“Depende mucho del comportamiento del presidente Trump”, comparte Schmidtke, recordando la retórica “inflamatoria” hacia los mexicanos.
Desde su punto de vista, el que Trump y AMLO sean diferentes y tengan raíces tan distintas no es necesariamente malo. Pone sobre la mesa que el tabasqueño “está un poco más moderado, tiene en su gabinete gente que es pragmática”. “La relación no va a ser de mejores amigos, [pero] tampoco pienso que va a ser necesariamente conflictiva”, resume.
De ahí la importancia que los dos equipos se conocieran lo antes posible, que empezaran las pláticas —aunque de manera informal—. Y en este punto, los expertos ven clave a gente como Marcelo Ebrard, a quien AMLO designó como futuro canciller, o Martha Bárcenas, propuesta como futura embajadora de México en EU, y cuya tarea se prevé vital como “intérpretes” de la voluntad presidencial y su transformación en parte de la agenda bilateral.
En palabras de Flores-Macías, AMLO ha armado “un equipo pragmático con una visión consistente”. “Eso es importante”, acota Schmidtke, “especialmente porque la de EU y México va a ser una relación delicada que requiere gente que pueda navegar esta situación de manera cautelosa”.
Sea como sea la química personal entre presidentes, hay visos de esperanza para que la relación fructifique en algo positivo. “Hay puntos de entrada donde los dos países quizá pueden trabajar juntos”, explica Schmidtke.
Flores-Macías, en cambio, no es tan optimista. “Los obstáculos estructurales de la relación son bastante importantes”, dice, augurando que la relación “se va a poner muy complicada muy pronto”. “No espero que esta luna de miel continúe mucho tiempo”, añade.
No ha pasado ni un mes de las elecciones mexicanas y todavía es especulativo saber qué va a pasar. “Una cosa es sonreír para las fotos al principio y decir que estamos dispuestos a trabajar, pero otra cosa muy diferente es enfrentar ya los detalles de una relación bilateral”, recuerda Flores-Macías.
A la espera de eso, y con AMLO “sin un plan de trabajo detallado” como asegura Schmidtke, lo único que parece claro es que la relación Trump-México va a ser diferente que con el actual presidente Enrique Peña Nieto. López Obrador tiene un enfoque “más doméstico”, aunque consciente de la importancia del buen entendimiento transfronterizo.
Especialmente en asuntos de interés común, y ahí hay tres grandes temas en los que coinciden todos: migración, comercio y seguridad.
A la espera de tuits o declaraciones altisonantes, la primera imagen real de cómo toman ambas partes el nexo bilateral podría producirse el 1 de diciembre de 2018. Ver si Trump acepta la invitación de López Obrador a su inauguración, o manda una delegación (y de qué calibre); eso servirá como prueba de fuego para confirmar si, como predijo el estadounidense, “la relación será muy buena”.