A poco más de un mes del sismo del 19 de septiembre que provocó el cierre temporal del Tecnológico de Monterrey, campus Ciudad de México (CCM), las razones del colapso de ocho de sus puentes, los daños estructurales en dos edificios y la inhabilitación de más de la mitad del campus son un misterio. Parte del personal administrativo y alumnos coinciden en un sentimiento de abandono por parte de las autoridades universitarias. Nadie sabe cuándo se reanudarán las clases presenciales. Y mientras tanto, las familias continúan pagando colegiaturas de casi 20 mil pesos para que sus hijos aprendan mediante presentaciones en Power Point o clases en línea.

Aunque el Tec de Monterrey ofreció un descuento que va del 10 hasta el 30%, el cual es opcional, para algunos miembros de la comunidad esto no es suficiente. “Lo del reembolso es una payasada. Lo ofrecieron como un apoyo cuando en realidad es su obligación porque ya no cuentan con las condiciones que deberían”, explica una alumna.

Además, al aceptar el descuento, el mensaje que llega a las cuentas de los estudiantes es que sus cuotas “serán invertidas en la reconstrucción de los espacios”. Esta respuesta desconcierta a las familias, quienes se preguntan si el Tec estaba asegurado ante una situación de desastre y por qué no han respondido como deberían.

Una escuela que era considerada un espacio seguro, en un solo día perdió la confianza de varios miembros de su comunidad. “De toda mi familia, el que menos me preocupaba era mi hijo, pues estaba en el Tec y por lo que pagas esperas que sea un lugar donde no pase nada. Cuando escuché que los puentes se habían caído no podía creerlo”, relata la madre de un alumno.

Ningún miembro de la comunidad imaginó que serían testigos de cómo el Tec de Monterrey comenzó a desmoronarse. Apenas el 2 de agosto de 2017, 47 días antes del temblor, la universidad recibió por parte de la delegación Tlalpan una “Constancia de Seguridad Estructural”. La responsiva está firmada por el ingeniero civil Alejandro Diego González del Pliego Olivares. Además, en el 2014, el área de Planta Física y Seguridad de la institución, aseguró que el Tec era capaz de soportar sismos de hasta 8.1 grados Richter, pero el temblor de 7.1 grados puso en entredicho su seguridad.

El resultado: de los 14 edificios, dos tienen daños estructurales y posiblemente serán demolidos, ambos fueron edificados a inicios de 1990; nueve presentan afectaciones desde vidrios rotos, cuarteaduras y plafones fuera de su lugar y tres salieron intactos: el Centro de Desarrollo Tecnológico (CEDETEC), construido durante el gobierno de Vicente Fox, CIIE, inaugurado en 2014 y el estacionamiento que data de 1993. La realidad es que el diseño de la construcción falló, asegura Eduardo Ángulo, investigador del Instituto de Ingeniería de la UNAM. “Un diseño adecuado de los puentes hubiera evitado el derrumbe o en todo caso sólo habría dejado daños menores”. Pero hasta ahora las instalaciones siguen fuera de servicio.

La zona en la que se ubica la escuela fue uno de los principales factores para que el sismo se sintiera con mayor intensidad que en otras áreas de la capital, pero aun así “no debemos aceptar que las cosas se caigan. Menos en una universidad que se supone debe estar diseñada con factores adicionales para su seguridad”, asegura Ángulo.

Con pocas salidas para terminar

Para algunos alumnos irse del Tec no es una opción. A menos de un año de terminar la carrera, Luis debe confiar en que la universidad le ofrecerá las condiciones óptimas para regresar a clases. “Cambiarme no está en los planes. No sé quién me va a revalidar todo lo que ya cursé, pero sí me da miedo regresar a un lugar que ya se cayó y que ha respondido muy mal ante la crisis” cuenta.

Sus padres tampoco están conformes. Por primera vez en casi cuatro años se sintieron a disgusto de pagar una colegiatura de más de 15 mil pesos por un servicio que ya no están recibiendo al 100%. Además, la opción de enviar a su hijo a otro campus, como el de Estado de México, les parece totalmente ilógico. “Imagínate levantarte todos los días a las cuatro de la mañana para ir hasta Lago de Guadalupe. No se vale que desgasten así a las familias y alumnos mientras el Tec no hace nada”, asegura su madre.

Carlos, alumno de último semestre de la carrera de Periodismo, tampoco se pudo cambiar de escuela o sede. Su situación lo obligó a quedarse bajo el modelo “híbrido flexible”, que son clases en línea y presenciales. Estas últimas se llevarían a cabo en espacios prestados por otras universidades y después en aulas prefabricadas, pero son pocos los que han logrado tener una clase así. La organización y responsabilidad recae en los profesores, quienes no tienen indicaciones concretas de cómo y dónde reunirse con ellos.

“El comunicado en donde nos decían que en tres semanas estarían las aulas prefabricadas nos dio tranquilidad, pero jamás sospechamos que tardarían más. Hasta el momento todas mis clases han sido por computadora”, denuncia el estudiante.

Los alumnos reconocen que el modelo híbrido funciona para salvar el semestre, pero esperan una pronta solución porque el método no es óptimo y no cumple con los estándares que están pagando y que distinguen al Tec de Monterrey.

El 19-S

La tarde del 19 de septiembre el caos reinó en gran parte del Tecnológico de Monterrey, en el sur de la capital. Plafones caídos, hoyos en las paredes, vidrios rotos, polvo que nublaba la vista y los escombros de edificios era el panorama que encontró la mayoría de los estudiantes.

Carlos vio cómo en unos segundos los cristales comenzaron a quebrarse y las fachadas de los edificios cayeron a unos metros de distancia. “Cuando el movimiento fue más fuerte me moví al estacionamiento. Desde ahí vi todo. Había mucho polvo. Muchos estudiantes se empezaron a cubrir el rostro con las playeras y otros estaban heridos”, relata.

En los puentes, que fue la zona de mayor destrucción, la escena era caótica. “Veías a compañeros con prendas en la cabeza y el cuello para controlar la sangre que salía de sus lesiones. A ellos los estaban llevando hacia la prepa. Ahí había una ambulancia y los acomodaban en camillas”.

Antes del 19-S, Carlos se imaginaba firmando su título en algún edificio de la institución. Ahora, reconoce con nostalgia que sus planes cambiaron. No tendrá ninguna foto junto a sus amigos en los jardines del campus y tendrá que moverse a otra sede para concluir su licenciatura.

Desconfianza en la institución

Alumnos y padres de familia reconocen que aún hay mucha incertidumbre sobre el futuro de la universidad. En especial, sobre cuándo retomarán las clases presenciales. Incluso el personal administrativo teme por su permanencia. Rocío, profesora del CCM desde hace más de 10 años, no entiende el silencio de la escuela. Muchos padres temen enviar de nuevo a sus hijos a una universidad que parecía segura. “Mis papás siguen preguntándose cómo pasó esto si se suponía deberían estar preparados para algo así y más”, asegura una alumna.

El último comunicado oficial se emitió el 19 de octubre. El Vicepresidente de la región CDMX, Rashid Abella, se limitó a decir que los peritajes todavía no estaban listos y pedía paciencia y confianza a una comunidad que, de la noche a la mañana tuvo que enfrentar la realidad: hasta 2018 pagarán una colegiatura por una universidad que no estaba construida conforme a las máximas condiciones de seguridad.

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