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Veracruz.— Su voz se rompe e irremediablemente el llanto las invade tan sólo de imaginar a sus hijos en un cementerio clandestino. Su corazón se fragmenta al escuchar sobre el hallazgo de una nueva fosa con restos de personas.
“Tenemos cansado a Dios porque siempre le pedimos que nos haga un milagro”, afirma entre sollozos Elvira Gómez López, madre de dos desaparecidos, Rodrigo y Juan de Dios Gómez López, quienes en 2013 contaban con 17 y 19 años, respectivamente.
Se trata de una de las integrantes de las Brigadas de Búsqueda de Personas Desaparecidas en la región de Tierra Blanca, quien hoy se encuentra quebrada ante el hallazgo de una nueva fosa con 174 cráneos en el municipio de Alvarado. “Para salir al espacio en el que están las fosas lloro hasta el cansancio y luego le ruego a Dios que mis hijos no se encuentren ahí, le pido perdón y perdone a mis hijos, y nos dé la oportunidad de estar juntos”, relata. En una humilde vivienda, se rinde ante la realidad de un estado que en promedio reporta hasta mil asesinatos anualmente.
“Al ver tanta maldad en el estado y en el país pienso que es imposible que estén mis hijos vivos, el estado es un cementerio, hay muchos cadáveres, donde quiera que pasas hay osamentas, veo imposible que mis hijos estén vivos”, agrega y solloza sin control.
Desde 2011 a la fecha, en Veracruz se han contabilizado de manera oficial al menos 601 fosas clandestinas durante los mandatos del priísta Javier Duarte (2010-2016) y del panista Miguel Ángel Yunes Linares, de acuerdo con información de la Fiscalía General del Estado de Veracruz (FGE).
De las cifras con las que cuenta la fiscalía, 2017 fue cuando se lograron localizar el mayor número de fosas de los últimos ocho años, con un total de 343, en las que exhumaron 295 cuerpos, 335 cráneos y 30 mil 600 fragmentos humanos, en 44 municipios como Veracruz, Agua Dulce, Pueblo Viejo, Tres Valles y Alvarado.
Lo más duro para las madres de desaparecidos es pararse ante los restos semienterrados, observar las osamentas, percibir los colores y olores de la sangre, grasa y restos que las brigadas de búsqueda llaman “la sanguaza”.
La Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), en su conteo de fosas, tiene contabilizadas 228 en el estado (191, en el informe especial Sobre Desaparición de Personas y Fosas Clandestinas 2007-2016, y 37 en el muestreo hemerográfico de 2017 a agosto de 2018).
Las rastreadoras. En este escenario, las integrantes del Colectivo Solecito descubrieron en 2017 la fosa más grande de Latinoamérica ubicada en el predio de Colinas de Santa Fe, en el puerto de Veracruz, donde se localizaron 295 cuerpos que han dejado a las madres con sentimientos encontrados.
“Cuando encontramos una fosa, compañeras dicen una oración y yo les doy la bienvenida porque dejan atrás la oscuridad, no estarán en esa condición de clandestinidad y eso nos da regocijo, pero, por el otro, llega una tristeza más grande”, explica Ángeles Díaz Henao, fundadora y presidenta de Solecito.
La activista, quien tiene desaparecido desde 2013 a su hijo Luis Guillermo Lagunes Díaz, de 29 años, recuerda cuando en una de las áreas de Colinas de Santa Fe había 15 cuerpos, entre ellos uno que estaba como dormido, además, grasa y sangre se mezclaban en la sanguaza y del hoyo surgieron docenas de mariposas blancas.
“De terror, es una escena dantesca, cuando llegué al hotel me metí en la regadera y pasé horas metida tratando de borrar de mi mente todo el horror”, describió.
En 2018, las autoridades sólo han dado a conocer, la semana pasada, la aparición de una megafosa con 174 cráneos, más de 200 prendas de vestir, 114 identificaciones, así como otros objetos personales. “Mi vida se destroza, mi corazón y mi alma se hacen cachitos porque puedo encontrarlo ahí”, cuenta María de Lourdes Rosales Calvo, cuyo hijo Jonathan Celma Rosales desapareció en 2013. En lo más profundo de su ser ruega porque su hijo no esté en esas fosas, porque lo quiere encontrar vivo, pero dice: “Quiero terminar este martirio y saber qué pasó”.