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El mensaje del presidente Enrique Peña Nieto que calificó como “dolorosa pero responsable” la medida de aumentar de golpe los precios de la gasolina resulta claramente insuficiente para calmar la ira de una sociedad que está indignada y enojada por los aumentos; también se ve que el presidente no ha entendido que detrás de la histórica movilización social que se registra en estos momentos en toda la República, ya no sólo está la molestia por pagar combustibles más caros, sino el rechazo acumulado a las políticas y decisiones de su gobierno que no trajeron el bienestar prometido y por el contrario han hecho más difícil la vida de los mexicanos.
Un mensaje llenó de lugares comunes, en las que se exhibe claramente que el presidente no entiende los argumentos técnicos que le debió dar su secretario de Hacienda, José Antonio Meade, porque más allá de atribuir el “gasolinazo” al aumento de los precios internacionales del petróleo, nunca explica porque mantener los precios anteriores “hubiera sido más doloroso e irresponsable”. Nada dice tampoco de la crisis y el desmantelamiento del sistema de refinación de gasolinas que nos llevó al punto de depender completamente de las importaciones y mucho menos del impuesto de 40% que su gobierno nos cobra en cada litro de gasolina y que eleva el costo a los consumidores.
Por lo demás Peña no se veía ni compungido y mucho menos preocupado por la “dolorosa medida” que tuvo que tomar, “responsablemente”, su gobierno. Más bien se veía contento, sonriente. Tres veces abrazo a Luis Videgaray después de anunciar su nombramiento como nuevo canciller de su gobierno; tres veces en las que le dio palmadas en la espalda, le sonrió y le dijo algunas palabras a su consejero principal e “hijo pródigo” que regresa al gabinete, luego de haber sido responsable del error histórico de haber traído a México al candidato republicano Donald Trump.
Pareciera que, en su insensibilidad y el autismo político que le caracteriza, Peña Nieto no sólo desdeña la ola de indignación que recorre el país en contra suya y de su gobierno, sino que además cree, con ingenuidad que raya en el cinismo, que el regreso de Luis Videgaray lo va a salvar de la crisis que se le viene encima no sólo en materia social y política sino en la brutal caída de la economía con la que está empezando el 2017. ¿Qué le hace pensar al presidente que su amigo y consejero más cercano, que dejó las finanzas públicas en un máximo nivel de endeudamiento, se enfrentó a los empresarios y diseñó una reforma fiscal que no alcanzó para resolver la crisis de ingresos del gobierno ahora será el canciller que México necesita para enfrentar ya no la amenaza sino la real hostilidad política y comercial del gobierno en ciernes de Donald Trump? ¿No se tuvo que ir Videgaray repudiado del gabinete precisamente por que a los poderes fácticos, dentro y fuera del país, y a la inmensa mayoría de los mexicanos les pareció una vergüenza, una estupidez y un error de proporciones históricas haber traído a territorio mexicano y haber halagado al candidato más racista y antimexicano?
Pobre de México y de los mexicanos. Si lo único que tenemos por parte de nuestro gobierno para enfrentar la catástrofe que ya comenzó –no “a lo mejor” como dijo el presidente— es a Peña Nieto rescatando a Videgaray y haciéndolo canciller, estamos más solos y abandonados de Dios de lo que siempre hemos pensado. Qué pequeñez de nuestros gobernantes.