El Presidente tomó asiento, y con un ademán pidió a los otros líderes del país que tomaran asiento alrededor de la amplia mesa redonda.

—Señores —dijo el Presidente—, señoras —agregó asintiendo hacia las 3 mujeres entre los 52 presentes—, estoy indignado. Este país nuestro, pues resulta que es machista.

—No no no no no no no no —murmuraron los presentes sacudiendo las cabezas.

—Sí sí sí —alzó la voz el Presidente—, y ahora mismo descubriré quién, o quiénes, son los culpables.

Las manos de los 49 varones se reacomodaron con inquietud alrededor de la mesa.

En cambio las 3 mujeres presentes se hicieron las ausentes, arreglando hacendosamente los lápices y las hojas blancas que tenían al frente.

—La mitad de los universitarios del país son mujeres —siguió el Presidente—, eso desde hace 30 años, y el 40% de los trabajos profesionales los hacen las mujeres, y sin embargo… —el Presidente consultó una tarjeta de cartulina media carta, antes de terminar la idea—… en las 3 Academias de Egregios Nacionales, hay menos del 10% de mujeres, y lo más grave, entre esas Egregias hay varias que son mamás o esposas o amantes de Egregios. Rector de la Academia de Ciencias: ¿lo niega usted?

—No no no no —dijo el Rector, detrás de sus lentes cuadrados.

¿Cómo podía negarlo? El nepotismo en las academias era consabido. Eso y el cuatismo. Pero el Rector murmuró a continuación, en su defensa:

—Lo que no sé es por qué faltan mujeres, si jamás hemos hablado de ellas en las academias, de su ausencia o su presencia, más bien mantenemos la política: ni las leemos ni las escuchamos, así que verídicamente somos ciegos a las mujeres, o a su discriminación.

El Presidente ignoró la enredada disculpa, y resoplando leyó de su tarjeta otra línea, que le reencendió la rabia: golpeó de nuevo la mesa con el puño cerrado.

—¡Carambas! —exclamó—. ¡Qué ignominia! En mi gabinete presidencial, electo personalmente por mí, hay solo 3 secretarias de Estado.

El secretario de Gobernación se inclinó para soplarle al oído al Presidente:

—Dos, destituyó usted a la tercera.

—¡Dos! —corrigió indignado el Presidente. —Quiero una respuesta: ¿quién es el culpable?

Barrió con la mirada a los caballeros presentes, que cuidaron de no delatar nada con la expresión facial, en tanto las 3 mujeres presentes siguieron arreglando primorosamente los lápices en los vasitos de cristal ante ellas.

Entonces el Presidente consultó una línea más en la maldita tarjeta, y se le torcieron los labios en un rictus de repugnancia.

—Por fin, hablemos de la iniciativa privada. La situación ahí es más grave, caballeros. Solo 4 de las 100 empresas más grandes del país, están presididas por hembras. Pero como las empresas son dictaduras, no democracias, pues a la goma.

De pronto, al ver otra línea en su tarjeta, el Presidente sonrió:

—Ah, esto es bueno —dijo. — Hay un área en que las mujeres tienen la delantera, y es en la CVA. ¿Qué es la CVA?

El secretario de Seguridad respondió al otro extremo de la mesa:

—La Cuenta de Víctimas de Asesinatos.

—¡Mierda! —dijo el Presidente—. Eso es malo, señores.

—Muy malo muy malo muy malo muy malo —vino la unánime respuesta.

—Traigan al experto en mujeres —ordenó el Presidente. —Que lo traigan las edecanes presidenciales.

5 mujeres altas, delgadas, de pelo largo, de 23 años, salieron de las paredes de caoba de la sala (o tal vez ahí estuvieron paradas desde un principio de la junta, y nadie las había notado) y se fueron caminando de puntitas en sus zapatitos de tacón de aguja.

Volvieron de puntitas en sus zancos de charol escoltando al Experto Nacional en Mujeres. Una señora delgada y guapa, de pelo negro, zapatos bajos, que luego de tomar asiento, dijo con firmeza:

—Miren, señores. Yo no tengo para qué tener paciencia con su hipocresía. Es bien sencillo. O bien la inteligencia es inversamente proporcional al tamaño de los senos, a más senos menos inteligencia, y por eso las mujeres no llegamos a los puestos de honor y autoridad de la sociedad, sino a cuentagotas y por excepción, o ustedes son los mezquinos misóginos que nos cierran el paso.

El cultísimo director de la Academia de Letras levantó la mano e insertó:

—Misóginos sí, señora, mas inconscientes de serlo.

—Lo admite entonces, doctor —dijo la experta clavándole la mirada.

—No no, mas sin acento. Es decir, mas inconscientes. Es decir, que luego de un periplo por la estratósfera intelectual, aterrizo en tierra sin admitir nada.

—¿Inconscientes? Qué payasada —replicó engallada de pronto una de las mujeres presentes, la secretaria de Vivienda. —Hasta nuestro puto lenguaje es misógino.

Varios señores se cubrieron la boca escandalizados por la vehemencia de la secretaria.

—Sea usted una dama —murmuró alguien.

Pero ella no se amilanó:

—Si hay dos niñas y un niño, se dice: los niños, un acto de prestidigitación donde las niñas desaparecen.

El Presidente frunció el seño.

—¿De verdad desaparecen las niñas? —preguntó preocupado.

El secretario de Gobernación le sopló al oído:

—Así es, señor. Cada minuto desaparecen un millón 700 mil niñas y mujeres del lenguaje.

—Yo exijo que las mujeres se comporten como deben las mujeres —sorprendió a todos una voz grave al fondo del salón.

Era el secretario de la Defensa Nacional.

El general se puso en pie, desplegando su uniforme verde, y la pistola a su cintura se volvió visible.

—Es decir —explicó, así de pie—, que se comporten con miedo a nuestra autoridad. Que tartamudeen. Que se desorienten. Que no sepan qué carajos pasa a su alrededor. Que nos pidan permiso y nos pidan perdón y nos sonrían, y hagan méritos para gustarnos. Y se pregunten, interminablemente, si hay o no hay una misoginia institucional, y no se reúnan para urdir su propia estrategia de toma del poder, como se rumora que está ocurriendo en varios clubes secretos. Eso, el ignorar lo que no ignoran, eso es lo que mantiene a nuestra autoridad viril, firme en su sitio.

Chocó los talones de las botas, su diestra apretó la cacha de la pistola, y el silencio inundó el espacio.

Hasta que el Presidente concluyó la reunión con estas palabras:

—Señores, tres señoras. Este es el Día Internacional de la Mujer, y hoy, como tradicionalmente lo hacemos desde hace 50 años, nos alarmamos por nuestra propia misoginia inconsciente, y al día siguiente nos ocupamos de otras cosas. Hasta mañana.

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