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En medio de la tormenta que domina las relaciones entre México y Estados Unidos, la embajadora estadounidense, Roberta Jacobson, podría resultar clave en el proceso de evitar que las heridas sangren demasiado. Pero el derrumbe quizá la arrastre antes a ella misma.
Uno de los retos más graves de la señora Jacobson —que acumula 25 años de trabajo con América Latina— es una crisis en la relación entre las respectivas Fuerzas Armadas, que de acuerdo con reportes disponibles, ha entrado en un limbo, lo que incluye desde luego al Plan Mérida, los acuerdos de entrenamiento y la confianza mutua.
El secretario de la Defensa, general Salvador Cienfuegos, ha tomado nota inevitable de los pronunciamientos del presidente Donald Trump sobre la alegada incapacidad del gobierno mexicano para derrotar a las mafias del crimen organizado. Pero especialmente de su propuesta en conversación telefónica con el presidente Enrique Peña Nieto de aportar militares de su país para sumarse a esta tarea.
Este posicionamiento ha sido secundado en público por el círculo cercano del señor Trump, con voces que piden un modelo “como en Colombia”, donde el Estado cedió el control total a manos estadounidenses, con resultados harto cuestionables.
Fuentes militares consultadas dijeron que es difícil imaginar hoy a Cienfuegos trabando amistad con los actuales protagonistas de las fuerzas armadas estadounidenses: el nuevo secretario de la Defensa, James Mattis, y el jefe del Estado Mayor Conjunto, Joseph Dunford. Marines ambos, comparten una trayectoria similar y fueron compañeros de campaña en 2003 en la guerra contra Irak. En esa época Mattis expresó a los tropas bajo su mando una de sus muchas frases famosas: “Se cortés, se profesional… pero ten un plan para matar a todos los que conozcas”. No en balde es conocido como Perro rabioso Mattis. Dunford gusta de ser llamado El Guerrero.
En contraparte, Cienfuegos es tenido como un general “con visión de mundo; un militar mexicano atípico, abierto a la modernidad y con gran capacidad de diálogo con la academia y la sociedad civil”, según lo ha descrito Raúl Benítez Manaut, uno de los académicos más rigurosos y conocedores de la milicia en México.
Es pertinente también subrayar que, a diferencia de la rivalidad que el Ejército protagonizó con la Marina en anteriores administraciones, no hay duda de la jerarquía que ostenta ahora Cienfuegos ante el titular de la Armada, el almirante Vidal Soberón. Por ello resulta improbable que se repita lo ocurrido en la administración de Felipe Calderón, cuando el Pentágono trazó una estrategia que ignoraba al Ejército y privilegió el trato con los marinos.
“El Ejército mexicano rehúye el riesgo”, sentenciaba en lenguaje diplomático un cable de la embajada estadounidense revelado a inicios de 2011 por WikiLeaks. En la oficina que ahora ocupa Roberta Jacobson despachaba Carlos Pascual. En lenguaje llano, la sede diplomática informaba a Washington que los soldados mexicanos eran miedosos.
El escándalo estalló. El 22 de febrero de ese año Calderón declaró a EL UNIVERSAL que Pascual era un “ignorante”. Días antes, en reunión privada con el consejo editorial del influente The Washington Post, Calderón mismo dijo que le había perdido la confianza a Pascual, entre otros temas, porque estaba ligado sentimentalmente con Gabriela Rojas Jiménez, hija de Francisco Rojas, entonces coordinador de la bancada del PRI en la Cámara de Diputados.
Es difícil saber qué irritó más a Calderón, si los cables de WikiLeaks o el romance de Pascual con la señora Rojas. O incluso, el hecho de que ella había sido esposa del calderonista Antonio Vivanco, que llegó a ser director de la CFE. Como diría la prensa rosa: Pascual y Gabriela fueron presentados en una “cita a ciegas” —concertada por el ex canciller Jorge Castañeda—, y surgió una chispa que los llevó a ambos finalmente al matrimonio. Pero Pascual no soportó la crisis diplomática y renunció el 19 de marzo de 2011. Había llegado a México apenas 18 meses antes.
Aquel drama podría parecer un juego de niños para lo que vive ahora la relación México-Estados Unidos. Y dentro de esa tormenta se halla la embajadora Jacobson, cuya carrera ha sido la de una demócrata químicamente pura. De ahí la postulación para su cargo actual por parte del entonces presidente Obama, en junio de 2015, si bien su confirmación fue soboteada por los republicanos en el Senado durante 10 meses.
Antes del triunfo de Trump, ella ya acumulaba un prestigio en México por su conocimiento profundo de la agenda común, su eficaz discreción, dominio del castellano, un compromiso con causas justas como los derechos de género e incluso, un excelente sentido del humor.
Las próximas semanas y meses pueden ser aciagos para esta diplomática de carrera que seguramente sufre su actual encargo, pero que lo sigue desempeñando con templanza. Su gestión podría ser sepultada por la avalancha del deterioro. Con ella se iría una de las pocas aliadas de México frente a un gobierno poderoso, pero necio, sordo e ignorante.
rockroberto@gmail.com