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Luis Videgaray salió de la Secretaría de Hacienda el 7 de septiembre. De acuerdo con todos los indicios disponibles, no cumplirá tres meses fuera del primer equipo de la administración Peña Nieto. En los próximos días su buena estrella lo traerá de regreso.
Singularmente, lo logrará bajo el mismo argumento con el que fue echado del gabinete: su acceso al estrecho círculo cercano al presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, que en agosto le permitió a Videgaray armar la visita de este magnate, con resultados entonces desastrosos, pero que ahora se busca describir como visionaria.
Reportes obtenidos en ambas partes de esta historia dan cuenta de reiterados coloquios privados entre Peña Nieto y Videgaray, para analizar la nueva posición que asumirá este hombre que ha cumplido ya una década como una de las voces más influyentes en el ánimo y las determinaciones del actual huésped de Los Pinos, y sin duda una de las mentes más iluminadas del gobierno.
Videgaray, hay que subrayarlo, nunca dejó de ser un asiduo visitante a Los Pinos, como lo documentó EL UNIVERSAL. Su nuevo look —barba y cabello largo— simbolizó un retiro que nunca existió, pues siguió oficiando como el hombre fuerte del régimen, pálidamente rivalizado por el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong.
Las fuentes consultadas aseguran que ha quedado descartado que Videgaray retorne a la Secretaría de Hacienda, donde conservó a varios operadores clave en el equipo que actualmente conduce José Antonio Meade. Y tampoco se prevé su designación como secretario de Relaciones Exteriores, a cuyo frente seguiría Claudia Ruiz Massieu. Los reportes confiados apuntan a dos posiciones aún en perspectiva: la Secretaría de Economía, donde relevaría a Ildefonso Guajardo, o la embajada en Washintgon. Con el aval presidencial, la decisión final reposará en la voluntad personalísima de Videgaray.
En cualquiera de estos cargos tendría un protagonismo central para rediseñar —hasta donde el equipo de Donald Trump se lo permita— la nueva era de una relación enormemente asimétrica en favor de Estados Unidos, donde se anuncia ya que habrá (por las buenas o por las malas) un nuevo modelo de integración en el norte del Continente Americano.
En el otro frente de la relación, el de Trump, los interlocutores, oficiales u oficiosos, ya están a la vista y han generado mensajes para México cada vez más inquietantes, lo que ayer volvió irrelevante el aumento en las tasas de interés con las que el Banco de México buscó dar estabilidad a la paridad del peso con el dólar y ofrecer argumentos a los capitales globales para seguir aquí. Ello aumenta la presión para el gobierno Peña Nieto y lo puede obligar a precipitar decisiones que quizá le hubiera gustado definir en enero.
El pasado viernes 11, Trump anunció la designación de Dan DiMicco como el funcionario de su oficina de transición encargado de los temas de comercio. Él coordinará a un equipo de halcones del tema, lo que sumará desde políticos conservadores y proteccionistas, como el gobernador de Kentucky, Mat Bevin, estrecho amigo de Trump; a empresarios de derecha, y hasta Ivanka Trump, la influyente hija mayor del nuevo mandatario estadounidense, con amplio activismo en los negocios de su familia.
Pero DiMicco tiene una historia interesante, ligada a México, que puede anticipar lo que se nos acerca a grandes zancadas. Esta historia ilustra la obsesión del equipo Trump en contra de China. El mismo sector que mostró irritación extrema cuando tras una visita del presidente Peña Nieto por China, nuestro gobierno otorgó a empresas de ese país contratos importantes.
Dichos contratos, particularmente la construcción del tren eléctrico a Querétaro, fueron cancelados en noviembre de 2014 a la poderosa China Railway Construction Corporation, controlada por el Estado chino, lo que trajo una crisis. Pocos supieron que el señor Videgaray estuvo detrás de esa operación para alejar las manos chinas de los negocios en México.
El citado DiMicco fue presidente de la siderúrgica estadounidense Nucor, que forma parte del corporativo Duke Energy. Dedicó una parte central de su gestión a denunciar prácticas chinas presuntamente desleales en venta de acero a precios subsidiados, lo que habría estando afectando a la industria y al empleo de ese sector en Estados Unidos. Un tema harto familiar en las peroratas de Trump.
De acuerdo con fuentes enteradas, los proteccionistas norteamericanos en este ámbito encontraron un aliado mexicano, el empresario Raúl Gutiérrez Muguerza, a su vez cabeza de DeAcero, quien se sumó a la participación en paneles de comercio norteamericanos y ante distintas autoridades. Al final, ambos lograron que sus respectivos gobiernos impusieran aranceles temporales a las importaciones chinas, solución no de fondo, pero que permitió paliar los aparentes efectos de lo que los recientes documentos del equipo Trump llaman “comercio injusto”.
Este es el panorama en el que Luis Videgaray retomará presencia en la escena mexicana durante la “era Trump”. Un periodo para el que hay que tener buenas reservas en nuestra capacidad de sorpresa.
rockroberto@gmail.com