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Emilio Lozoya, operador clave de la administración Peña Nieto en el frente financiero nacional e internacional; director de Pemex, desde donde gestó episodios relevantes de la reforma energética; nieto de un general gobernador, hijo de un ex secretario de Energía, miembro de una dinastía empresarial y política, se desplomó de su cargo tras sostener, a lo largo de varios meses, una confrontación con Luis Videgaray, secretario de Hacienda.
Ambos fueron considerados por años parte de un reducido clan de amigos (junto con José Antonio Meade, ahora secretario de Desarrollo Social; Aristóteles Núñez, titular del SAT, y José Antonio González, nueva cabeza de la petrolera estatal). Lozoya y Videgaray se forjaron a la sombra de Pedro Aspe, el secretario de Hacienda de Carlos Salinas de Gortari, con quien trabajaron en la firma Protego, que los catapultó a la vida pública y al primer círculo de Los Pinos.
Pero Videgaray llegó primero. El año pasado cumplió una década de ser quizá el personaje más influyente en el ánimo de Peña Nieto. Y lo sigue siendo pese a las dudas surgidas en los últimos meses, los escándalos contenidos y los cuestionables resultados de la economía mexicana. Con un solo golpe de mano, gente suya arribó a nuevas posiciones estratégicas para demostrar que este hombre se mantiene como el cancerbero del primer círculo presidencial.
Además del acoso y derrocamiento de Lozoya Austin en Pemex, asfixiado por lo que su equipo describe como un boicot financiero y político instrumentado desde Hacienda, los movimientos del lunes pasado se significaron por la proyección de dos operadores del equipo de Videgaray: José Antonio González, quien dirige ya Pemex, y Mikel Arriola, al que le fue encomendada la dirección del IMSS. A ellos se suma un puñado de candidatos del PRI a gubernaturas, en Colima (ya electo), Tamaulipas, Durango y Chihuahua.
El carácter de Videgaray como un “halcón” implacable que no repara en daños —especialmente políticos— con tal de cobrar su pieza, se ilustra también entre los gobernadores del país, que ya se resignaron a que los presupuestos estatales, como el nacional, sean ajustados constantemente a la baja ante la férrea directriz establecida desde el ala norte de Palacio Nacional. Y no son pocos los mandatarios que hablan con indignación, pero en voz baja, del desdén y la dureza en el trato recibido en Hacienda, especialmente si sus administraciones son consideradas laxas o frívolas.
El propio Videgaray ha descrito su control sobre el gobierno con carácter “transversal”, que ejerce en todo el aparato público, en temas financieros, pero desde ahí, también en asuntos políticos.
Singularmente tres de sus emisarios asignados a tareas delicadas tendrán un baño de fuego más temprano que tarde.
José Antonio González Anaya es descrito como un obsesivo de los controles financieros. En el IMSS aplicó recortes en gastos y pensiones, indispensables sin duda, pero ello trajo un deterioro en los servicios nunca conocido en la institución. Es un enigma la eficacia que tendrá su método en Pemex, con un gremio petrolero abultado, improductivo y arrogante (encarnado por el líder Carlos Romero Deschamps), pero con una enorme capacidad de chantaje sobre el gobierno y el conjunto del país.
Mikel Arriola se encontrará con un IMSS convertido en campo minado, donde los pacientes graves pueden morir esperando la consulta con un especialista. La demorada reforma en materia de salud, que buscaba unificar los servicios públicos que actualmente otorga media docena de instituciones federales, no será responsabilidad de Arriola, sino del nuevo secretario de Salud, el prestigiado doctor José Narro.
Tampoco tendrá un día de campo el videgarayista Baltazar Hinojosa, aspirante al gobierno de Tamaulipas, donde la inseguridad sigue siendo un doloroso expediente abierto.
De los resultados de todos ellos surgirá el legado de Luis Videgaray. Sabremos entonces si su sitio en la historia será luminoso o una página negra.
APUNTES: “No nos lo querían entregar, Presidente… se los tuvimos que arrancar”. Palabras más o menos, esa fue la queja que el secretario de Marina, Vidal Francisco Soberón, habría expresado ante Enrique Peña Nieto, el 8 de enero, en Palacio Nacional, refiriéndose a los policías federales que esa mañana habían detenido al capo Joaquín Guzmán Loera y a su pistolero Orso El Cholo Iván Gastélum, para luego hacer con ellos un inexplicable recorrido, y acabar resguardándolos en un hotel de paso. El discreto pero demoledor comentario del almirante secretario fue registrado por otros funcionarios, entre ellos Renato Sales, comisionado nacional de Seguridad y jefe de los federales impugnados, quien guardó silencio, según testimonios aportados por testigos directos de ese momento. Como le expuse en una entrega reciente de esta colaboración, siguen existiendo dudas sobre aquellos hechos. Informarlo a usted no es un gesto de mezquindad, como lo imputó en estas mismas páginas mi compañero Héctor De Mauleón, destacado literato. La tarea del periodista no es construir héroes, reales o falsos, sino hacer preguntas.
rockroberto@gmail.com