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En la semanas iniciales de 1994, un grupo de colaboradores cercanos a Luis Donaldo Colosio, candidato del PRI a la Presidencia de la República, le mostró un expediente con indicios de que podía ser víctima de un atentado mortal. El sonorense desestimó el hecho.
“No se van a atrever“, aseguró, según confió un testigo directo de la reunión. Colosio preguntó quién había integrado el expediente, y surgió el nombre de Monte Alejandro Rubido. Este último no era ajeno al primer círculo colosista. Meses antes, desde su oficina en el Cisen, había surgido la alerta contra la intención de que la campaña presidencial arrancara en Chiapas, donde desde meses antes se multiplicaban reportes de un inminente levantamiento guerrillero armado.
El episodio constituye apenas una anécdota en la controvertida trayectoria de Rubido García, a lo largo de casi tres décadas, dentro de los sistemas de espionaje y seguridad nacional en el país. Una presencia que creció y se fortaleció bajo cinco presidentes, de diversos partidos, desde Carlos Salinas de Gortari hasta Enrique Peña Nieto. Un príncipe de las catacumbas de la inteligencia mexicana.
Su influencia le permite ahora permanecer lejos de indagatorias judiciales formales en torno a la escandalosa fuga de Joaquín El Chapo Guzmán del que fuera el penal de alta seguridad del Altiplano.
Investigadores federales revelaron a este espacio que el ex comisionado nacional de Seguridad decidió retener, bajo su personalísimo control, evidencias —entre ellas varios videos— cruciales para entender qué ocurrió la noche en que oficialmente Guzmán Loera desapareció de su celda.
En el expediente del caso integrado bajo la supervisión de la procuradora general Arely Gómez, se multiplican declaraciones según las cuales hubo reiterados reportes de que el capo no era objeto de las políticas carcelarias en materia de seguridad y que, por ejemplo, se le permitía intercambiar con sus abogados notas manuscritas de las que se desconocía su contenido. Las fuentes consultadas aseguran que la mayor parte de esos reportes llegaron hasta la oficina de Rubido García, sin que atrajeran los correctivos esperados.
Investigaciones adicionales han detectado también ya una red de complicidades en torno al referido penal. Una docena de presuntos implicados están siendo mencionados en el ámbito policial federal, sin que se proceda aún contra ellos. Integrantes del Cisen —la casa de Rubido por decenas de años— responsabilizados de monitorear la presencia de Guzmán en su celda y que no reportaron a sus superiores la desaparición del capo, fueron inicialmente arrestados y luego liberados. La PGR habría sido instruida de que los empleados del Cisen, que dirige Eugenio Ímaz, son intocables en este caso.
Todos estos testimonios apuntan en un sentido distinto al que la autoridad ha querido orientar la explicación de los hechos. La fuga de El Chapo no sería producto de un genio criminal que construyó un túnel capaz de burlar los controles más sofisticados del mundo. La evasión sería más bien resultado de una corrupción enorme de funcionarios de todos los niveles, incluso muy altos.
En la cúspide de esa estructura se hallaba un hombre que a lo largo de su carrera ha tenido ascensos y caídas, pero siempre ha preservado una importante cuota de poder nutrida de muchos expedientes rebosantes de secretos criminales, políticos, pasionales…
Monte Alejandro Rubido (ciudad de México, 1954) es este hombre que desde 1986, casi la mitad de su vida, ha habitado las oficinas del espionaje gubernamental, desde antes de que fuera creado el Cisen, del que es fundador y cuyos máximos cargos ha ocupado más de una vez.
Rubido estableció sistemas de espionaje en el Estado de México en las administraciones encabezadas por Emilio Chuayffet y Arturo Montiel. El peso del que hizo galas durante el priísmo, se amplió singularmente en los gobiernos de Fox y Calderón, a los que entró de la mano de su anterior compañero en el Cisen, Genaro García Luna.
Destituido el pasado 27 de agosto como titular de la Comisión Nacional de Seguridad, Rubido ha optado por la discreción y el bajo perfil que imponen las leyes no escritas del sector. Así seguirá, ejerciendo en la confidencialidad. Salvo que un fiscal honesto decida citarlo para someterlo a un interrogatorio incómodo. Las cosas entonces quizá empezarían a mejorar.
APUNTES: Miguel Ángel Yunes Linares se alista para buscar nuevamente la gubernatura de Veracruz. Faltan nueve meses para la elección, y quien gane sólo estará hasta 2018, pero las definiciones ya están a la vista. Yunes se convirtió en la pesadilla cotidiana del gobernador priísta Javier Duarte, cuyos operadores lucubraron por años ideas para demolerlo, con magros resultados. Las encuestas disponibles alertan que si los comicios fueran hoy, el PAN ganaría con Yunes. En octubre Acción Nacional y el PRD determinarán una posible alianza. Si van juntos, los comicios podrían ser para ellos un día de campo y el estado viviría una alternancia.
rockroberto@gmail.com