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Salvo un giro de último momento, el legado principal de la Asamblea del PRI será permitir al presidente Peña Nieto incluir a dos colaboradores clave como finalistas hacia la candidatura para sucederlo: José Antonio Meade y Aurelio Nuño.
Paradoja o signo de los tiempos, ambos carecen de militancia partidista. El primero ostensiblemente ha evitado toda afiliación; el segundo mantiene la suya en el partido oficial casi en el ámbito del misterio.
La mesa de Estatutos de la Asamblea acordó el miércoles una reforma para permitir la postulación de un candidato presidencial “externo”, como ya ocurre para otros puestos de elección. Se aprobó también en principio una propuesta —de Ivonne Ortega, ex gobernadora de Yucatán— para que un “externo” que sea designado cubra requisitos “similares” a los de un militante activo, lo cual probablemente sea descartado en los filtros posteriores —Comisión Redactora de la Asamblea, sesión plenaria y Consejo Político.
Meade Kuribreña, secretario de Hacienda; Nuño Mayer, de Educación; José Narro, de Salud, y Miguel Ángel Osorio, de Gobernación, siguen siendo mencionados, dentro y fuera del partido como la lista final en la baraja de Peña Nieto. Pero con la luz verde a los “externos” se impondrá la percepción de que en el ánimo presidencial sólo subsisten los dos primeros.
Contra los tiempos tradicionales del oficialismo, parece existir una definición en Los Pinos para que la postulación priísta sea definida entre finales de octubre e inicios de noviembre, antes incluso de que arranque el último año de la administración. Urge al PRI —como también al PAN y al PRD— acortar la ventaja que ahora exhibe el único corredor en la pista de 2018: Andrés Manuel López Obrador, de Morena.
Es por ello previsible que Peña Nieto haya tomado ya su decisión.
La creciente expectativa de que el dilema presidencial se reduce a Meade y a Nuño se alimenta también de que los dos deben su presencia en el gabinete a Luis Videgaray, el verdadero álter ego del Presidente. Videgaray es amigo de juventud de Meade. Fue también quien acercó a Nuño al equipo mexiquense desde que se preparaba en Palacio de Gobierno de Toluca para competir por Los Pinos.
Ante el desgaste de Videgaray, que lo hace inviable para la candidatura, Peña Nieto optará por uno de los clones de aquél —Nuño o Meade—, asume esta convicción cada vez más generalizada. Sin embargo, hay indicios duros sobre los márgenes de independencia que han ido cobrando ambos respecto de su promotor original.
La reflexión presidencial para decidir sobre las fortalezas y desventajas de cada uno de estos dos finalistas supondrá una balanza entre dos perfiles muy diversos.
En el caso de Meade Kuribreña, de 48 años, su presencia en el ánimo presidencial se alimenta de los consensos transversales que puede convocar, lo mismo dentro y fuera del país; tanto en el PRI como en el PAN; igual en el sector empresarial y la casta financiera que entre actores beneficiados cuando fue secretario de Desarrollo Social, desde agrupaciones comunitarias hasta liderazgos regionales, incluso algunos gobernadores.
Meade es un elaborado producto de la aristocracia financiera, un hombre que tiende a explicar e incluso predecir la ruta de una nación leyendo sus cifras macroeconómicas y el contexto en el que se generan. Observante de la religión católica y en contacto con las artes. Según sus cercanos, el entorno en el que se siente más cómodo es un debate que exige datos y argumentos.
Nuño, de 39 años, guarda culto al poder y exige que sus interlocutores lo hagan, sea quien sea: político, líder social o periodista. Espera subordinación no sólo hacia las instituciones, sino hacia quienes las encarnan. Sus cercanos lo retratan como poco afecto a las fiestas, incluso desde la juventud temprana. Fue un líder estudiantil en la Universidad Iberoamericana deslumbrado por la posibilidad de llevar al campus al ya entonces ex presidente Carlos Salinas de Gortari. Alumno brillante también en la Universidad de Oxford, donde a decir de sus profesores, desdeñó la fama académica pues siempre lució picado por el anhelo de la política.
Si en Meade puede encontrarse sensibilidad social que convive con un obseso por la técnica económica, en Nuño hay un pragmático y un buen negociador, pero también un arrogante que debió haber creído encontrar el cenit de su formación en el estilo mexiquense de la política y el poder: vertical, refractario a la crítica.
Pese a las extendidas versiones sobre errores que habrían cometido —Meade en la imposición del “gasolinazo”, Nuño desde la jefatura de la Oficina de la Presidencia, en el manejo de las crisis estalladas por Ayotzinapa y la Casa Blanca—, sólo Peña Nieto puede tener clara la responsabilidad de cada quien en esas historias. Con base en todo ello hará un balance, y tomará su decisión. Si es que no lo hizo ya.
rockroberto@gmail.com