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La pasada jornada electoral del 4 de junio, cuando en el Estado de México se jugaba el balance político del país, el presidente Peña Nieto decidió tomar distancia física de los centros neurálgicos donde se tomaba el pulso de las cosas minuto a minuto. Pasó gran parte del día en el balneario de Ixtapan de la Sal, donde jugó golf y se recluyó en privado en la residencia familiar, lo que mandó la señal de que aguardaría las noticias apegado a su estilo personal: reconcentrado en sus propios pensamientos.
Fue hasta avanzada la noche de ese domingo cuando se trasladó a Los Pinos y pidió reportes. Los datos que recibió lo han hecho mantenerse ajeno a cualquier tono de triunfalismo, tanto en eventos públicos como en reuniones privadas donde se ha abordado el tema, según lo compartieron con este espacio fuentes cercanas al círculo presidencial.
“La madrugada del lunes el Presidente recibió al gobernador Eruviel Ávila y a Alfredo del Mazo, incluso brindó con ellos… pero a sus colaboradores de primer nivel les ha dicho que más que festejar, se debe trabajar mucho”, indicó una de las voces consultadas.
Los datos crudos ofrecidos a Peña Nieto sustentan su cautela: en las sucesivas elecciones locales celebradas luego de recuperar la Presidencia de la República en 2012, el PRI ha sufrido una sangría de votos. La cifra acumulada rebasa ya cuatro millones de sufragios. Si esa pérdida no es revertida o incluso se agudiza, en 2018 será matemáticamente imposible que el Institucional siga en Los Pinos.
Ya se ha dicho que sólo por lo que toca al proceso mexiquense, el candidato oficial, Alfredo del Mazo, obtuvo un millón de votos menos que el actual mandatario, Eruviel Ávila. Pero el dato más relevante es que hace seis años éste se colocó 41 puntos porcentuales arriba de su más cercano contendiente, Alejandro Encinas (61.9% contra 20.9%), mientras que Del Mazo, montado en un gigantesco aparato de propaganda y clientelismo político, apenas se pudo separar 2.78 puntos de su principal adversaria, Delfina Gómez.
Ante tal escenario, se espera que Peña Nieto actúe en consecuencia. Lo que derive de ello determinará la ruta que deberá emprender su partido, el PRI, cuyo dirigente, Enrique Ochoa, convocó en abril a una Asamblea Nacional para la primera semana de agosto. Entonces sabremos si el nonagenario partido resultó fortalecido, o si esa XXII Asamblea habrá augurado no sólo la derrota en 2018, sino la extinción del Institucional, al menos como lo conocemos ahora.
No se requiere un doctorado en ciencia política para entender que el PRI y su dirigente máximo encaran un dilema: o el partido oficial emprende una transformación que lo relance entre el electorado, o intenta la vieja fórmula del Gatopardo: que todo cambie para que todo siga igual.
El solo anuncio para la Asamblea ha estimulado un incipiente debate interno, que en días pasados buscó ser abortado por el dirigente del Sector Popular de la organización (CNOP), el jalisciense Arturo Zamora, quien atribuyó a “políticos de café resentidos” voces provenientes de la Alianza Generacional, una instancia interna, de corte netamente institucional, creada hace décadas y que reúne a ex dirigentes partidistas.
La noche del pasado miércoles el propio Zamora sostuvo una reunión privada con tres integrantes de la Alianza, ante quienes se retractó y garantizó apertura a la discusión. Pero el problema es más complejo que un armisticio de café. La verdadera pregunta es por qué Zamora, un político sólido, fue inducido a protagonizar esta página de cerrazón.
Es cada vez más claro que en el primer círculo que rodea al presidente Peña Nieto predomina la postura de que una transformación real del PRI es inviable a estas alturas. Según este sector, dominado por los “duros” del sector financiero, las voces críticas propondrán someter a consulta pública, entre militantes o la ciudadanía en general, la designación de candidatos el próximo año, incluido el abanderado presidencial.
Tal ruta, consideran estas voces, despojaría a Los Pinos de sus herramientas de control sobre el partido y por extensión, de toda la clase política priísta. El desastre sería inevitable. Al partido, proponen, hay que someterlo. Y apostar a ganar el 2018 con los tres ejes de la fórmula usada en el Estado de México: gasto-gasto-gasto.
En la acera de enfrente, que por ahora encarna la Alianza Generacional pero con profundos vasos comunicantes entre el priísmo, existe la certeza de que la renovación del PRI puede inspirarse en la XIV Asamblea, que condujo Luis Donaldo Colosio en septiembre de 1990. O en las consultas públicas para designar candidatos alentadas por Ernesto Zedillo en 1999-2000. De ahí surgió Francisco Labastida Ochoa —eventualmente derrotado—, pero también la generación de políticos que luego arribaron a gubernaturas y lograron la sobrevivencia del Institucional durante los 12 años del PAN en Los Pinos.
rockroberto@gmail.com