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La falta de respuesta a esta pregunta fundamental ha originado una consecuencia gigantesca para México: somos el país-escenario del crimen más vergonzante de la historia en todo este planeta.
¿Cómo es posible hablar de justicia y siquiera civilización, cuando a más de un año de distancia no hemos podido determinar qué pasó con los 43 jóvenes de la Normal de Ayotzinapa desaparecidos la noche del 26 de septiembre de 2014 en Iguala? A menos que desde las alturas del poder se haya perpetrado un gran montaje para ocultar una verdad tan monstruosa que sería inconfesable y explique el costo enorme e irreparable que seguirá pagando el gobierno del presidente Peña Nieto.
Apenas antier, en esta inacabable tragicomedia de enredos, el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes refutó contundentemente la llamada “Verdad histórica” dada a conocer en enero de 2015 por el entonces procurador Jesús Murillo Karam: “No hubo ningún incendio en el basurero de Cocula, según imágenes de satélite; además llovió copiosamente en la zona durante todas esas horas”. Pero la segunda conclusión es aterradora: ¿Entonces la PGR inventó lo de la incineración de los cuerpos? ¿Quienes así lo declararon mintieron por alguna razón o fueron torturados para hacerlo?
Por lo pronto, la PGR continúa en su remolino macabro y obsesivo: propone la realización de un nuevo estudio del fuego en Cocula para probar que los normalistas fueron incinerados ahí. Pero el punto más sensible del informe del GIEI es la insistencia de los expertos internacionales para interrogar personalmente a los soldados y oficiales del 27 Batallón de Infantería en Iguala, que hasta ahora sólo han respondido a preguntas a modo de la PGR. Entre otras cosas, su comandante, el coronel José Rodríguez Pérez —relevado del cargo en julio pasado— tendría que explicar por qué sólo destinó 40 de sus 600 de tropa a investigar esa noche y madrugada, si ya se tenían señales de la masacre; igual, dónde está el revelador video del Palacio de Justicia y alrededores, cerca del cual se encontró sin vida el cuerpo del normalista Julio César Mondragón, al que le desollaron la cara y le sacaron los ojos.
Por eso y más, el horror de Iguala no cesa. Por el contrario, crece cada día. Y a medida que aparecen nuevos datos reveladores aumenta la percepción de que estamos no sólo ante un horrendo crimen múltiple, sino ante una gran mentira.
P.D. Por favor que alguien le diga al señor Memo Vázquez que como director técnico está en su derecho de ridiculizar a sus jugadores e incluso al equipo que dirige. A lo que no tiene ningún derecho es a ridiculizar a nuestra UNAM. Alguien tiene que explicarle lo que representa la Universidad Nacional Autónoma de México en este país, para que deje de ofenderla y mancillarla. Cierto, Pumas no es toda la UNAM, pero es un símbolo y su cara más visible. Por eso lo que hizo el domingo el señor Vázquez es una vergüenza para los universitarios. Cuando llegas a casa con tres goles de ventaja no puedes echar atrás al equipo a riesgo de que ocurra lo que finalmente pasó. Yo, como muchos otros pumas, hubiera preferido perder que calificar como un grupo de cobardes. Por cierto, ¿qué rayos festejaron al final y a mitad de la cancha?
Periodista.
ddn_rocha@hotmail.com