Se muere. O se reinventa. Es ahora o nunca. La posibilidad de la sobrevivencia. El paso incierto desde la cumbre al vacío. La luz al final del túnel. El epílogo del viejo libro o el principio de un nuevo capítulo. Eso y más se juega en estos días el partido de más de siete décadas de dominancia que quiere continuar el siglo encaramado en el poder presidencial.

Pero más allá de sus mesas y sus métodos, lo que hoy está en juego para los priístas es la credibilidad que su electorado potencial pueda tener sobre el circo gigantesco que han armado en varias pistas a lo largo y ancho del país, para concluir el sábado en su magna Asamblea Nacional en la Ciudad de México. Ahí se escucharán las palabras mayores de su líder natural e indiscutible, Enrique Peña Nieto. Un mensaje que probablemente está escrito desde ahora.

Y es en ese pequeño detalle donde se encierra toda la enorme diferencia de una interrogante plenamente justificada: ¿se trata de un verdadero ejercicio democrático al interior del partido o es un montaje teatral donde todos juegan un papel de protagonistas o de comparsas?

Si es lo primero, el PRI todavía tendría una última oportunidad de retener la Presidencia, después de dos estrepitosas derrotas frente al PAN. Si es lo segundo, cavaría su propia tumba; tan profunda, que ya nadie será capaz de resucitarlo.

Más allá de las otras mesas y lugares de análisis, desde luego que la pista central es la de Campeche, donde en estas horas habrán de debatirse los cambios en los estatutos para decidir tres cuestiones fundamentales: la eliminación de candados para permitir candidatos externos; el método de selección para el candidato priísta a la Presidencia el año próximo; y la posibilidad de un gobierno de coalición con sus afines del Verde, Panal y hasta algún otro que les aporte un puntito en una elección que se anticipa cerrada y que se disputará con uñas y dientes. Si nos atenemos a los porcentajes en el Estado de México, la disputa con Morena de López Obrador será una batalla rabiosa.

Por lo pronto, al interior del otrora partidazo, se ha desatado una guerra interna entre quienes propugnan que el PRI es para los priístas, frente a quienes se afilian a los designios cupulares que plantean abrir el partido a candidatos afines al gobierno, pero que no cumplen los actuales requisitos de diez años de militancia y al menos un cargo de representación popular. Lo que abrirá la puerta a José Antonio Meade, Aurelio Nuño, José Narro y tal vez algún otro. Al tiempo que, aparentemente, disminuirán las posibilidades de priístas de cepa como Miguel Ángel Osorio Chong, Eruviel Ávila o Enrique de la Madrid.

Pero, ojo, no se nos olvide que por naturaleza el PRI seguirá siendo un partido vertical y el gran elector es Peña Nieto. Así que el reventar los candados no significará necesariamente que el Presidente tenga que optar por uno de los recién llegados. Lo único es que jugará con una baraja nueva y más cartas. Y, en una de esas —a través del PRI, claro— podría anunciar que, a pesar de contar con múltiples opciones, los priístas se deciden por un candidato tricolor de tiempo completo. Total, que lo único que está en juego es 2018.

Periodista.
ddn_rocha@hotmail.com

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