“No importa que nunca se levante el muro, Trump ya nos jodió la vida”, coinciden los cuatro formidables luchadores sociales con los que hablé en los días recientes. Los de a de veras; aquellos que en Los Angeles, en Chicago, en Denver, Houston y otras grandes ciudades, pelean todos los días con la ley en la mano o con el grito en la calle por los más elementales derechos humanos de quienes están allá trabajando muy duro para la sobrevivencia. Y que ahora han sido condenados por Trump a subsistir en las sombras de las iglesias o a encerrarse en sus casas y hacer sus compras en la noche. Los cientos de miles que cargan todos los días con el pánico de ver destrozadas sus familias por las deportaciones de unos y la permanencia de otros.

Es verdad que el racista xenófobo y fascista que ahora manda en la Casa Blanca, ha sido frenado en el Congreso y los tribunales por iniciativas tan absurdas como el freno a la entrada de musulmanes y el castigo a las Ciudades Santuario. Pero no ha sido suficiente. Lo deleznable es que el discurso sistemático de odio a todo lo mexicano ha permeado a buena parte de la sociedad estadounidense: ahora, los migrantes ilegales son todos criminales y echarlos de regreso para acá es un acto de estricta justicia. Por todo ello y más, es verdaderamente admirable que decenas de miles de ellos hayan tenido el valor de salir a marchar contra las medidas de este autócrata ignorante, que al llegar a sus primeros cien días de gobierno tiene una aceptación de apenas 43%, la más baja para un presidente en la historia moderna.

El problema para México, es que no hemos aprendido a lidiar con este psicópata empoderado en la Casa Blanca. Lo atendimos como jefe de Estado cuando era un candidato deslenguado que nos llamaba criminales y amenazaba con el muro. Desde luego que no estoy sugiriendo que descendamos a sus niveles de lenguaje, pero sí que reconozcamos que convivimos con un perturbado mental, como concluyeron una veintena de psiquiatras estadounidenses que han estudiado su comportamiento. Citando al joven filósofo harvardiano Aaron James (Trump: un tratado sobre la imbecilidad Editorial Malpaso) Trump es un idiota que disfruta con la debilidad de los demás y se deleita humillando a quien tiene enfrente. Prueba de ello es que hace apenas una semana, el 26 de abril anunció al mediodía que Estados Unidos saldría del TLCAN, para salir en la noche con que había aceptado las llamadas de Peña Nieto y Trudeau —“esos caballeros que merecen mi respeto”— con quienes acordó que siempre sí renegociaría, siempre y cuando el nuevo pacto tripartita le fuera completamente satisfactorio. O sea, al estilo Trump: primero golpeo y luego negocio. Así que será absolutamente ingenuo pensar que será una concertación justa y equitativa. Por el contrario, Trump querrá comerse todo el pastel y dejarnos migajas. Habrá que enseñarle la dignidad, pero también los dientes.

La pregunta obligada es si estamos a tiempo de diseñar una estrategia inteligente para tratar con el demente que amenaza con un ataque nuclear a Corea del Norte, que bombardea a Siria y Afganistán, pero que todos los días nos hace la guerra a los mexicanos.

Periodista.

ddn_rocha@hotmail.com

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