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Sé que volverán a decirme que soy un alarmista; como cuando el 16 de noviembre titulé esta columna Trump construyó el muro y declaró la guerra a México. Entonces argumenté que con sus actitudes y amenazas, el presidente electo ya había levantado un cerco. Además de sus propósitos abusivos y racistas como confiscar la tercera parte de los 30 mil millones de dólares en remesas y la expulsión masiva e inhumana de indocumentados.
Lo que más me asombró fue la ingenuidad, sobre todo del gobierno peñanietista, señalando que uno era el Trump de campaña y otro sería el Trump presidente. Desde entonces he venido sosteniendo que ha sido precisamente el antimexicanismo de Trump lo que más beneficios políticos y de imagen le ha dado, desde aquella nefasta visita a México, entre los sectores más retrógrados, fascistas e ignorantes de aquel lado. Más aún, ahora se ha envalentonado al grado de intentar imponernos un bloqueo comercial al estilo del que ha estrangulado a Cuba durante décadas.
Ahí están sus palabras y sus hechos: Ford, canceló su planta en San Luis Potosí para llevársela a Michigan; apenas ayer General Motors anunció que trasladará parte de su producción de aquí para allá. Por supuesto que el propósito es desmantelar y llevarse las 14 plantas de estas empresas. Es obvio que esas armadoras han sido brutalmente presionadas por Trump y sus secuaces con impuestos de escándalo o promesas de terciopelo. Pero el colmo es que Trump ha amenazado a automotrices europeas tan poderosas como la alemana BMW con aranceles demenciales si sigue fabricando autos en territorio mexicano que crucen la frontera. Menos mal que los alemanes han dicho que continuarán con sus planes de inversión en México. Pero la pregunta obligada es cuántas empresas globales —no sólo del ramo automotriz, sino de otros sectores— resistirán las presiones del gobierno todavía más poderoso del planeta para que dejen de invertir en México. Eso se parece mucho a un cerco, a un embargo, a un bloqueo.
Trump va a gobernar sobre la base del terror. Y su advertencia es que quien favorezca a México será su enemigo. Y aunque en el mediano plazo su aislacionismo será desastroso para su país, ahora presume del rescate de empleos y dineros. Su mensaje del viernes será el del heredero del negocio de la prostitución, los hoteles y casinos; del hombre que jamás ha tenido un cargo público; del bárbaro descendiente de abuelos escoceses y alemanes y esposa centroeuropea, pero que odia permanentemente a todos los no nacidos allá, a todo lo mexicano e hispano, e incluso a los estadounidenses que lo cuestionan y no están de acuerdo con sus atrocidades.
Por eso no nos extrañe que ya instalado en la Casa Blanca promueva ante el Congreso el cambio de nombres de algunas grandes ciudades: Los Angeles a The Angels; San Francisco a St. Francis; San Antonio a St. Tony; Las Vegas, lo está pensando. Y que ofrezca inmensos incentivos fiscales para que ciertas estrellas cambien su identidad: Cameron Díaz a Cameron Days; Cristina Aguilera por Kristie Eagle; Ariana Grande sería Big Arianne; y como en su caso no hay una traducción de su apellido en inglés, Jennifer López pasaría a ser Jennifer Back que, a propósito, es por donde nos quiere patear Donald Trump. Y aquí, tan tranquilos.
Periodista.
ddn_rocha@hotmail.com