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Todo indica que así será: No hay una sola luz de optimismo en el horizonte de este 2017. Por el contrario, puras nubes negras y en el mejor de los casos espesas nieblas de incertidumbre.
El 2016 fue la crónica de una catástrofe anunciada y, al terminar el año, la declaratoria de guerra de Donald Trump —luego de su repudiada pero para él fructífera visita— fue el principio de la tormenta. El inevitable próximo presidente de Estados Unidos ha encontrado en su antimexicanismo una veta muy explotable que no sólo le ayudó a ganar la elección sino que lo fortalece cada vez que nos golpea inmisericordemente. Para quienes me tildaron de exagerado por el término de “guerra” ahí están sus primeras acciones aun antes de asumir la presidencia: ya canceló la planta de Ford en San Luis Potosí; amenazó a General Motors con impuestos desproporcionados a los vehículos fabricados en México; y apenas ayer el mandamás de Fiat Chrysler, advirtió que ellos se irán del país si Trump los presiona. Mientras tanto, nuestro gobierno sigue sin entender que Donald jamás será un hombre de Estado y ni siquiera es un político; es en cambio un troglodita de los negocios cuya familia ha hecho fortuna con prostíbulos, hoteles y casinos. El que nuestro canciller sea cuate del yerno que acaba de ser nombrado como nuevo gran consejero en la Casa Blanca, no es garantía de que papi vaya a variar el maltrato a sus odiados prietos del sur.
A esa gran amenaza, añádase el pago brutal del error histórico y absurdo de habernos convertido en productores de crudo y no refinadores de gasolina, lo cual nos ha colocado en el peor de los mundos: el petróleo en el piso, la gasolina en las nubes y el dólar en la estratósfera. Y en este escenario de pradera reseca, el gobierno federal decidió el gasolinazo retirando el subsidio de 200 mil millones de pesos anuales que ahora nos hará pagar a todos con un incremento de 30% o más en febrero. Eso en cuanto al precio. Pero el costo ha sido gigantesco: un país incendiado no sólo por las protestas y los saqueos, sino por la desilusión de las expectativas no cumplidas y la rabia de sabernos mexicanos de segunda frente a los excesos de gobiernos faraónicos, ladrones y en fuga.
Frente a este panorama aterrador, el gobierno de Peña Nieto ha decidido mirar al pasado en lugar de encarar al futuro. Así que al más rancio estilo del PRI de hace 30 años convoca a un acuerdo-pacto que para empezar no lo es porque se trató de un acto mediático impuesto a producto de gallina a los “sectores representativos de la vida nacional”. Puros discursos sin ruta crítica, ni programa, ni números, ni agenda; por eso los patrones de la Coparmex se negaron a firmarlo. Y en el colmo del absurdo, el evento se programó a la misma hora que la reunión de los gobernadores, quienes obviamente se sintieron excluidos y abren otro frente de confrontación con un gobierno que ya tiene demasiados. Aunque el más grave de todos es el rechazo y la ira crecientes de sus gobernados.
¿Dónde están los Duarte, Borge y todo lo que se robaron? ¿Por qué un ministro de la Corte gana 400 mil pesos? ¿Por qué diputados y senadores derrochan millones en asesores buenos para nada? Y para ser honestos: ¿por qué hemos permitido que nos pongan al país al borde del precipicio?
Periodista.
ddn_rocha@hotmail.com