En un tiempo récord, a sólo unos días de haber ganado la presidencia, Donald Trump ya levantó un muro gigantesco que ha dividido como nunca antes en su historia —oh paradoja— a Estados Unidos: de un lado, los perdedores, quienes todavía creen en sus instituciones, en la educación, en las normas de convivencia civilizada, en los derechos humanos y en un concepto global de especie terrícola; del otro, los ganadores, los ignorantes, los iletrados, los rabiosos, los fascistas, los nazistas, los fanáticos de la Asociación del Rifle y los asesinos del Ku Klux Klan. Con Trump ganó el derecho al odio; la potestad arrogante del blanco caucásico que hitlerianamente revive la absurda convicción de sentirse y creerse raza superior.

Por lo pronto, las amenazas desquiciadas de Trump, su misoginia, su racismo y su brutalidad —en más de un sentido— han provocado en todo el país manifestaciones de rechazo a su llegada a la Casa Blanca: “He is not my president!” es el lema que desborda las redes sociales y se lee en todo tipo de mantas, playeras y cartulinas de quienes marchan consternados en las más diversas ciudades. Los mueve el terror a que un delirante como él encabece la nación más nuclearmente armada del planeta y apriete el botón de una Tercera Guerra Mundial, que sería la última. Los acompaña el fundamento moral de que en el voto popular el candidato republicano tuvo 200 mil sufragios menos que su adversaria demócrata Hillary Clinton, aunque el decrépito sistema de votos totales para el ganador en cada estado le haya dado el triunfo; por lo que ahora existe la esperanza posible, pero prácticamente remota, de que el Colegio Electoral, a través de un estrechísimo resquicio legal, revoque el resultado el próximo 19 de diciembre mediante la presión de millones de firmas en el sitio change.org.

Mientras tanto, Donald Trump le ha declarado la guerra a México. Y si piensan que exagero, basta enumerar algunas de sus amenazas:

—Construir el fronterizo muro de la ignominia a un costo de 17 mil millones de dólares que además nos hará pagar de algún modo.

—Expulsar hacia acá a tres millones de indocumentados, lo que desataría una crisis humanitaria de infames proporciones.

—Desbaratar el TLC de América del Norte, lo que implicará cinco millones de desempleados allá y muchos más aquí.

—Robarnos diez mil millones de dólares en remesas a través de impuestos demenciales.

—También a través de impuestos monstruosos, llevarse de regreso las inversiones de las empresas gringas en territorio mexicano.

Sí, me dicen los expertos que no le será tan fácil. Pero, para mí que un señor que nos quiere estrangular y cobrarse un gigantesco botín nos está declarando la guerra.

Por eso me uno a Jorge Castañeda y Alejandro Hope cuando proponen medidas como un boicot nacionalista a todos los productos que vengan de allá. Y añado algunas sugerencias si es que el señor Trump decide terminar de enloquecer cuando despache en la Oficina Oval: que tal una semana de brazos caídos de todos los mexicanos —desde campesinos a profesionistas— que trabajan allá; o una huelga de hambre de los millones que somos encabezada por el Presidente. No se rían, que es en serio.

Periodista.

ddn_rocha@hotmail.com

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