“Cuántos caminos debe andar una persona, antes de que le llames hombre. Cuántos mares debe surcar una paloma blanca, antes de dormir en la arena. Cuántas veces deben volar las balas del cañón, antes de que sean prohibidas para siempre. La respuesta, amigo mío, está volando en el viento, la respuesta está volando en el viento. Cuántos años puede una montaña existir, antes de ser bañada por el mar. Cuántos años pueden vivir algunas personas, antes de que se les permita ser libres. Cuántas veces debe un hombre girar la cabeza, fingiendo que simplemente no te ve. La respuesta, amigo mío, está volando en el viento, la respuesta está volando en el viento.

Cuántas veces debe un hombre mirar hacia arriba, antes de poder ver el cielo. Cuántos oídos debe tener un hombre, antes de escuchar a la gente llorar. Cuántas muertes harán falta, para que él sepa que han muerto demasiados. La respuesta, mi amigo, está volando en el viento, la respuesta está volando en el viento”.

Yo, tan sólo por estos versos, le hubiera dado el Nobel.

“Me lancé por ella como si fuera una perra… una puta… Cuando eres una celebridad, ellas te dejan hacer lo que quieras, puedes hacer con ellas lo que quieras, hasta agarrarlas por la vagina”.

Yo, tan sólo por estas imbecilidades, le hubiera impedido la Presidencia.

Y en ambos casos son palabras. Absolutamente distintas, aunque formen parte del mismo idioma. Como si se tratara de dos lenguas incomprensibles la una respecto a la otra. Expresadas a años luz de distancia.

Aunque, en realidad, Bob Dylan y Donald Trump no están tan lejos en tiempo y espacio: cinco años y 500 millas son muy poco en el mismo lado de su país. Lo que es una distancia gigantesca son las frases de uno y otro. Que son también lo que los define. Como a todos. Porque eso somos los seres humanos. Fundamentalmente, palabra. Y se requieren muy pocas para saber quiénes somos realmente. Y hasta lo que nos merecemos en esta vida.

Por eso me congratula el castigo social al patán, cuyo único mérito es haber hecho una inmensa fortuna a partir de los prostíbulos de su padre y sus habilidades para traficar con edificios en litigio. Me reconcilia con la sensibilidad estadounidense que, luego de indignarse con sus palabras, haya diluido la posibilidad demencial de que este bárbaro ignorante llegase a la Presidencia de Estados Unidos; para construir el muro y apretar el botón nuclear.

Y me sorprenden los sesudos analistas que cuestionan y regatean el Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan, argumentando que su obra es mínima —unas cuantas canciones y dos novelas breves— como si la grandeza literaria se midiera por montones de letras. Como si los diez mandamientos requirieran más de una pequeña tabla. Como si aquel discurso de Churchill, que cambió la historia, hubiese necesitado más de ocho palabras: “Ciudadanos, sólo puedo ofreceros sangre, sudor y lágrimas”. Como si no fuera cierto lo que el Gabo decía de los boleros: “piezas literarias perfectas, porque cuentan toda una historia en tan solo tres minutos”. Como si hubiera algo más importante que decir “te amo”.

PD. Cuántas horas hacen falta para saber si recogerá o no el premio. La respuesta, mi amigo, está en el viento.

Periodista

ddn_rocha@hotmail.com

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