Y todo indica que ya no habrá salida para ninguno de los rivales. Como si se tratase de dos adversarios callejeros. Dos pendencieros que se han agraviado y amenazado hasta el cansancio y a los que sólo resta la pelea final.
Ya lo dijo antier el presidente Peña Nieto: primero la educación y luego el diálogo. En otras palabras, o los maestros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación regresan a dar clases o se acabaron las mesas del fastidio en Gobernación. Y es que a pesar de la optimista versión oficial de que las escuelas abrieron este lunes “en casi el 100%”, más de un millón de niños sin clases y el cierre de 25 mil planteles sobre todo en Chiapas, Oaxaca, Michoacán y Guerrero no son un dato menor. Tampoco el empecinamiento de la CNTE de continuar con paros y plantones; todavía más, la advertencia retadora de una gigantesca movilización el próximo 1 de septiembre, el mero día del cuarto Informe presidencial.
Para respondernos cómo es que se ha llegado a este punto crítico, habría que ser parejos. En el caso del gobierno, tuvo el pecado original de no explicarnos nunca los porqués y los propósitos de su reforma educativa. Salvo las frases demagógicas, nunca se plantearon las metas y los métodos en cuestiones tan fundamentales como la instrumentación de una estrategia para coordinar los planes y programas escolares con el modelo de país que buscamos para dentro de 20 años; la proporcionalidad de humanismo, nacionalismo, globalidad, tecnología e idiomas en los planes de estudio; la educación como instrumento para abatir males tan grandes como la corrupción, la obesidad o las respuestas pendientes a las vergonzantes estadísticas de seis millones de analfabetas y ocho millones de ninis. En cambio, se optó por culpabilizar a los maestros de todos los males del rezago educativo. Para lo que se implementó un esquema de evaluación inquisitorial y rigorista que más pareció un ajuste de cuentas laboral que un esfuerzo tendiente a elevar el nivel de los maestros. En un país donde hasta la mayoría de los funcionarios públicos resultarían reprobados en experiencia y conocimientos respecto a los cargos que ocupan.
Por su parte, la CNTE ha optado por la ilegalidad y la provocación. Ha trastornado hasta el hartazgo la vida de pueblos y ciudades como la de México; ha estrangulado carreteras, puertos y distribuidoras de alimentos; y ha colapsado miles de micros, pequeñas y medianas empresas con la consecuente pérdida de empleos. Y lo más grave, ha provocado la intervención de Fuerzas Armadas federales y locales, con un número considerable de muertos, como los de Nochixtlán hace no mucho.
En paralelo, unos y otros han mantenido un diálogo de sordos en “mesas de diálogo” tan inútiles que ahora —en un golpe de mando— Peña Nieto ha dado por terminadas. Lo grave es que alrededor de los rijosos hay quienes quieren ver sangre. Así que los hombres del dinero reclaman el uso de la fuerza pública para aplastar de una vez por todas la rebeldía disidente. Una represión que los de la CNTE dicen estar preparados para soportar y que tal vez están deseando. Por eso el gobierno piensa en función de cuántos muertos más. Si pasa a la historia como un blandengue o un represor. Y, en cualquier caso, si está dispuesto a asumir eso que llaman el costo político.
Periodista.
dn_rocha@hotmail.com