Lo que está ocurriendo en los Juegos Olímpicos es un reflejo sintético de la realidad mexicana: ineficiencia, corrupción, improvisación y de manera muy gráfica el insultantemente excesivo abuso del poder, ejemplificado en las notas e imágenes del máximo dirigente del deporte mexicano: Alfredo Castillo con un séquito —masajista y fotógrafo personal incluidos— de 16 cuates que con sus esposas ocupan cargos con sueldos insólitos en la Conade que él encabeza; las disculpas que nuestra delegación ha tenido que ofrecer a los organizadores por el convoy exagerado de vehículos en el que el señor Castillo se desplaza de un lado a otro; y, por supuesto, Alfredito —así, en diminutivo— entrándole a los kikoretes en plena inauguración con su novia Jacqueline Tostado. Todo ello con cargo a un presupuesto de dos mil 800 millones de pesos anuales que pagamos los contribuyentes.
Pero el colmo del cinismo de este funcionario público federal es que se coló como si nada para felicitar con un hipócrita abrazo al boxeador chihuahuense Misael Rodríguez, quien nos garantizó al menos una medalla de bronce como consuelo del pobrísimo desempeño de la delegación mexicana en Río 2016. Lo dicho por Castillo lo exhibe como lo que es, un mentiroso: “Lo que acaba de hacer Misael es una bocanada de aire. Estoy muy contento por él porque ha hecho un gran esfuerzo, como todos lo han hecho. Soy testigo del esfuerzo de Misael, de Joselito (Velázquez), nos tocó estar con ellos y platicar varias veces”. Lo que no dice el gastalón Castillo es que estos y otros boxeadores tuvieron que salir a las calles de la Ciudad de México para “botear” y sufragar sus gastos en competencias previas a los Juegos. Todo porque el ínclito Alfredito traía pleito casado con la Federación de Boxeo y prácticamente con todas las otras federaciones a las que quería mangonear mediante la amenaza de auditorías y cancelación de dineros, empujándolas a protestar ante el Comité Olímpico Internacional que puso en riesgo la participación de México en Río por la injerencia indebida del señor Castillo. Todavía más: el presidente de la Federación Mexicana de Boxeo, Ricardo Contreras, asegura que los uniformes de nuestros boxeadores fueron fiados y que Alfredito los obligó a que le firmaran pagarés a cambio de fondos para que pudieran ir a los Juegos, “por lo que Castillo no puede colgarse la medalla y ni siquiera merece salir en la foto”.
A ver, Alfredo Castillo no se debe a sus capacidades, sino a su suerte y su padrinazgo: llegó a la Procuraduría del Estado de México luego del escandaloso e increíble caso de la niña Paulette y su antecesor Alberto Bazbaz; ya con su protector en la Presidencia entró al relevo de Humberto Benítez, condenado por su hijita Lady Profeco; luego pegó un brinco increíble cuando fue nombrado Comisionado para la Seguridad y Desarrollo de Michoacán, dada la crisis desatada por el gobierno de Fausto Vallejo; tras un virreinato desastroso marcado por matanzas sospechosas como la de Apatzingán, fue nombrado comisionado Nacional del Deporte con los resultados que ahora todos los mexicanos comentamos.
Por eso, la pregunta obligada es: qué nombramiento le tiene reservado el presidente Peña Nieto a su amigo favorito: ¿candidato del PRI a la presidencia en 2018? En una de esas.
Periodista
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