¿De cada cien mexicanos, de cuántos espera el perdón? ¿De cuántos la comprensión? ¿De cuántos el rechazo? ¿Cuántos cree que lo aman más ahora? ¿Cuántos cree que no lo perdonarán nunca o que lo odiarán todavía más que antes?

¿Por qué no entendió que este era un asunto de Estado desde el primer momento? ¿Alguien lo convenció de que se trataba de una anécdota pasajera? ¿Un capítulo menor? ¿De que se podía apostar al olvido, a la desmemoria? ¿De verdad nadie en su gigantesco aparato de asesores, comunicólogos y expertos en opinión pública, se atrevió a decirle que era urgente una respuesta equivalente al tamaño del escándalo?

¿Por qué se tardó dos años en pedir perdón? ¿Fue tan extremadamente difícil el proceso decisorio? ¿Qué factores contribuyeron a retardarlo? ¿Cuáles, en cambio, lo motivaron a hacerlo: tiempos políticos, baja en las encuestas o una convicción personal inaplazable? ¿Quiénes de su entorno cercano le han venido diciendo que no? ¿Quiénes que sí? ¿Le gusta trabajar con “yes men”? ¿O aprecia a quienes se atreven a contradecirlo o sugerirle decisiones incómodas, oportunas y hasta dolorosas?

¿Qué lo llevó a optar por una mansión tan ostentosa como la llamada Casa Blanca apenas iniciado su gobierno? ¿Fue casualidad o causalidad que esa propiedad le fuera ofrecida por el señor Armando Hinojosa, beneficiario en miles de millones de pesos durante su mandato en el Estado de México? ¿Sigue usted manteniendo vínculos contractuales o amistosos con el Grupo HIGA del señor Hinojosa? ¿Nadie o usted mismo advirtió que este asunto podría ser tipificado como un claro conflicto de interés? ¿Nadie o usted mismo previó que una operación tan visible y de tal dimensión le podría provocar una crisis a usted, a su familia, a su administración y a México todo?

En sus propias palabras: “Si queremos recuperar la confianza ciudadana, todos tenemos que ser autocríticos, tenemos que vernos en el espejo, empezando por el propio Presidente de la República. En noviembre de 2014, la información difundida sobre la llamada Casa Blanca causó gran indignación. Este asunto me reafirmó que los servidores públicos (…) también somos responsables de la percepción que generamos con lo que hacemos y en esto, reconozco que cometí un error. No obstante que me conduje conforme a la ley, este error afectó a mi familia, lastimó la investidura presidencial y dañó la confianza en el gobierno. En carne propia, sentí la irritación de los mexicanos y la entiendo perfectamente, por eso, con toda humildad les pido perdón, les reitero mi sincera y profunda disculpa por el agravio y la indignación que les causé”.

No es poca cosa lo dicho, Presidente: y menos aún haberlo dicho. Incluso sectores muy críticos reconocen su valor civil al expresarlo públicamente. El propio hombre encarnación del antisistema, Andrés Manuel López Obrador, ha puntualizado que a nadie conviene un presidente débil o desgastado en este último tramo de su gobierno. La pregunta es si le creemos a usted o no: de no hacerlo, está en vilo la gobernabilidad del país. Pero si decimos que sí, que adelante, creo que mereceríamos respuestas muy precisas a todas esas preguntas que siguen rondando por nuestras cabezas. Esas que provocan algo más que el “mal humor social” que usted mismo reconoce.

Periodista.

ddn_rocha@hotmail.com

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