1ª.- Se puede votar en paz y el voto cuenta. Contra los agoreros del desastre, resulta que salvo incidentes menores, el proceso se dio pacíficamente en las catorce entidades donde hubo elecciones. La participación promedio de 55%, si no es para presumir, si resulta aceptable en términos democráticos y considerando el “mal humor” social que se ha apoderado del país. A pesar de ello, salimos a votar y cada voto fue una sumatoria que, en la mayoría de los casos, cambió radicalmente los pronósticos.
2ª.- No somos idiotas. La voluntad de los “ciudadanos de a pie” y de los “comunes y corrientes” no se decide desde las cúpulas del poder de gobiernos y partidos. Sobre todo en el gobierno federal y en el PRI deben entender que, si quieren sobrevivir en las elecciones del 17 y sobre todo en el 18, han de postular a sus mejores hombres y mujeres y no a los habilidosos cortesanos, los favoritos del Presidente o tal o cual secretario.
3ª.- La memoria cuenta. A ver si de una vez por todas los genios politiqueros se convencen de que la corrupción, el abuso, la ineptitud y el ejercicio impune y abusivo del poder de sus gobernadores, es el principal obstáculo para ganar de nueva cuenta una elección. ¿Cómo podrían competir Serrano y Yunes Landa en Chihuahua y Veracruz con la losa gigantesca de una corrupción escandalosa y un saqueo infame de los Duartes, que hasta en eso son iguales? A ver si ahora sí les queda claro que la campaña del nuevo candidato comenzó el primer día de gestión del gobernador en turno, y que por eso hubo alternancia en ocho de los doce estados donde se disputaron gubernaturas.
4ª.- No volveremos a creer en las encuestas. Porque las realizadas durante las campañas no reflejaron la realidad de la opinión pública. Por ineficiencia, omisión o distorsión, nos dieron porcentajes tan distantes como dos dígitos en los resultados de las urnas. Las llamadas encuestas de salida son una broma cruel hasta para los presuntos ganadores que así se proclaman y una distorsión generadora de conflictos. Deben prohibirse, porque no sirven de nada que no sea crear una peligrosa confusión la tarde-noche de las elecciones. Pero en ambos casos, resulta indispensable que los señores encuestadores se sienten muy serios a analizar su trabajo desde una perspectiva metodológica. Pero también desde el enfoque de la ética, si quieren rescatar la confiabilidad de las encuestas como coadyuvantes de los procesos electorales democráticos y no como se sospecha ahora: instrumentos de propaganda de partidos al mejor postor. A ver: cómo es posible que haya habido “errores” de hasta 20 puntos en ciertos candidatos que se dijo que ganarían por cinco de ventaja y terminaron con quince abajo. Parafraseando al gran Zapata: la encuesta es de quien la paga.
5ª.- El nuevo mapa del país. Con miras al 18, México parece otro. Basta ver los nuevos colores que describen la dominancia de los partidos en el territorio. Pero no nos engañemos. Eso no significa cambios sustanciales en el abusivo ejercicio del poder a la mexicana. En la mayoría de los casos se trata de hartazgo ciudadano o negociaciones convenencieras; hay pocas excepciones de liderazgos prometedores. A este país, no ha llegado todavía el gran cambio de rumbo que evite el precipicio.
Periodista.
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