Ahora resulta que todo el gigantesco margayate de la reforma educativa es un problema de mera gramática. Es decir, de llamar a las cosas por su nombre. Así de simple.

Tan sencillo que hubiera sido decir en su momento que en vista de las inaceptables anomalías y abusos en que incurría la CNTE en varios estados del país —sobre todo en Oaxaca, donde mandaba— el gobierno aplicaría un programa de ajustes administrativos y laborales para imponer la ley y el orden. Para empezar, restituyendo al estado los institutos educativos y aplicando medidas disciplinarias a quienes se dedicaban a agitar con marchas y bloqueos, incluyendo, por supuesto, la Ciudad de México.

Pero no. En cambio estas medidas fueron presentadas como la gran reforma educativa que necesitaba el país. Así que muchos nos planteamos desde entonces varias interrogantes hasta ahora sin respuesta: ¿cuál es el plazo y el alcance para implementarla? ¿Cuál el modelo educativo propuesto para la nación? ¿Qué expertos y académicos participaron en su diseño? ¿Debíamos optar por un modelo preferentemente humanista u otro que privilegie la tecnología? ¿Consideraría por ejemplo ajustes especiales para las regiones más pobres y marginadas del país? ¿Abatiría el rezago de seis millones de analfabetas? ¿Deberíamos reescribir los tan cuestionados libros de texto gratuitos? ¿Qué importancia daríamos al civismo, a los valores patrios, la moral pública, la lucha contra la corrupción y el respeto a las minorías y los derechos humanos?

Todavía más: ¿estaría dispuesto el gobierno a dar el paso histórico —como lo hicieron Singapur y otros países del área— para cortar de tajo todo gasto superfluo y destinar a la educación el 21% de su presupuesto anual, y no el magro 6% recomendado por la ONU, y así transformar su destino? A propósito, estando por allá hace pocos años les pregunté cuál era el principal problema de un país tan envidiablemente próspero: me respondieron que el diseño educativo para los próximos 50 años. A mí me dio vergüenza decirles que nuestro principal problema es que por ese entonces nuestra secretaria de Educación andaba de la greña con la líder de los maestros y que como escuinclas malcriadas se sacaban la lengua en los actos públicos.

A ver: el país está en vilo porque no se ha podido apaciguar la rebeldía de la CNTE que se niega a perder los privilegios que hasta hace poco le prodigaron los gobiernos federal y estatales; para ello organizan aquí y allá marchas, plantones y bloqueos que ya han cobrado una decena de muertos y cientos de heridos. La causa es la de siempre: negarse a una reforma que los estigmatiza como los únicos culpables de un vergonzante atraso educativo en la mayor parte del país.

Como el gobierno logró elevarla a rango constitucional, afirma una y otra vez que ni la reforma ni la ley se negocian. Así que la pregunta obligada es ¿qué es lo que se está negociando en la Secretaría de Gobernación? Porque las frases después de las maratónicas sesiones no ayudan mucho al optimismo: “…se acordó la creación de diversas mesas y se hace un llamado a la corresponsabilidad para que haya condiciones de estabilidad y tranquilidad”; del otro lado: “…no hay avances, pero se construyen las rutas entre ambas partes para dar solución al conflicto”.

Así que: ¿cuánto tiempo más de palabras que no dicen nada?

Periodista.

ddn_rocha@hotmail.com

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