El miliciano español aquel captado por Robert Capa justo cuando la bala lo detiene un instante en el aire. La niña que corre desnuda y abrazada por el napalm en Vietnam o el video de la ejecución brutal y absurda de Bill Stewart a manos del soldado somocista en aquella Managua que viví en la rebelión sandinista. Todas son imágenes que se nos quedaron para siempre en eso que se conoce como memoria colectiva y que yo digo que es una suerte de conciencia común. De un sentido de supervivencia para poder seguir considerándonos seres humanos.

En varios de esos casos, esas imágenes fijas o en movimiento han sido decisorias para cambiar la percepción, el rumbo de una guerra y hasta el destino de un pueblo. Aquí en México, no hemos llegado a ese grado, pero no andamos muy lejos. El video de Aguas Blancas desenmascaró al gobierno asesino y mentiroso de los Figueroa en Guerrero, obligándolo a la renuncia. La emboscada y el crimen múltiple de 17 campesinos por policías estatales, transmitido una sola vez por el Canal 2 de televisión fue suficiente. Y eso que no había entonces redes sociales. Ahora ha sido diferente, el impacto del video de la mujer torturada se ha reproducido como una piedra gigantesca que se deja caer en el estanque: sometida a ras de suelo; amarrada, vejada, humillada; los ayes del miedo y del dolor; las pequeñas muertes de los cartuchos cortados y luego el cañón de alto poder presionando la cabeza; la agonía en la bolsa de plástico, los gritos ahogados por el terror y la ausencia absoluta de piedad: “¡pinche vieja dramática, si estabas respirando, hija de tu puta madre! ¿Ahora qué quieres, agüita, toques?” Y al final, el derrumbe de todos: el de la torturada, exhausta, disminuida y marcada para siempre; y el de los cercanos a la animalidad más salvaje y degradados como seres humanos, los dos militares —él y ella— y los tres federales —ella y ellos— disfrutando la tortura.

El impacto ha sido tal, que incendió las redes sociales, los medios y los miedos de todos quienes lo han visto. Y en un hecho inédito motivó una insólita disculpa pública del mismísimo general secretario de la Defensa, Salvador Cienfuegos, este sábado en el emblemático Campo Militar No. 1 ante más de 25 mil de tropa, convocados para ese acto de perdón. Yo creo que se requiere de un enorme valor personal, aunque sospecho que en lo institucional no todos en el gobierno estuvieron de acuerdo con Cienfuegos. Muchas otras voces han dicho que no es suficiente. Por supuesto que no; pero, aunque cándidamente, tal vez podría ser un primer paso. Yo, en cambio, podría plantear unas cuantas preguntas: ¿como parte del entrenamiento a soldados y federales está enseñarles a torturar gente? ¿Es verdad que hay más de 300 casos de desapariciones forzadas y tortura militar procesados en la PGR? ¿Que son más de mil 200 los militares de diverso rango los acusados de esos delitos? ¿En cuántas de estas denuncias se ha hecho justicia?

Cuando el caso Aguas Blancas, siempre me pregunté quién y por qué había mandado grabar el video. Cómo lo obtuve, es un secreto que me llevaré a la tumba. Pero me sigue intrigando por qué y por quién fue grabado. Así que, añadiría un par de preguntas más: ¿quién y para qué ordenó grabar este video de tortura? ¿Cuántos videos más están en manos del Ejército y la Policía Federal?

Periodista

ddn_rocha@hotmail.com

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