En pleno Palacio Nacional, ante el presidente, el gabinete y el tout Mexique de mil 500 poderosos de la política y el dinero, Francisco nos dijo corruptos: “Cada vez que buscamos el camino del privilegio o el beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción”. También ahí nos dijo narcos y violentos: “Cuando se persiguen privilegios ilegítimos triunfan el narcotráfico, la exclusión y la violencia”.

A propósito, a minutos y metros de distancia, en la Catedral, el Papa fustigó a los tres cardenales, 18 arzobispos y 168 obispos: “No minusvalúen el desafío ético y anticívico que el narcotráfico representa para la sociedad mexicana, comprendida la Iglesia”… “No pongan su confianza en los carros y los caballos de los faraones actuales”. Claro que se refería a gobernadores, alcaldes y a los narcotraficantes que compran el perdón de sus pecados con generosos donativos o la remodelación de los templos donde casan a sus hijos.

Por cierto, y hay que decirlo con todas sus letras, la jerarquía católica mexicana nunca había estado tan distante de un Papa. Porque sólo algunos obispos excepcionales, como Raúl Vera y sacerdotes como Alejandro Solalinde comulgan con los principios de humildad y austeridad de Francisco. A ver: cuántos jerarcas son jesuitas. A ver: el rostro hierático del cardenal Norberto Rivera en el papamóvil; el mismo que fue amigo de Maciel, protector de curas pederastas y que no votó por Francisco. Pero más grave que eso es el dato de que el catolicismo ha bajado del 95% al 83% en tan sólo 30 años debido al alejamiento imperdonable de la Iglesia con su feligresía, sobre todo con los más pobres. Como es el caso de Chiapas, donde los evangélicos han crecido hasta el 40% y aglutinan ya a más practicantes que los católicos.

Por eso no fue ninguna casualidad que Francisco decidiera ir precisamente ahí. Al crisol llamado San Cristóbal de las Casas para convocarnos a pedir perdón a nuestros pueblos indígenas: “A ustedes que han sido incomprendidos y excluidos de la sociedad”… “a ustedes que han sido despojados de sus tierras”. Aunque tal vez el acto no sólo más conmovedor, sino más relevante de la fase pastoral de esta visita sea el rezo de Francisco ante la tumba de Tatic, Samuel Ruiz. El pastor de los indios y los pobres al que el gobierno del nefasto Zedillo y la jerarquía católica mexicana —sin prueba alguna— crucificaron por, supuestamente, “haber empujado” el alzamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Estuve con Tatic varias veces. E incluso lo entrevisté cuando aquellos olvidados de la tierra me dijeron que los querían matar; lo que ocurrió en Acteal diez días después con sus 45 masacrados. “La causa de esta rebelión es la pobreza”, me diría siempre don Samuel.

Y hete aquí que ahora, el mismísimo Papa, avala y reivindica a un hombre que, si no promovió, sí comprendió el hartazgo de un pueblo que se alzó frente a la injusticia.

Escribo esto sin saber qué diría Francisco en Michoacán y en Ciudad Juárez. Pero me temo que seguirá desnudándonos a todos en este país. Así que no estoy de acuerdo con quienes aseguran que han sido “ligeros” sus dichos y sus hechos. Sólo faltó que el máximo pastor de la Santa Madre Iglesia nos recordara a la santa madre de cada uno de nosotros.

Periodista

ddn_rocha@hotmail.com

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