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El año que comienza será uno de los más difíciles. Para quienes crean que lo peor ya pasó, espérense a lo que está por venir. No se necesita ser catastrofista. No hay en la oscuridad del horizonte ni una sola señal luminosa.
En lo económico, el derrumbe de nuestro petróleo en el mercado internacional es lo más parecido a una catástrofe. Cada barril lo vendemos a la cuarta parte de los 100 que llegamos a recibir hace 10 años. En sentido contrario, el alza imparable del dólar nos hace pensar en que muy pronto romperá la barrera de los 20 pesos, con las consecuencias financieras y el desánimo social inevitable. Con tan sólo esos dos indicadores, nadie se atrevería a pronosticar un crecimiento superior al modestísimo 2.5%, tan lejano al 5 o al 7 que nuestra economía requiere para generar el millón de empleos que cada año se necesitan. En cambio habrá cientos de miles de nuevos pobres; sobre todo como resultado del sistemático deterioro del poder adquisitivo que no hemos podido recuperar en 20 años.
En este marco, se darán 13 feroces disputas por gubernaturas entre esas agencias de colocaciones, poder, negocios y corrupción que aquí llamamos partidos políticos. A jalones y tarascadas que incluirán complicidades, compromisos inconfesables y hasta alianzas contranatura. Todo con tal de alcanzar las prebendas correspondientes del gigantesco presupuesto del INE y los dineros atractivísimos que representan los gobiernos de estados y municipios. Las batallas campales han comenzado ya al interior de los partidos por las candidaturas y luego entre ellos por los gobiernos en 12 estados de la República: Aguascalientes, Chihuahua, Durango, Hidalgo, Oaxaca, Puebla, Quintana Roo, Sinaloa, Tamaulipas, Tlaxcala, Veracruz y Zacatecas. Cada uno es caso aparte, pero en todos predomina la lucha encarnizada y sin reglas: en que los gobernadores en turno buscan perpetuarse en sus delfines para que les cuiden las espaldas; los dirigentes de partidos, triunfos valiosísimos para sus propias aspiraciones políticas; y claro que los propios candidatos y los grupos que cada uno representan. Al final quedan los electores, las más de las veces como convidados de piedra decidiendo por votos duros, carismas o imágenes efímeras. No. Aquí no están en la balanza ni ideologías ni mucho menos proyectos estatales. Intereses es el nombre del juego. Lo único novedoso y refrescante es la participación de los candidatos independientes que, además de representar una opción por sí mismos, tal vez podrían presionar a los partidos a postular a los mejores y no necesariamente a los más convenientes.
Por lo pronto y como adelanto del paquete 2016, el domingo 17 tendremos la elección extraordinaria en Colima, justamente invalidada. Repiten en el intento los candidatos Ignacio Peralta, del PRI, y Jorge Luis Preciado, del PAN, otra vez en un clima de tensión y guerra sucia. Sólo que ahora, y a consecuencia del hartazgo electoral, ha aparecido la figura de Leoncio Morán, de Movimiento Ciudadano, quien no es ningún desconocido —ya fue alcalde de Colima— y está cerrando fuerte. Así que podríamos estar frente a una elección en donde la diferencia entre tres candidatos no sea mayor a cinco puntos.
En fin que no sólo Colima, el país entero comienza a estar a prueba.
Periodista
ddn_rocha@hotmail.com