“Si no, pa’ qué tanto riesgo”: la frase se me quedó para siempre y ha sido clave para mi entendimiento del complejo, sangriento, pestilente, folclórico y apasionante fenómeno del narcotráfico en México. Cenaba yo solo en un restaurante de la frontera; mi mesa miraba a la calle y por eso los advertí desde el primer momento: cuatro suburbans con hombres armados de las que descendieron tres jefes con sus respectivos ejemplares de conejitas importadas con quienes se sentaron a seguir la fiesta. “¡Ese Rocha, qué haces ahí tristeando, vato! ¡Véngase pa’cá con los amigos!”, me dijo uno de ellos al tiempo que se levantaba y me ofrecía un lugar. No era cosa de negarse. Así que de pronto me vi departiendo y platicando con mis nuevos y espectaculares “amigos”: pulseras de medio kilo de oro; los medallones cuajados de brillantes y las infaltables camisas Versace. Así que al rato me va diciendo mi anfitrión: “Si te estás preguntando eso que yo adivino, de una vez te digo que sí somos”. “No, si ya me di cuenta; además ni lo ocultan, las camionetotas, las armas, las mujeres, las joyas, el champagne…” “¡Pues claro —fue entonces que me soltó— si no, pa’ qué tanto riesgo!”.

Desde entonces entendí que el exhibicionismo es inherente a la naturaleza de los narcos. Quién podría suponer que están dispuestos a morirse nomás para andar a salto de mata. Por eso mandan traer al obispo o hasta al arzobispo para que les bautice sus criaturas y a los grupos y cantantes más caros para que amenicen sus fiestas. Por eso se hacen compadres de deportistas y otros famosos. Por eso el imán irresistible hacia las bellas de sociedad o actrices guapérrimas. ¿No fue por eso que Caro Quintero se encaprichó y enamoró a la sobrina del gobernador? ¿No es por eso mismo que es larga la lista de reinas de belleza, desde Miss Universo a señoritas de feria, que han estado enamoradas y hasta procreado hijos con narcos de todos calibres? Y en el caso del personaje de moda, Joaquín El Chapo Guzmán, ¿por qué no una actriz idealizada y a la vez una diputada en funciones? Al fin que para eso son el dinero y la necesidad de adrenalina.

Todo esto viene a cuento por el caso de la diputada Lucero Sánchez, acusada por la PGR de vínculos con el celebérrimo Chapo. Se dice que lo visitó varias veces en el Altiplano antes de la segunda fuga con una identificación falsificada; luego, que pasó el año nuevo con él, ya prófugo. Pero más allá de que Lucero responda hasta qué grado llegó su connivencia con su célebre paisano, está el hipócrita desgarramiento de vestiduras de los panistas que ha originado un pequeño cisma en ese partido. Como si en sus gobiernos no se les hubiera escapado también su ilustrísima o no se hubiera perseguido a ciertos cárteles en favor de otros. Ni qué decir de los perredistas que vendieron la plaza de Iguala a los Abarca. O de los priístas, durante cuyos mandatos florecieron las grandes organizaciones criminales.

Así que, el exhibicionismo de los narcos, también exhibe a los gobiernos de todos los partidos. Porque siempre han sabido dónde andan, cuándo son las bodas de sus hijos, cuáles las discos que les gustan y quiénes son las mujeres que los trastornan. Últimamente, hasta qué entrevistas quieren dar y qué películas quieren hacer. Si no, pa’ qué tanto riesgo.

Periodista

@ddn_rocha

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