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Para empezar, no sé quién le recomendó al presidente Peña Nieto que esperara hasta mañana jueves 24 para reunirse con los padres y representantes de los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos en Iguala. La lógica elemental es que la reunión se hubiera dado un par de días después del informe de la CIDH hace dos semanas; cuando los familiares se lo solicitaron y estaban de buen ánimo luego de que el ahora célebre informe les daba la razón; sobre todo en el punto toral de que sus hijos no fueron incinerados en el basurero de Cocula.
Pero han pasado ya 17 días desde el 6 de septiembre y cuando mañana se dé el encuentro entre padres y presidente, estaremos prácticamente en la víspera del 26 de septiembre, primer aniversario de los hechos brutales de la noche de Iguala. Y los ánimos se han sobrecalentado. Una vez más. Y una vez más se han equivocado quienes aprestan el olvido y al simple paso del tiempo. Ahí están antier el vandalismo feroz y destructivo contra la Fiscalía General en Chilpancingo y apenas ayer los choques contra policías y la retención de seis de ellos en Tixtla. Y lo que falta: aquí en la ciudad de México y a partir de hoy, movilizaciones más o menos bajo control y una mega marcha hacia el Zócalo el sábado 26; pero si en el DF el signo será la protesta, en Guerrero estallará la violencia; no es un mal augurio, es simplemente previsible. Y altamente expuesto. El riesgo de tan solo un muerto más es gigantesco. Una chispa que incendiaría una pradera cada vez más reseca por una incertidumbre de ineficiencia, corrupción y arrogancia intolerables.
Se sabe que los seres humanos somos cíclicos por naturaleza. Por eso este primer aniversario exacerbará todavía más la rabia acumulada durante doce largos meses en los que el movimiento social en demanda de justicia, no sólo se ha mantenido vivo, sino que incluso ha crecido en su convocatoria dentro y fuera del país. El daño a la imagen de México, ha sido también severo y creciente.
Por ello, el encuentro de mañana es clave para intentar una salida al explosivo conflicto social que representan los 43. Es probable que el presidente Peña Nieto presente a los padres al nuevo grupo de expertos —“de calidad mundial”, se ofreció— que se encarguen de una tercera investigación, que tendría que ser la vencida. Pero también es posible que en el diálogo —cuyo formato se desconoce— pudiera producirse algún incidente de alto riesgo: una frase violenta, un insulto, un exabrupto, una palabrota de esas que calientan. De ahí que el presidente y quienes le acompañen no sólo deberán ir con su mayor buena fe, sino con la versión más fría de su cabeza. Y la más cálida de su corazón. Si el encuentro terminase entre mentadas y descalificaciones, el daño sería irreparable.
La herida es tan grande que el capítulo de mañana no podría ser el último. Pero sí tal vez el primero de una nueva etapa de total y absoluto apego a la verdad. De un esfuerzo comprometido y auténtico por responder de una vez por todas a una pregunta tan brutal como absurda por la falta de respuesta: ¿qué fue lo que realmente pasó con estos 43 jóvenes mexicanos normalistas de Ayotzinapa? A un ignominioso año de distancia.
Periodista
ddn_rocha@hotmail.com