Quienes digan que no les importa en absoluto el mensaje de hoy del presidente Peña Nieto, sólo lo harán por tres razones: mienten, están realmente furiosos o se convencieron finalmente de que este país no tiene remedio.

Creo sin embargo que todavía hay millones de mexicanos de buena fe que, como desde tiempos inmemoriales, están ávidos de escuchar las palabras del gran Tlatoani, para renovar la esperanza.

Entre los dos extremos, y a riesgo de parecer ingenuo, confío en que hay también millones de mexicanos críticos e inconformes que tienen sobradas razones para escuchar con atención el mensaje de este mediodía desde el Palacio Nacional: México atraviesa la más grave crisis económica, política y social de los 20 años recientes; con el dólar al alza y el petróleo a la baja, el panorama externo e interno no podía ser más oscuro; el propio Presidente ha reconocido una severa ausencia de credibilidad en su gobierno y ha debido pedir perdón por el torpedo en la línea de flotación que significó el affaire de la Casa Blanca, desde su revelación hasta el patético capítulo del señorcito Virgilio.

Cuenta también la extraña paradoja de que su sexenio llega justo a la mitad de su camino, aunque en los hechos pareciera acercarse cada vez más al final. Como si anduviéramos ya en el año quinto. Por eso la veintena de acelerados que andan ya peleando la grande para 2018.

A Enrique Peña Nieto le restan tres años, pero le queda poco tiempo. No sé cuántos minutos le tomará su discurso, pero en él debe reinventar su gobierno si quiere sobrevivir. Alguien dirá que con los cambios de tipos ya se contuvo el tipo de cambio. No. Se requiere mucho más que el simple reacomodo de posiciones. Lo que hace falta ahora es una carta de navegación. Un rumbo claro. Trazar una nueva ruta con un recorrido distinto al que ahora nos conduce al precipicio. Un gran golpe de timón, que sólo podría dar el capitán del barco.

No se trata de frases encendidas ni engolados recursos de oratoria. La nación ya no está para eso. Este dolido México nuestro de cada día necesita desesperadamente propuestas inteligentes, imaginativas, viables y con un valor a toda prueba. No plantearlas sería abdicar. Y supongo que el Presidente no querrá hacerlo.

La magnitud de nuestros males es tal, que el maquillaje sería un insulto imperdonable. Ni siquiera las curaciones superficiales. Lo que el cuerpo de la nación necesita es una cirugía mayor y a profundidad. La extirpación de los órganos descompuestos por la corrupción y la ineficiencia. Y el cierre de viejas y nuevas heridas.

Por eso Peña Nieto estará en todo su derecho de ponderar sus logros. Pero también tiene toda la obligación moral de ejercer la autocrítica. De evaluar por qué no se han alcanzado las metas que se propuso el día de su toma de posesión en ese mismo lugar. A la vez, tiene la oportunidad histórica de plantearse y plantearnos a todos una gran convocatoria, una nueva propuesta nacional para enderezar el destino torcido entre todos.

Yo no sé si vaya a hacerlo o no. En todo caso, falta poco par saberlo. Regresando a mi ingenuidad, me gustaría que así fuera. Que Enrique Peña Nieto se decidiese a reinventar su gobierno.

Periodista.

ddn_rocha@hotmail.com

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