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Que yo sepa, ningún gobernante en los tiempos recientes ha llegado al cargo enfrentado a tan brutales desafíos:
—En lo económico: de 2011 al año pasado el “crecimiento” del Producto Interno Bruto de Guerrero fue de apenas 0.5%, la quinta parte de la media nacional de 2.5; el sector primario de la economía del estado —agricultura y minería— aporta apenas 5%; el secundario —básicamente industria— representa sólo 21%; son las actividades terciarias —comercio, turismo y servicios— las que soportan la inequitativa economía del estado, con 73%; sin el ingreso turístico de Ixtapa y Acapulco, aun con toda su problemática, la economía se desplomaría; para colmo, Guerrero está en quiebra con una deuda de 17 mil millones de pesos.
—En lo social: bastaría apuntar que siete de cada diez guerrerenses son pobres y cada año se agrava la miseria lo mismo en suburbios que en los aislados pueblos de la montaña; Guerrero es también un rompecabezas de organizaciones sociales de todo tipo, a menudo aguerridas y forjadas, desde la represión de la Guerra Sucia hasta nuestros días, pasando por matanzas como la icónica de Aguas Blancas; en Guerrero ha surgido la guerrilla del EPR y el ERPI; también decenas de entidades beligerantes como la Organización Campesina de la Sierra del Sur o la hiperactiva Coordinadora de Trabajadores de la Educación, CETEG; aunque la rabia permanente de una población cada vez más agraviada y ofendida ha sido la sucesión de gobiernos tan represores como corruptos; sin embargo, el desgarramiento mayor comenzó hace 13 meses en la noche del 26 de septiembre de 2014 en Iguala, con la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa; ya ni siquiera es necesario abundar sobre lo que representa no sólo para Guerrero, sino para todo México, al exponernos ante el mundo como un país bárbaro y desvergonzado. El caso continúa abierto y nos seguirá desgastando como nación con polémicas tan aberrantes como que si los jóvenes fueron quemados o no en el ya tristemente célebre basurero de Cocula.
Pero por si estos desafíos fueran pocos, el gran reto que enfrenta el recién iniciado gobierno de Héctor Astudillo Flores es el de la inseguridad y la violencia. Cada vez surgen nuevas estadísticas sobre si son 10 o nada mas tres el número de ejecutados cada día entre candidatos, presidentes municipales, líderes locales de partidos, regidores o jefes policiacos; todas ellas profesiones y oficios de alto riesgo en Guerrero. Por ello, la prioridad del nuevo gobernador será la pacificación del estado, que permita luego la reconstrucción del tejido social y la reactivación de la economía y el desarrollo. En ese empeño es imperativa la lucha contra los diversos grupos del crimen organizado que operan en ciudades y pueblos.
Por ello, no es gratuito que en su primer acto como gobernador, Astudillo estuviese arropado por el secretario de Gobernación y el gabinete de Seguridad en pleno. En entrevista reciente con mi querido colega Sergio Sarmiento, este hombre que llega al gobierno de Guerrero en su segundo intento, se sinceró con nosotros: “Mis prioridades serán cerrar la herida abierta de Ayotzinapa y pacificar al estado… pensar que voy a poder hacerlo solo, es una temeridad… voy a requerir todo el apoyo del gobierno federal”. Es cierto, Guerrero lo merece y lo requiere con carácter de urgente.
Periodista.
ddn_rocha@hotmail.com