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Las sociedades nos educamos en los temas de justicia a punta de historias escandalosas. El caso de Florence Cassez nos enseñó, por ejemplo, que para tirar un montaje policiaco se necesita contar con el apoyo de una embajada poderosa.
Del filme Presunto Culpable aprendimos que la pobreza es agravante definitiva para encerrar gente que no cometió ningún delito.
Con el caso Ayotzinapa tuvimos que tragarnos la explicación de que la policía y la presidencia municipal no son parte del Estado, y también que el Ejército mexicano no está obligado a testificar ante investigadores extranjeros, aún si sus efectivos cuentan con testimonios que son clave para resolver el caso. Más recientemente, el expediente de los Porkys de Costa de Oro nos dio una lección sobre violencia sexual: la justicia mexicana solo reconoce lascivia si hay penetración vaginal.
Vista esta lista de casos no cabe duda que nuestra justicia, como aquella película clásica, es una escuela para ladrones. En este contexto el affaire JaviDú es un manantial inagotable de pedagogía para la impunidad.
¿Qué hemos aprendido hasta ahora de esta saga, comedia malísima y tragedia abusiva de enredos y torpezas?
Primera lección: no importa cuán corrupto sea un gobernador, hay que esperar a que deje de serlo para que su hemorrágica ladronería pueda contenerse.
Segunda lección: mejora las posibilidades de que caiga el ladrón si el siguiente gobernador es de un partido distinto. Sin embargo, tal circunstancia no es garantía de nada (recordemos en Chihuahua el affaire CesarDu).
Tercera lección: es irrelevante cuán grande sea el desfalco señalado por el auditor, y también lo es la evidencia obtenida por los periodistas, porque la sagrada vaca de la justicia mexicana siempre irá lenta.
Cuarta lección: los hampones que tienen acceso a un helicóptero escapan mas rápido que los miserables mexicanos de a pie.
Quinta: si pones los bienes robados a la nación a nombre de tu cuñada, tu suegra, tu compadre o tu esposa puedes quedarte tranquilo con que nadie te los quitará.
Sexta: las ordenes de aprehensión contra la suegra o la cuñada desaparecen más rápido que una mancha dentro de una lavadora con Ajax.
Séptima: ese detergente es útil también para desaparecer la restricción de viajar al extranjero, siempre y cuando seas la cuñada o la suegra del hampón.
Octava: deben ignorarse aquellos indicios que ubican al prófugo y su mujer cerca de la frontera con Guatemala.
Novena lección: también es inútil saber que el fugado fue visto con su esposa en el país vecino. Aún si todo indica que el bribón está en Guatemala, hasta que no sea políticamente redituable la Procuraduría valora ocioso pedir orden de aprehensión provisional.
Décima: una vez detenido el vivales, sus cómplices pueden salir libres a pesar de que existan pruebas en su contra.
Décimo primera: aún si la trama es más mala que una película de los hermanos Almada, el antiguo amigo del ladrón (que vive en Los Pinos) dirá que en México se combate sinceramente la impunidad.
Décimo segunda: la falta de autocrítica permite colgarse medallas inmerecidas, como por ejemplo el affaire TomásYarriRu.
Décimo tercera: hay ingenuos que todavía creen en los Santos Reyes y también en que la aprehensión de JaviDú va a entregar votos al PRI en las próximas elecciones del Estado de México.
Lección decimocuarta: si así se investiga y persigue un caso que ocurre bajo potentísimos reflectores, ¿cómo resolverá la justicia los millones de casos que en México no cuentan siquiera con un foco de cuarenta watts para su iluminación?
ZOOM: Mientras una novela no necesita ser verdadera sino verosímil, la investigación judicial necesita cumplir con los dos requisitos. Pero en México, de plano, las historias que nos cuentan no son verosímiles y mucho menos verdaderas.
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@ricardomraphael