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Ellas van atrás, en el asiento del copiloto. Abrazan por la cintura al hombre y se dejan llevar. Nacieron para ocupar ese sitio. Sería arbitrario que ella condujera y él viajara como apéndice de una mujer.
Aún mayor anomalía es la mujer motociclista no acompañada de varón. El motero debe ser hombre y muy varonil; que ella conduzca sola, en una motocicleta, es una rareza.
En México, una mujer sin compañía no ha de viajar nunca, en ninguna circunstancia. A menos que sea una de “esas” que no valen la pena. A las turistas, inclusive las extranjeras, se les juzga mal si no viajan en grupo. Dicen que es porque vivimos en un país peligroso.
Antes no era tan inseguro y sin embargo siempre ha sido mal visto que las mujeres recorran solas el territorio.
Temo que detrás del argumento hay otras razones porqué juzgamos también mal a la mujer mexicana que viaja sola, fuera de nuestras fronteras, aún si se trata de lugares que no representan ningún riesgo.
El principal peligro quizá sea otro. Probablemente el que resentimos los hombres mexicanos cuando topamos con una mujer que no necesita hacerse acompañar.
Son todavía muchos los varones que perciben la autonomía femenina como una agresión contra su hombría.
En su imaginario ellas no pueden valerse por sí mismas, no saben defenderse solas, no serían capaces de conducir su vida sin un varón.
Si la mujer se atreve a viajar sola es porque anda de buscona. Ha de querer conseguirse un hombre que le resuelva la soledad. En México es inconcebible que una mujer viaje para buscarse a sí misma. Ella fue inventada para buscar un varón y es difícil que otro argumento entre en la cabeza de los más necios.
En mi país no existen ya hogueras para quemar a la hechicera, ese personaje odiado por la Santa Inquisición. Sin embargo otras formas de violencia continúan vigentes.
La senadora Ana Gabriela Guevara puede dar testimonio. La golpearon sin misericordia por conducir sola una motocicleta, por viajar en México sin compañía masculina, por vestirse con ropas que no parecen de dama, por reclamar, por defenderse, por denunciar.
El agresor quería dar una la lección a sus hijos. Lo hizo echando su breve masculinidad encima de la mujer motociclista. Decidió expulsarla de la carretera para mostrar lo que se hace con una hembra que se sale del redil.
Pero el agresor se equivocó. No calculó que Guevara iba a reaccionar con valentía.
Cuando los tres machos se vieron rebasados temieron por su virilidad: ¿cómo es posible que esa mujer se atreva a poner en tela de juicio la autoridad conferida al varón?
Con la identidad amenazada, los tres agresores dieron rienda suelta a su violencia.
Las fotografías de la senadora golpeada ofenden, desde luego, por el ataque concreto. Pero también porque obligan a mirar de frente nuestra cultura machista, esa que sigue educando a millones de mexicanos.
Son imágenes que exhiben cuánto es el daño que puede provocar la masculinidad disminuida de los brutos.
ZOOM: Si ella no hubiera sido senadora desconoceríamos la historia. Si ella no fuera una mujer que vive con dignidad su autonomía tampoco habría viajado en motocicleta ni enfrentado la agresión.
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@ricardomraphael