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De ser hoy las elecciones para la Presidencia únicamente dos de cada diez votantes sufragarían por el PRI. Es la segunda fuerza pero sólo aventaja con tres puntos a Morena, el cual según la encuesta de Buendía & Laredo publicada la semana pasada en EL UNIVERSAL se halla en el tercer lugar de las preferencias. El PAN encabezaría la intención con el 24% de los sufragios.
El Revolucionario Institucional tiene otro problema más grave. Según esta misma medición, de todos los partidos que habitan el sistema político mexicano es el que despierta mayor animadversión: cuatro de cada diez personas afirman que jamás votarían por el tricolor.
En la historia de este partido no hay registro de tanta debilidad. Ni el PRD —que sólo cuenta con el 6% de las intenciones— exhibe un voto negativo tan abultado.
¿Cómo fue que el partido hegemónico del siglo XX mexicano cayó tan bajo?
La respuesta está en la expectativa que hace cuatro años despertó Enrique Peña Nieto y que hoy es frustración. En el presente, seis de cada diez mexicanos reprueban su gestión.
Para muchos el regreso del PRI significó en 2012 la vuelta de la eficacia en el gobierno. El desengaño está ligado, por tanto, a un juicio negativo sobre el talento político demostrado durante la presente administración.
El PRI de Peña Nieto dejó de ser verosímil como opción para resolver los problemas del país.
No se trata de un asunto de mala comunicación y tampoco de propaganda insuficiente.
La actual administración prometió una tasa de crecimiento que no logró, apostó por disminuir la pobreza y fracasó, jugó la carta de una reforma educativa que hoy hace agua y presentó como panacea a la reforma energética que nada notable ha entregado hasta ahora.
Junto con lo anterior sobresale un manejo lodoso en materia de derechos humanos y una incapacidad rotunda para enfrentar los asuntos de corrupción.
La política gubernamental en derechos humanos se ha preocupado ante todo por negar la realidad: Tlatlaya no existió, Ayotzinapa no sucedió como sucedió y, en breve, Nochixtlán será también una invención malintencionada del imaginario colectivo.
Mientras tanto, los actos de corrupción sobreviven intocados: los gobernadores del PRI se han mostrado como los más hampones, pero no han merecido siquiera un regaño breve del señor Presidente.
Así las cosas no sorprende que la actitud condescendiente hacia los comportamientos indeseables de la clase gobernante sea interpretada como complicidad.
¿Por qué Enrique Peña Nieto no repudia los paquetes de impunidad que los gobernadores Roberto Borge, Javier y César Duarte aprobaron durante las últimas semanas? ¿Estará pensando acaso el Presidente en otorgarse un regalo similar antes de partir?
Al partido fundado hace 87 años le hace falta reconocer el origen principal de su crisis: la sociedad mexicana está cansada del engaño.
ZOOM: Es equivocado suponer que se puede liderar con credibilidad a partir de una primera mentira.
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@ricardomraphael