Las cosas por su nombre: las derrotas que el PRI enfrentó el domingo pasado son responsabilidad de su dirigencia. Y porque se trata del partido gobernante la carga principal está en Los Pinos y no en las oficinas del tricolor.

Es un pretexto sin sustancia señalar a Manlio Fabio Beltrones como fusible quemado por los resultados obtenidos.

En agosto del año pasado Beltrones recibió un partido abollado: los escándalos de corrupción (Casa Blanca y Malinalco) y de derechos humanos (Ayotzinapa y Tlatlaya) pesaban como losa de cemento sobre el priísmo. No ayudaba tampoco la aprobación del Presidente, que por esa fecha era la más baja en la historia mexicana.

Si Beltrones quería remontar necesitaba enfrentar varios obstáculos y algunos de ellos —los más importantes— estaban ubicados fuera de su radio de operación política.

Como ejemplo está el obstáculo de la corrupción, que merece analizarse con cuidado. El electorado mexicano sabe que ese mal afecta a todos los partidos y por tanto es bobo asumir que corrupción es sinónimo de priísmo.

Ahí están los ejemplos de Guillermo Padrés (Sonora), Gabino Cué (Oaxaca) o Mario López Valdez (Sinaloa), todos gobernantes con sendos expedientes de corrupción que llegaron al poder gracias a las siglas del PAN y del PRD.

La pregunta más sofisticada del elector fue otra: frente a los escándalos de corrupción, ¿qué tan dispuesto ha estado el PRI —partido mayoritario y en el gobierno— para enfrentar este mal estructural?

La respuesta a tal interrogante fue doblemente derrotada: desde la Presidencia se decidió proteger a gobernantes y ex gobernantes priístas corruptos y también desde esa oficina se cometieron errores que retrasaron la aprobación del sistema anticorrupción.

Durante el último año Enrique Peña Nieto cubrió con su manto protector a Humberto Moreira (Coahuila), Fidel Herrera (Veracruz), Rodrigo Medina (Nuevo León), César Duarte (Chihuahua), Javier Duarte (Veracruz) y Roberto Borge (Quintana Roo), por nombrar sólo algunos casos.

Al primero le brindó apoyo jurídico en el extranjero, al segundo lo nombró cónsul en Barcelona, al tercero lo perdonó, al cuarto lo ayudó desde Hacienda para que se comprara un banco, al quinto y al sexto no los tocó, a pesar de la evidencia escandalosa de trapacerías y robo en despoblado.

Como si esta cadena de errores no hubiese sido suficiente, el consejero jurídico de la Presidencia, Humberto Castillejos, elaboró una iniciativa de ley de responsabilidades administrativas —la primera anticorrupción— laxa y sin dientes que luego fue presentada con gran cinismo por el senador Pablo Escudero.

Se quería sepultar con ella la iniciativa 3de3 que alcanzó más de 600 mil firmas ciudadanas de respaldo.

Fue por arrogancia política que luego se retrasó la negociación del sistema anticorrupción con los partidos de oposición y con la sociedad civil. A este desacierto se debió que tal sistema no estuviera listo para ser aprobado antes de las elecciones.

Con un mejor cálculo de puntualidad, el Presidente habría entregado al PRI la potente vacuna que necesitaban sus correligionarios a la hora de enfrentar la crítica durante el reciente proceso electoral.

El tricolor podría no ser el partido más corrupto, pero sí se presentó el domingo pasado como la fuerza responsable de la pasividad en contra de la corrupción.

Llegó la hora para que Enrique Peña Nieto se desdiga y acepte que la corrupción en México no es sólo un problema cultural. Por lo pronto, es evidente que la ciudadanía está dispuesta a combatirla en las urnas.

ZOOM: al Presidente le quedan sólo dos años para definir el papel que los libros de historia le van a entregar. Todavía está a tiempo de corregir dentro de esa casa las muchas contradicciones que fuera de ella hacen que el error político predomine.

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@ricardomraphael

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